El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

domingo, 25 de agosto de 2013

La boda de Muriel



Dirección: P.J. Hogan.
Guión: P.J. Hogan.
Música: Peter Best.
Fotografía: Martin McGrath.
Reparto: Toni Collette, Bill Hunter, Rachel Griffiths, Jeanine Drynan, Gennie Nevison, Matt Day, Daniel Lapaine, Sophie Lee.

Muriel (Toni Collette) es una joven gorda y no muy agraciada, sin trabajo, sin amigas y con un padre (Bill Hunter) que no para de menospreciarla. Su gran ilusión es poder casarse algún día con su príncipe azul, algo que cada vez parece más remoto. Para compensarlo, Muriel vive en un mundo de fantasía y mentiras.

La boda de Muriel (1994) aparece catalogada como comedia y en algunos momentos tiene ciertos toques que podrían llevarnos a esa consideración. Sin embargo, bien mirada, la película es un duro y descarnado drama sobre las relaciones personales, familiares y los sueños de una joven provinciana acomplejada.

Básicamente, el argumento de La boda de Muriel nos recuerda a los cuentos infantiles del estilo de El patito feo, en que la protagonista pasa de ser despreciada por todos a llegar a cumplir el mejor de sueños. En el caso de Muriel, se casa con un famoso deportista en una boda pactada para que pueda competir bajo la bandera australiana en las próximas olimpiadas. Pero aún así, Muriel está orgullosa de sí misma, de haberle demostrado a las amigas que la despreciaron que ella puede ser como ellas, una chica con éxito y envidiada por otras. Sin embargo, y he aquí uno de los peros que se le pueden poner al film, P.J. Hogan no es capaz de renunciar al cuento moralista con final feliz, por lo que en su lucha por superarse, Muriel va perdiendo su esencia, su bondad, sus valores, llegando incluso a perder hasta su nombre en su intento desesperado por ser aceptada por la sociedad como una mujer normal y vencer sus complejos; hasta que al final se redime dándose cuenta del verdadero sentido de las cosas, del valor de la amistad y de que no podrá ser nunca feliz si no se acepta a ella misma. Un final perfecto que, para mi gusto, viene a arruinar parte del novedoso planteamiento inicial.

Porque lo que me enganchó en un primer momento de La boda de Muriel fue el no saber a ciencia cierta qué derroteros iba a tomar el relato. De tratarse de un film norteamericano, hubiera podido anticipar más o menos el curso de los ancontecimientos. Pero al ser un film australiano y además catalogado de comedia, cuando en muchos momentos te sacude con una fuerza inusitada el drama que estás presenciando, me encontraba un tanto perdido y dispuesto a dejarme sorprender por cualquier giro argumental inusual. Y de hecho, así sucede en buena parte del film. Asistimos a la huída hacia adelante de Muriel con mentiras a su familia y a sus amigos, con el robo de los ahorros de sus padres, con la ceguera absurda de la madre, la pasividad de sus hermanos y la crueldad de un padre arrogante y déspota. Esta avalancha de acontecimientos inesperados te mantiene en vilo en espera de cualquier cosa. Desgraciadamente, al final todo vuelve a los cauces más ortodoxos y La boda de Muriel, como decía, se convierte en un cuento infantíl, muy cruel por momentos eso sí, que termina con el consabido final feliz que en este caso parece un tanto forzado.

Lo que sí hay que destacar es el formidable trabajo de todos los actores, especialmente los principales. Lejos del star system del cine norteamericano, la película nos sorprende con un reparto que borda los papeles hasta el punto que en muchos momentos llegamos a olvidarnos que se trata de una película. Toni Collette está realmente perfecta en su papel, así como Rachel Griffiths, la amiga de Muriel. Pero sin duda fue Jeanine Drynan, en el papel de la madre de la protagonista, la que me dejó asombrado por su naturalidad.

Film pues sorprendente, directo y bastante duro a veces que juega sus bazas con acierto y al que tan solo se le puede reprochar el recurso a una comicidad un tanto tonta, ejemplificado en el grupito de amigas pijas de Muriel, caricaturizadas un tanto toscamente, y ese final demasiado convencional y que no termina de casar demasiado bien con el tono general de la historia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario