Dirección: Roy William Neill.
Guión: Frank Gruber (Historia: Arthur Conan Doyle).
Música: Milton Rosen.
Fotografía: Maury Gertsman (B&W).
Reparto: Basil Rathbone, Nigel Bruce, Alan Mowbray, Renne Godfrey, Dennis Hoey, Billy Bevan.
Penúltima de las catorce adaptaciones de las novelas de sir Arthur Conan Doyle interpretadas por Basil Rathbone en la piel de Sherlock Holmes y Nigel Bruce como su amigo el doctor Watson. No es, por desgracia, una de las mejores adaptaciones llevadas a la pantalla.
Sherlock Holmes (Basil Rathbone) y su amigo el doctor Watson (Nigel Bruce) se embarcan en un tren rumbo a Edimburgo escoltando un famoso diamante, la Estrella de Rhodesia, que ya han intentado robar en Londres. Desgraciadamente, el diamante es robado y el hijo de la propietaria es asesinado. Holmes intenta desenmascarar al ladrón antes de que el tren llegue a su destino.
Como señalaba al principio, Terror en la noche (1943) no es ni mucho menos un film brillante. La misma duración de la cinta, sesenta minutos, ya delata que estamos ante una adaptación modesta y sin muchas pretensiones.
Sin duda, lo mejor de la película es el reparto, en especial al contar con la presencia de uno de los mejores Sherlock Holmes del cine, junto al gran Peter Cushing. Junto a ello, hay que destacar la intriga que, si bien es un tanto limitada, posee el interés del misterio y el poder ver en funcionamiento la gran inteligencia de Holmes.
Pero donde la película más falla, lamentablemente, es en la puesta en escena. Es verdad que un presupuesto modesto no puede dar para grandes cosas, pero me temo que el problema de Terror en la noche resida en el poco oficio del director. Por un lado, el recurso de mostrar imágenes exteriores del tren para las transiciones resulta demasiado repetitivo y termina por convertirse en molesto. Por otra parte, la intriga tampoco está del todo bien llevada. No parece, por momentos, que sea el gran Sherlock Holmes el que esté al frente de la investigación, apenas tenemos un par de detalles de su brillante capacidad de deducción y, en alguna situación, podemos hasta poner en duda la oportunidad de alguna de sus decisiones. El director ni logra crear verdadera tensión ni tampoco resuelve la intriga de un modo convincente. Y repito que el tema del presupuesto me parece que no puede esgrimirse como la causa de estos errores.
Con todo, hemos de acercarnos a este tipo de propuestas con cierta indulgencia, reconociendo de antemano lo que son y lo que pueden ofrecernos, sin pedir tampoco demasiado. Es así como podremos disfrutarlas plenamente y apreciar, dentro de sus limitaciones, el encanto de su sencillez.
Sherlock Holmes (Basil Rathbone) y su amigo el doctor Watson (Nigel Bruce) se embarcan en un tren rumbo a Edimburgo escoltando un famoso diamante, la Estrella de Rhodesia, que ya han intentado robar en Londres. Desgraciadamente, el diamante es robado y el hijo de la propietaria es asesinado. Holmes intenta desenmascarar al ladrón antes de que el tren llegue a su destino.
Como señalaba al principio, Terror en la noche (1943) no es ni mucho menos un film brillante. La misma duración de la cinta, sesenta minutos, ya delata que estamos ante una adaptación modesta y sin muchas pretensiones.
Sin duda, lo mejor de la película es el reparto, en especial al contar con la presencia de uno de los mejores Sherlock Holmes del cine, junto al gran Peter Cushing. Junto a ello, hay que destacar la intriga que, si bien es un tanto limitada, posee el interés del misterio y el poder ver en funcionamiento la gran inteligencia de Holmes.
Pero donde la película más falla, lamentablemente, es en la puesta en escena. Es verdad que un presupuesto modesto no puede dar para grandes cosas, pero me temo que el problema de Terror en la noche resida en el poco oficio del director. Por un lado, el recurso de mostrar imágenes exteriores del tren para las transiciones resulta demasiado repetitivo y termina por convertirse en molesto. Por otra parte, la intriga tampoco está del todo bien llevada. No parece, por momentos, que sea el gran Sherlock Holmes el que esté al frente de la investigación, apenas tenemos un par de detalles de su brillante capacidad de deducción y, en alguna situación, podemos hasta poner en duda la oportunidad de alguna de sus decisiones. El director ni logra crear verdadera tensión ni tampoco resuelve la intriga de un modo convincente. Y repito que el tema del presupuesto me parece que no puede esgrimirse como la causa de estos errores.
Con todo, hemos de acercarnos a este tipo de propuestas con cierta indulgencia, reconociendo de antemano lo que son y lo que pueden ofrecernos, sin pedir tampoco demasiado. Es así como podremos disfrutarlas plenamente y apreciar, dentro de sus limitaciones, el encanto de su sencillez.
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