El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

lunes, 31 de diciembre de 2012

El buscavidas



Dirección: Robert Rossen.
Guión: Robert Rossen & Sidney Carroll (Novela: Walter Tevis).
Música: Kenyon Hopkins.
Fotografía: Eugene Shuftan (B&W).
Reparto: Paul Newman, Jackie Gleason, George C. Scott, Piper Laurie, Myron McCormick, Murray Hamilton, Vincent Gardenia, Michael Constantine.

Eddie Felson (Paul Newman) es un joven arrogante con un talento excepcional para el billar. En compañía de su socio Charlie Burns (Myron McCormick) se dedica a ir por las salas de billar de tercera categoría desplumando a incautos. Pero su deseo es ser reconocido como el mejor jugador del país, por lo que no duda en retar al Gordo de Minnesota (Jackie Gleason), considerado por todos el número uno.

Lo primero que se viene a la cabeza al escribir sobre El buscavidas (1961) es la palabra sorpresa. La película es un film tremendamente negro, triste, rozando a veces la tragedia, como si un destino implacable rigiera los destinos de los protagonistas. Y ello es cuando menos chocante tratándose de un film de Hollywood, que nos tiene acostumbrados a algún tipo de componenda que permita salvar algo del desastre, aunque tan solo sea al final. Pero en este caso, en El buscavidas no hay ni una pequeña luz de esperanza. Ni siquiera cuando Eddie parece al fin cumplir su sueño. Incluso ahí se tendrá que marchar con un futuro bastante oscuro delante de él.

Pocas películas he visto que describan tan bien un universo concreto, en este caso el mundillo de las salas de billar, como esta. Y también que nos describan a los personajes con tanta precisión y tanta economía de medios. La secuencia inicial ya nos dibuja admirablemente quienes son y cómo viven Eddie y su socio Charlie sin necesidad de discursos, sencillamente viéndoles en acción. Y de nuevo, en el enfrentamiento con el Gordo de Minnesota, Robert Rossen termina de dibujarnos a Eddie Felson con una precisión asombrosa. Comprendemos en un par de secuencias que Eddie es un joven con un talento maravilloso para el billar, un genio, pero a la vez es un fanfarrón, un chulo, un bocazas y un borracho. Un retrato claro y conciso al tiempo que disfrutamos del ambiente de las salas de billar y su universo peculiar de rufianes, lisiados, aprovechados y pequeños mafiosos gracias a una fotografía deslumbrante y una ambientación perfecta. Se puede hasta respirar el humo, oler el sudor y el whisky y sentir la penumbra reinante donde es casi delito abrir una persiana.

Tanto el guión como el trabajo de  Rossen son realmente admirables. El buscavidas posee un guión sobresaliente, eficaz, preciso y sin concesiones y sus personajes se mueven todos en las sombras, en los límites de la sociedad; algunos por necesidad, como Sarah Packard (Piper Laurie), otros por expresa elección, Bert Gordon (George C. Scott), pero todos dejándonos la sensación de que en realidad han sido arrastrados por la vida, más allá de lo que creen.

Robert Rossen además nos sorprende con un trabajo sencillo pero preciso donde las imágenes, más que cualquier discurso, son las que nos van contando la historia y dibujando a sus protagonistas. Algunas escenas están especialmente logradas, dentro de un gran nivel de conjunto. Por ejemplo, esa en que Sarah regresa a la estación en busca de Eddie tras haberlo rechazado con anterioridad. Rossen resuelve la atracción entre ambos de un modo admirable, y consigue describir el comienzo de una extraña relación con una simple botella de whisky y un brazo cruzando la espalda de Sarah. Ambos se han unido por la soledad y el alcohol.

Jack Lemmon iba a encarnar a Eddie Felson en un primer momento, pero prefirió aceptar el proyecto de Días de vino y rosas (1962) de Blake Edwards y el papel fue a parar a Paul Newman. La verdad es que no sabemos lo que habría dado de sí el Eddie de Jack Lemmon, pero el atractivo de Paul Newman le da un plus innegable al personaje. Es verdad que en algunos momentos me parece que Newman sobreactúa un poco de más, pero en líneas generales su trabajo es notable. Además, es el mismo Paul Newman, al igual que Jackie Gleason, quién juega al billar, salvo en alguna carambola especialmente complicada, en la que se recurrió a un campeón de billar, lo que no deja de añadir verosimilitud a una parte fundamental del film como son las partidas de billar.

Si con Newman tenemos un muy buen trabajo, con el resto de actores principales el resultado aún es mejor. Piper Laurie compone un personaje lleno de amargura, de tristeza, con algunas pinceladas de esperanza que se ahogan en alcohol. En cuanto a Jackie Gleason, solo decir que está realmente perfecto. Impecablemente vestido, seguro de sí mismo, es la imagen perfecta de pequeño rey del antro de los billares. Pero, como el resto, tampoco él escapa de la miseria del universo en que se mueve, lo que se refleja admirablemente en la última secuencia, donde comprendemos las servidumbres a las que ha tenido que plegarse. Y llegamos así al cuarto protagonista, Bert Gordon, el adinerado, el aprovechado, el pequeño mafioso del 75%. Y de nuevo hay que sacarse le sombrero ante el gran George C. Scott, un portento capaz de decirlo todo con una simple mirada. Su gran trabajo mereció una nominación al Oscar que, sin embargo, él rechazó.

No hay que buscarle una explicación a la muerte de Sarah. En principio puede parecernos excesiva, absurda, innecesaria. No importa. Su muerte está ahí, es el punto de no retorno hacia el que todos los personajes se encaminan. El futuro de Eddie se presenta lleno de sombras. Ni su triunfo supone siquiera un bálsamo: ha llegado a la meta y está solo, sin recompensa.

Como decía al empezar, El buscavidas es un film triste. No hay esperanza para nadie. Todos, de alguna manera, pierden algo: dinero, ilusiones, metas, dignidad o la vida.

Martin Scorsese dirigió en 1986 El color del dinero, una especie de continuación de El buscavidas, pero infinitamente peor, de nuevo Paul Newman interpretando a Eddie Felson (que ganó el Oscar, mientras que aquí se quedó solo con la candidatura a mejor actor) y un joven Tom Cruise.

Con nueve nominaciones, la película se llevó el premio a la mejor fotografía (ByN) y mejor dirección artística (ByN). Imprescindible.

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