El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

sábado, 27 de abril de 2024

Siempre hace buen tiempo



Dirección: Gene Kelly y Stanley Donen.

Guión: Betty Comden y Adolph Green.

Música: André Previn.

Fotografía: Robert Bronner.

Reparto: Gene Kelly, Dan Dailey, Cyd Charisse, Dolores Gray, Michael Kidd, David Burns, Jay C. Flippen. 

Al terminar la guerra, los tres inseparables amigos Ted (Gene Kelly), Doug (Dan Dailey) y Angie (Michael Kidd) han de separarse y empezar su nueva vida como civiles. Pero antes de eso, deciden citarse para dentro de diez años.

Stanley Donen y Gene Kelly tuvieron una estrecha amistad y colaboración en los primeros años de sus carreras y juntos revolucionaron el musical, con innovaciones sorprendentes para la época. Ambos dirigieron el que puede ser considerado el mejor musical de la historia, Cantando bajo la lluvia (1952), y tres años después se volvieron a reunir para filmar Siempre hace buen tiempo, una comedia musical menor pero no exenta de encanto que fue la tercera y última colaboración de ambos.

Siempre hace buen tiempo, de un modo alegre y siempre bienintencionado, posee un argumento que no se limita a presentar el típico romance habitual de los musicales, en este caso entre Gene Kelly y la siempre hermosa y sofisticada Cyd Charisse, una bailarina maravillosa. También el libreto de Comden y Green aborda otros temas interesantes, como la amistad, el paso del tiempo, las ilusiones perdidas, el fracaso o la televisión sensacionalista que, como vemos, no es cosa de estos tiempos.

Por eso, a pesar de tratarse de una comedia, la cinta tiene un poso triste, pues vemos como los diez años que pasan desde que se separan han convertido a los tres amigos en tres desconocidos. Al final, lógicamente, las cosas se arreglan, pero yo tenía la impresión de que en el fondo la reconciliación era puramente pasajera, circunstancial. La vida había jugado sus cartas sin remedio.

En dónde sí que había un rayo de esperanza era en que los tres amigos al fin reconocían sus errores, entendían en que habían fallado, traicionando sus sueños, y decidían empezar de cero, volver a darse una oportunidad, en el matrimonio, en el amor y en el trabajo.

Como vemos, estamos ante una pequeña evolución en el género musical, normalmente más ligero y amable, de ahí que para algunos sea el comienzo del fin del musical clásico para dar lugar a obras de corte muy diferente que se irá acentuando con el paso del tiempo.

Lo que no cambia es el afán de innovar por parte de Kelly y Donen, lo que se puede ver en un par de números musicales, como cuando los tres amigos, en distintos sitios de Nueva York, bailan el mismo número con la pantalla dividida en tres. Pero sobre todo la imaginación se desborda en el número de Kelly con los patines, el más original de toda una cinta que, en el tema meramente musical, es donde menos lograda me parece, con los bailarines frente a la cámara interpretando unas coreografías poco elaboradas y canciones sin el gancho de otros musicales famosos.

A pesar de lo cuál, para los amantes del musical clásico, sigue siendo una buena película, con las virtudes, y defectos, de aquel cine sencillo, de mensajes directos y con ese componente optimista que se imponía siempre a cualquier problema.

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