El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

domingo, 28 de enero de 2018

La guerra de los mundos



Dirección: Byron Haskin.
Guión: Barré Lyndon (Novela: H. G. Wells).
Música: Leith Stevens.
Fotografía: George Barnes.
Reparto: Gene Barry, Ann Robinson, Les Tremayne, Henry Brandon, Robert Cornthwaite, Jack Kruschen, Sandro Giglio, Lewis Martin, Houseley Stevenson Jr., William Phipps.

California, años 50. Un meteorito cae en las colinas cercanas a Linda Rosa. Para intentar investigar de qué se trata, el doctor Clayton Forrester (Gene Barry), un físico de renombre, se desplaza al lugar, donde se han concentrado multitud de curiosos.

El libro de H. G. Wells La guerra de los mundos (1898) ya había sido objeto de una famosa y polémica adaptación radiofónica a cargo de Orson Welles en 1938. Era evidente que el cine no dejaría pasar la oportunidad de llevar a la pantalla ese relato de una invasión marciana. Y eso finalmente tuvo lugar en 1953, pero no fue una gran película, sino un típico producto de serie B. Muy cuidado, eso sí, al menos técnicamente. De hecho, los efectos especiales del film ganaron nada menos que el Oscar ese año.

Sin embargo, vista hoy en día, La guerra de los mundos parece más un film de humor que otra cosa, por varios factores.

Por un lado, el guión intenta darle un aire de seriedad a la historia para lo que recurre a abundantes explicaciones científicas, no solo en boca de los científicos que investigan a los invasores, sino también visualmente. Tanta explicación, lógica dada la cultura cinematográfica más limitada del público de la época, provoca hoy en día un efecto contrario al pretendido, resultando excesivas y un tanto ingenuas.

Otro elemento que impide que sigamos la historia con más emoción es la limitada calidad interpretativa de los actores, bastante limitados a la hora de intentar expresar sus emociones, cayendo bien en sobre actuaciones clamorosas como, en el lado opuesto, en momentos de alarmante pasividad.

En cuanto al relato en sí, el argumento se centra esencialmente en la acción, sin dejar demasiado tiempo a cualquier otro elemento, con un intento de asombrar al público con un despliegue de efectos y, también, utilizando secuencias ajenas para rellenar metraje, recurso muy extendido en este tipo de películas de presupuestos ajustados.

Algunos momentos, es cierto, están más logrados que otros, logrando, dentro de lo mal que ha envejecido al cinta, transmitir cierta emoción, con lo que podemos imaginarnos lo debieron sentir los espectadores de la época.

De lo que no escapa pa película es de la moral de esos años, que queda patente en la fuerte de presencia de la religión a lo largo de la historia, especialmente al final de la película. Sin embargo, el milagro que salvará a la humanidad será finalmente de raíz científica: serán las bacterias las que matarán al invasor, sin capacidad de defensa frente a ellas. Un final no exento de cierta poesía.

La guerra de los mundos queda pues más como una curiosidad que como una película realmente vigente. Para ello tenemos la versión de Steven Spielberg de 2005, del mismo título.

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