El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

domingo, 4 de diciembre de 2016

Un buen año



Dirección: Ridley Scott.
Guión: Marc Klein (Libro: Peter Mayle).
Música: Marc Streitenfeld.
Fotografía: Philippe Le Sourd.
Reparto: Russell Crowe, Marion Cotillard, Albert Finney, Tom Hollander, Freddie Highmore, Valeria Bruni Tedeschi, Didier Bourdon, Abbie Cornish, Rafe Spall.

Max Skinner (Russell Crowe) es un exitoso corredor de bolsa londinense, sin más metas en la vida que su trabajo. Un día recibe la noticia de que su tío Henry (Albert Finney), a quien había estado muy unido en su infancia, ha muerto, dejándole en herencia su château en la Provenza. Max parte hacia Francia con la idea de venderlo lo antes posible.

Creo que ya lo he dicho en alguna ocasión anteriormente: estoy convencido de que la comedia es uno de los géneros más difíciles que hay. En otros es relativamente sencillo atrapar al público a base de disparos, persecuciones o sustos de muerte. Pero una comedia ha de ser divertida, ocurrente, ágil y, esencialmente, ha de tener alma. No vale cualquier cosa, necesita un guión perfecto, un ritmo preciso y unos personajes creíbles. Un buen año (2006) tiene muchos elementos válidos, pero cojea en lo fundamental: el guión.

Para empezar, la historia en sí, la del ejecutivo triunfador pero desalmado que se encontrará consigo mismo a través de un regreso a la infancia, no es que sea muy original. Pero, aún así, el planteamiento podría ser válido con un guión coherente y serio. Y es que ese es el principal fallo de algunas comedias, de muchas en realidad, y es pensar que como son comedias, pueden tomarse el argumento a la ligera. Grave error. Y ese es el principal punto débil de Un buen año: un argumento que parece no tomarse en serio a sí mismo, exagerado y superficial. Por ejemplo, carga tanto las tintas con el personaje del Max adulto, triunfador y egoísta, que no resulta convincente, sino más bien una especie de prototipo simplista. Puede que sea para agilizar la historia, puede que Ridley Scott no quiera alargar en exceso el metraje del film, pero el caso es que la presentación de Max en su entorno de trabajo, llamando esclavos a sus subalternos y manejando la bolsa como si fuera un juego de feria convierte de pronto el arranque de la película en algo forzado, tosco y chapucero.

Y la historia continúa durante mucho tiempo con ese tono un tanto forzado en busca del chiste fácil y mostrando a los personajes con una simplificación escalofriante. Parece que no hay personas de carne y hueso, sino clichés de mercadillo. Solamente en los momentos en que Max evoca su infancia en el château con su tío la película gana entidad y nos brinda pequeños destellos de sensibilidad y no un mero engranaje bien engrasado pero sin vida.

Afortunadamente, conforme nos acercamos al desenlace, que es cuando hay que redimir a Max, Un buen año empieza a parecer más creíble. Es como si cuando la historia se pone seria, cuando el guión deja de pretender ser gracioso, los personajes de pronto recobraran la cordura y empezaran a parecer personas con sentimientos, con necesidades y con entidad propia. Es triste comprobar como el guionista no ha comprendido la esencia de una buena comedia, quedándose con lo mas aparatoso, lo superficial.

El desenlace, marcadamente romántico, aunque muy predecible, sin ser tampoco excesivamente brillante, al menos nos permite disfrutar de algunos diálogos con sentido y, sin duda, de los momentos más sinceros de la película. Lo cuál no está mal, porque al menos nos deja un buena saber de boca al terminar.

En cuanto a Ridley Scott, un director un tanto impredecible, al menos hemos de reconocer que conoce su oficio y mantiene un buen ritmo a la hora de contar la historia. Otra cosa es que el argumento, como decía, no esté a la altura. Y en relación al reparto, hemos de reconocer que el gran trabajo de Russell Crowe consigue mantener en pie a su personaje, que en otras manos podría resultar patético. Lástima de no haber disfrutado más de la presencia de Albert Finney, un actor descomunal pero con muy pocos minutos en pantalla. Freddie Highmore, como Max de niño, está perfecto y Marion Cotillard aporta un punto de glamour indispensable a la parte romántica de la historia.

Un buen año es, en resumen, una comedia sin mucha gracia, un tanto superficial y por momentos un tanto forzada que logra redimirse en el momento en que se toma en serio a sí misma. No es un gran film, sin embargo, más bien un pasatiempo correcto que te entretiene. Pero uno termina con la sensación de que la historia, con otro tratamiento, daba para mucho más.


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