El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

miércoles, 10 de abril de 2024

Cómo robar un millón y...



Dirección: William Wyler.

Guión: Harry Kurnitz (Historia: George Bradshaw).

Música: Johnny Williams.

Fotografía: Charles Lang.

Reparto: Audrey Hepburn, Peter O'Toole, Eli Wallach, Hugh Griffith, Charles Boyer, Fernand Gravey, Marcel Dalio, Jacques Marin, Moustache. 

El padre de la joven Nicole (Audrey Herburn), Charles Bonnet (Hugh Griffith), es un consumado falsificador de cuadros, continuador de una tradición familiar, pues el propio abuelo de Nicole falsificó en su momento la Venus de Cellini. Para que no se descubra que es falsa, Nicole contrata a Simon Dermott (Peter O'Toole), un ladrón de guante blanco, para que la robe del museo al que la prestó Charles.

Hay un estilo de comedias que mezclan sofisticación con ingenuidad, nos muestran un mundo de lujos bajo una mirada complaciente. Cómo robar un millón y... (1966) es un ejemplo de ese cine con cierto sabor a rancio desde su misma concepción, un cine que parece nacer ya caducado. Si además le añadimos una partida de nacimiento en los años sesenta del siglo XX, una década muy marcada por los cambios, tenemos una película un tanto sosa y con escasa mordiente.

Porque Cómo robar un millón y... es una comedia sin gracia, salvo algunos pequeños detalles al comienzo, apoyada en un argumento absurdo de principio a fin, lo que no ayuda ni a que sigamos la trama con un mínimo de interés ni a que sintamos algo de empatía por unos protagonistas tan aburridos como falsos.

Es verdad que en las comedias no es necesario buscar siempre la verosimilitud, pero el problema de la presente es que parte de unos supuestos realmente absurdos. En realidad, todo en la cinta es absurdo, porque es un estilo de comedia que basa su supuesta gracia en ello: presentar situaciones disparatadas protagonizadas por personajes igualmente disparatados. El problema es que como humor dista mucho de ser ingenioso y cae en infantilismos constantemente, por lo que poco probable que entusiasme a personas con un mínimo de espíritu crítico.

Además, la pareja protagonista tampoco termina de encajar correctamente y su idilio es tan falso como ellos. Es una pena ver a una actriz como Audrey Hepburn encasillada en unos papeles de cartón piedra, repitiendo gestos, peinados y vestuario. Creo que valía para mucho más, pero por desgracia creó una especie de prototipo y en esta cinta repite ciertos parámetros demasiado vistos y con poca inventiva.

Pero además tenemos el problema añadido de que William Wyler no era un director especializado en comedias, sino más bien en dramas y esto se nota en el ritmo tan pausado de la cinta, que por momentos resulta cansina al estirar ciertas secuencias hasta lo imposible, cuando la comedia requiere un dinamismo mayor que Wyler no es capaz de darle.

Definitivamente, no es la mejor película de sus participantes y solamente podría resultar de cierto interés para los curiosos y estudiosos de ciertos períodos de la historia del cine.

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