El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

lunes, 6 de diciembre de 2010

Duelo en la alta sierra


Dirección: Sam Peckinpah
Guión: N.B. Stone Jr.
Música: George Bassman
Fotografía: Lucien Ballard
Reparto: Randolph Scott, Joel McCrea, Mariette Hartley, Edgar Buchanan, Ron Starr, James Drury, L.Q. Jones, R.G. Armstrong, Jonie Jackson, John Anderson

Segunda película de Sam Peckinpah, tras Compañeros mortales (1961), y primer título imprescindible en la filmografía de este personalísimo director. Para muchos, una obra maestra. Quizá no llegue a tanto, pero sí que es un clásico del western por méritos propios.

El veterano Steve Judd (Joel McCrea), tras muchas vicisitudes, es ahora empleado por un banco para transportar oro desde las minas de las montañas al pueblo, un trabajo peligroso en el que ya han muerto seis mineros. Steve, que se encuentra por casualidad a su antiguo amigo Gil Westrum (Randolph Scott), le propone a éste que lo ayude en ese trabajo. Gil acepta, aunque en sus planes está robar el oro con ayuda de su joven pupilo Heck Longtree (Ron Starr).

Aunque es una de las primeras obras del director, en Duelo en la alta sierra (1962) ya nos encontramos casi todos los elementos del universo de Peckinpah, en especial ese aire nostálgico tan característico. Porque el Oeste de Peckinpah es un mundo que agoniza, al borde de la desaparición y donde sus héroes no son más que unos viejos por los que ya nadie siente mucho respeto. El comienzo de la película deja ya todo esto claro con unas sencillas pinceladas: un policía llama anciano a Steve Judd, que recorre la calle principal del pueblo sin darse cuenta que es un estorbo; el uniforme del policía (ya no se trata de un sheriff) y un automóvil aparcado en la calle nos están hablando del nuevo siglo XX y del irremediable fin de una época.

A partir de aquí, Peckinpah se adentra en una historia de dos viejos amigos que parece que sólo encuentran la felicidad en el recuerdo de los viejos tiempos, pues el presente de ambos no puede ser más desolador, sumidos en la pobreza y sin familia ni hogar. Este parece ser el destino de unos hombres de otro mundo en una realidad que no comprenden. "La época de las vacas gordas ya ha pasado y los días del hombre de negocios han llegado", frase que resume perfectamente la filosofía que encierra esta película.

A pesar de la amargura del mensaje, Peckinpah no renuncia al humor, presente también en buena parte de su obra posterior. Y tampoco al amor. Y lo hace con un toque muy personal, que es lo que le da a sus obras su sello de identidad. Peckinpah es un romántico, quizá de mala gana, pero lo es. Y ese romanticismo se encarga de defender valores como la amistad, el deber, el amor propio, aunque resulte absurdo, o hasta ridículo, el hacerlo.

Para poner en pie este western, Peckinpah recurre a dos actores veteranos en el ocaso de sus carreras, muy en sintonía con el mensaje del film, Joel McCrea y Randolph Scott, que hace aquí su última aparición en la gran pantalla. Ambos están soberbios, imponiendo su presencia con rotundidad y dando una credibilidad absoluta a sus personajes, algo imprescindible para que la historia resulte tan apasionante. A su lado, podemos ver el debut de Mariette Hartley o la presencia de Warren Oates, que será un habitual del director en films posteriores.

Lo que no está presente aún en esta obra es la violencia tan característica del director, con el gusto por el detalle sangriento. Tan sólo percibimos un ligero indicio en el duelo final, pero en esta maravillosa escena lo que domina es el tratamiento de héroes que otorga la cámara a los dos amigos, avanzando decididos y hasta majestuosos hacia su destino, cambiando aquí de pronto la imagen de dos viejos casi acabados por la que se supone tenían en sus buenos tiempos.

Duelo en la alta sierra es, en definitiva, un homenaje al western que se termina, un film de perdedores, como son los personajes de Peckinpah, y por tanto, una obra terriblemente romántica, triste y poética.

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