El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

martes, 9 de enero de 2018

La vía láctea



Dirección: Leo McCarey.
Guión: Grover Jones, Frank Butler y Richard Connell (Obra: Lyn Root y Harry Clork).
Música: Tom Satterfield y Victor Young.
Fotografía: Alfred Gilks.
Reparto: Harold Lloyd, Adolphe Menjou, Helen Mack, Verree Teasdale, Lionel Stander, William Gargan, George Barbier, Dorothy Wilson, Marjorie Gateson, Charles Lane.

En una pelea por defender a su hermana, un repartidor de leche, Burleigh Sullivan (Harold Lloyd), derriba a todo un campeón de boxeo (William Gargan). Al ver peligrar la reputación del púgil, su manager Gabby Sloan (Adolphe Menjou) intenta sacar partido de la situación.

Harold Lloyd fue uno de los pioneros del cine cómico, por los años veinte del pasado siglo, a la par que Charles Chaplin o Buster Keaton. Era la época gloriosa del cine mudo, de los gags visuales. En este terreno, Lloyd estaba a la altura de Chaplin.

Sin embargo, la llegada del sonoro obligó a Harold Lloyd a intentar adaptarse a la nueva moda y su cine ya no fue el mismo. Y de este momento de su carrera es La vía láctea (1936), su penúltimo film antes de decidir retirarse, con tan solo 45 años, al comprobar que no era capaz de repetir los éxitos de la década anterior.

Y en efecto, La vía láctea es una comedia bastante elaborada, un tanto alocada, con cierta ambición que, sin embargo, me parece bastante fallida. Para empezar, Harold Lloyd carece de carisma; su personaje, un humilde lechero algo torpe, más que despertar compasión en nosotros nos produce cierto rechazo. Puede que por ese aire relamido, demasiado pulcro que no casa muy bien con el personaje que quiere representar. Tampoco los chistes y los gags resultan demasiado convincentes. La mayoría de ellos son ciertamente pueriles o incluso ridículos. Los mejores chistes da la impresión que son aquellos que parecen surgir casi inesperadamente, sin querer.

Quizá el problema principal de La vía láctea, a parte de la falta de simpatía que produce Lloyd, es el tono decididamente infantil de la historia. Es cierto que se trata de una comedia, que no debemos tomarla demasiado en serio, pero los personajes resultan tan ridículos que cuesta meterse en situación.

Por suerte, contamos con la presencia de Adolphe Menjou, cuyo personaje de empresario avispado y tramposo es de lo mejor de la película, un charlatán con aires de grandeza al que no le sale nada bien. Y también me gustó Anne, interpretada por Verree Teasdale, esposa de Menjou en la vida real, quizá el personaje más interesante de la historia, de donde salen las mejores y más ácidas réplicas.

Sin embargo, en su conjunto, La vía láctea me pareció un film demasiado infantil, con poca gracia e incluso algo inconexo en su argumento, con las dos historias de amor un tanto forzadas y que no llegan a aportar nada realmente.

Queda pues como una curiosidad, un momento de la historia del cine y el fin de la carrera de Harold Lloyd, incapaz de adaptar su humor al cine sonoro.

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