Dirección: William Wyler.
Guión: Harry Kurnitz (Historia: George Bradshaw).
Música: Johnny Williams.
Fotografía: Charles Lang.
Reparto: Audrey Hepburn, Peter O'Toole, Eli Wallach, Hugh Griffith, Charles Boyer, Fernand Gravey, Marcel Dalio, Jacques Marin, Moustache.
El padre de la joven Nicole (Audrey Herburn), Charles Bonnet (Hugh Griffith), es un consumado falsificador de cuadros, continuador de una tradición familiar, pues el propio abuelo de Nicole falsificó en su momento la Venus de Cellini. Para que no se descubra que es falsa, Nicole contrata a Simon Dermott (Peter O'Toole), un ladrón de guante blanco, para que la robe del museo al que la prestó Charles.
Hay un estilo de comedias que mezclan sofisticación con ingenuidad, nos muestran un mundo de lujos bajo una mirada complaciente. Cómo robar un millón y... (1966) es un ejemplo de ese cine con cierto sabor a rancio desde su misma concepción, un cine que parece nacer ya caducado. Si además le añadimos una partida de nacimiento en los años sesenta del siglo XX, una década muy marcada por los cambios, tenemos una película un tanto sosa y con escasa mordiente.
Porque Cómo robar un millón y... es una comedia sin gracia, salvo algunos pequeños detalles al comienzo, apoyada en un argumento absurdo de principio a fin, lo que no ayuda ni a que sigamos la trama con un mínimo de interés ni a que sintamos algo de empatía por unos protagonistas tan aburridos como falsos.
Es verdad que en las comedias no es necesario buscar siempre la verosimilitud, pero el problema de la presente es que parte de unos supuestos realmente absurdos. En realidad, todo en la cinta es absurdo, porque es un estilo de comedia que basa su supuesta gracia en ello: presentar situaciones disparatadas protagonizadas por personajes igualmente disparatados. El problema es que como humor dista mucho de ser ingenioso y cae en infantilismos constantemente, por lo que poco probable que entusiasme a personas con un mínimo de espíritu crítico.
Además, la pareja protagonista tampoco termina de encajar correctamente y su idilio es tan falso como ellos. Es una pena ver a una actriz como Audrey Hepburn encasillada en unos papeles de cartón piedra, repitiendo gestos, peinados y vestuario. Creo que valía para mucho más, pero por desgracia creó una especie de prototipo y en esta cinta repite ciertos parámetros demasiado vistos y con poca inventiva.
Pero además tenemos el problema añadido de que William Wyler no era un director especializado en comedias, sino más bien en dramas y esto se nota en el ritmo tan pausado de la cinta, que por momentos resulta cansina al estirar ciertas secuencias hasta lo imposible, cuando la comedia requiere un dinamismo mayor que Wyler no es capaz de darle.
Definitivamente, no es la mejor película de sus participantes y solamente podría resultar de cierto interés para los curiosos y estudiosos de ciertos períodos de la historia del cine.
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