El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

miércoles, 29 de diciembre de 2010

Terror en la noche



Dirección: Roy William Neill.
Guión: Frank Gruber (Historia: Arthur Conan Doyle).
Música: Milton Rosen.
Fotografía: Maury Gertsman (B&W).
Reparto: Basil Rathbone, Nigel Bruce, Alan Mowbray, Renne Godfrey, Dennis Hoey, Billy Bevan.

Penúltima de las catorce adaptaciones de las novelas de sir Arthur Conan Doyle interpretadas por Basil Rathbone en la piel de Sherlock Holmes y Nigel Bruce como su amigo el doctor Watson. No es, por desgracia, una de las mejores adaptaciones llevadas a la pantalla.

Sherlock Holmes (Basil Rathbone) y su amigo el doctor Watson (Nigel Bruce) se embarcan en un tren rumbo a Edimburgo escoltando un famoso diamante, la Estrella de Rhodesia, que ya han intentado robar en Londres. Desgraciadamente, el diamante es robado y el hijo de la propietaria es asesinado. Holmes intenta desenmascarar al ladrón antes de que el tren llegue a su destino.

Como señalaba al principio, Terror en la noche (1943) no es ni mucho menos un film brillante. La misma duración de la cinta, sesenta minutos, ya delata que estamos ante una adaptación modesta y sin muchas pretensiones.

Sin duda, lo mejor de la película es el reparto, en especial al contar con la presencia de uno de los mejores Sherlock Holmes del cine, junto al gran Peter Cushing. Junto a ello, hay que destacar la intriga que, si bien es un tanto limitada, posee el interés del misterio y el poder ver en funcionamiento la gran inteligencia de Holmes.

Pero donde la película más falla, lamentablemente, es en la puesta en escena. Es verdad que un presupuesto modesto no puede dar para grandes cosas, pero me temo que el problema de Terror en la noche resida en el poco oficio del director. Por un lado, el recurso de mostrar imágenes exteriores del tren para las transiciones resulta demasiado repetitivo y termina por convertirse en molesto. Por otra parte, la intriga tampoco está del todo bien llevada. No parece, por momentos, que sea el gran Sherlock Holmes el que esté al frente de la investigación, apenas tenemos un par de detalles de su brillante capacidad de deducción y, en alguna situación, podemos hasta poner en duda la oportunidad de alguna de sus decisiones. El director ni logra crear verdadera tensión ni tampoco resuelve la intriga de un modo convincente. Y repito que el tema del presupuesto me parece que no puede esgrimirse como la causa de estos errores.

Con todo, hemos de acercarnos a este tipo de propuestas con cierta indulgencia, reconociendo de antemano lo que son y lo que pueden ofrecernos, sin pedir tampoco demasiado. Es así como podremos disfrutarlas plenamente y apreciar, dentro de sus limitaciones, el encanto de su sencillez.

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