El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

domingo, 30 de diciembre de 2012

Sonrisas y lágrimas



Dirección: Robert Wise.
Guión: Ernest Lehman.
Música: Richard Rodgers & Oscar Hammerstein II.
Fotografía:Ted McCord.
Reparto: Julie Andrews, Christopher Plummer, Richard Haydn, Eleanor Parker, Peggy Wood, Heather Menzies, Charmian Carr, Anna Lee, Marni Nixon.

Austria, 1938. María (Julie Andrews) es una novicia que no parece adaptarse bien a las reglas del convento, por lo que su superiora (Peggy Wood) le recomienda que lo abandone durante un tiempo y acepte el trabajo como institutriz de los siete hijos de un militar retirado, el capitán von Trapp (Christopher Plummer), viudo desde hace poco tiempo. La casa de los von Trapp funciona como un cuartel, pero María consigue devolver la alegría a los niños y ganarse su respeto y cariño.

El éxito cosechado por  Robert Wise con West Side Story (1961) llevó a la productora a elegirlo para dirigir Sonrisas y lágrimas (1965), basada en el musical de Broadway "The Sound of Music", que se basa a su vez en la historia de la familia von Trapp, que existió en realidad, aunque alterando algunas fechas y sucesos reales. La película, muy del gusto de Hollywood, cosechó nada menos que cinco Oscars (mejor película, director, sonido, banda sonora y montaje) de diez nominaciones y ha quedado como un clásico del género apto para todos los públicos.

La verdad es que, vista hoy en día, la película no ha envejecido demasiado bien. Sigue siendo un bonito espectáculo muy bien elaborado y con algunos números musicales realmente logrados, como la canción de las notas musicales o la del teatro de marionetas, para mí la mejor secuencia con diferencia. Pero si la despejamos de los adornos musicales nos queda muy poca cosa.

Y es que el argumento de Sonrisas y lágrimas no es que sea muy novedoso y mucho menos probable aún es que pueda llegar a sorprendernos. Desde el principio sabemos que María y el capitán acabarán juntos. Hay una segunda mujer en discordia para darle algo más de incertidumbre al desenlace, pero sinceramente no llega a despistarnos ni un solo segundo. Sin embargo, aún teniendo tan poca base argumental, lo peor del film no es su guión, desde mi punto de vista, pues hay muchos otros musicales con una historia tan endeble o más que la que nos ocupa; el principal problema de Sonrisas y lágrimas es su tono tan blandito, tan empalagoso, tan cursi, que debemos a una puesta en escena demasiado estudiada, con sobredosis de paisajes de ensueño, palacios suntuosos, contraluces idílicos, escenarios de cuento de hadas y encuadres de postal. Todo muy bonito, muy perfecto... pero bastante empalagoso.

He de admitir también que me cuesta ser del todo objetivo con esa película debido a la presencia de Julie Andrews, quizá la actriz que más detesto. Su presencia condiciona en parte mi juicio sobre el film, porque me resulta muy complicado admitir que alguien pueda, por ejemplo, enamorarse de ella. Ya en Mary Poppins (Robert Stevenson, 1964) me costó "aceptarla", pero la magia de la película conseguía que me olvidara en cierta medida del empalagoso reparto. Pero en este caso, con un guión mucho menos logrado y que recuerda un poco al del film de Stevenson, con la figura también de la institutriz, la importancia de los actores cobraba mayor peso en la valoración final. Y ni ella, que se hizo con el papel gracias a su actuación en Mary Poppins precisamente, ni Christopher Plummer, demasiado hierático e inexpresivo, consiguen convencerme en absoluto en sus papeles. Eleanor Parker, sin embargo, me parece más acorde con su personaje. Incluso los niños resultan demasiado relamidos y un poco repelentes. Pero quizá sea injusto achacarlo a los actores que los encarnan y quizá sería más exacto buscar una explicación en la historia y su puesta en escena tan cursi a la que aludíamos antes.

Además, la película cuenta con un exceso de números musicales que alargan el metraje de un modo innecesario. Al final, la película se estira hasta unos ciento setenta y dos minutos que resultan excesivos. Y lo son porque algunas canciones sobran, pues no son demasiado brillantes y entorpencen el ritmo. Y lo son también porque con un argumento tan previsible la historia parece que se estanca en algunas escenas del todo prescindibles. Es cierto que el tema de los nazis ayuda a dinamizar el desenlace y permite retomar el pulso cuando más falta hacía, pero incluso en esos momentos de tensión se corta el ritmo con la actuación de la familia von Trapp en el festival de música. Y no digo que esa escena debiera suprimirse, pero quizá hubiera bastado con una sola canción para darle más agilidad al desenlace.

Con todos estos defectos, es evidente que la película no alcanza el nivel de los grandes clásicos del género. Aún así, gracias a los tres o cuatro números imprescindibles del film (Climb Every Mountain, Do, Re, Mi, Edelweiss y el maravilloso número de marionetas), Sonrisas y lágrimas se ha ganado un puesto en la historia del género, superando sus limitaciones, y sigue siendo un bonito cuento para disfrutar en familia si logramos minimizar los evidentes defectos y nos dejamos llevar a su pequeño universo de color de rosa.

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