El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

martes, 7 de diciembre de 2010

Siete mujeres



Dirección: John Ford.
Guión: Janet Green y John McCormick (Relato: Norah Lofts).
Música: Elmer Bernstein.
Fotografía: Joseph LaShelle.
Reparto: Anne Bancroft, Margaret Leighton, Sue Lyon, Flora Robson, Mildred Dunnock, Betty Field, Anna Lee, Eddie Albert, Mike Mazurki, Woody Strode.

Siete mujeres (1966) es la última película que dirige John Ford. Es su despedida después de una larga trayectoria que había comenzado en el cine mudo. Y lejos de poder considerarla una obra menor, el viejo genio de Ford sigue presente y su despedida es una obra honesta, valiente y épica.

En 1935, en una remota región de China, fronteriza con Mongolia, dominada por guerreros y bandidos, los miembros de una misión americana se encuentran en peligro ante la amenaza de la llegada de Tunga Khan (Mike Mazurki), un bandido sanguinario que asola la región.

Rodada enteramente en estudio, Siete mujeres es quizá la película más polémica e incomprendida de John Ford. Tal vez porque los que la critican nunca llegaron a entender del todo la filosofía del director. Aquellos que lo idolatraban, la derecha rancia y tradicionalista, no podían dar crédito a una historia realmente valiente y avanzada para su época, en la que se critica duramente el puritanismo hipócrita e intransigente, plasmado en la directora Andrews (Margaret Leighton), que oculta unas oscuras pasiones reprimidas, en este caso un lesbianismo culpable. En contraposición, Ford defiende una religiosidad más humana, compasiva y caritativa y lo hace admirablemente con una de las frases más hermosas del film: "No podemos juzgar los pecados de la carne desde detrás de nuestra muralla de celibato". Tampoco los enemigos del director supieron valorar la modernidad y sinceridad de sus planteamientos y no dieron su brazo a torcer a pesar de la contundencia del mensaje de Ford en esta película.

Sin embargo, frente al aquel puritanismo estéril y castrador, Ford contrapone la figura de la doctora Cartwright (Anne Bancroft), una mujer maltratada por la vida, que esconde un oscuro pasado que la llevó a huir de Estados Unidos (un rasgo muy típico del director, la presencia de un pasado que no conocemos y que afecta directamente al comportamiento del protagonista), una perdedora en el fondo, que sin embargo es la única con el valor necesario para salvar al resto de mujeres de la situación en que se encuentran. Es una heroína, en la tradición de otros héroes  fordianos, con un sentido del deber inquebrantable y una determinación total. El trabajo de Anne Bancroft, como en general el de todo el reparto, merece ser destacado.

No resulta sencillo, por otra parte, mantener el ritmo y el interés en una película basada enteramente en los diálogos y con una unidad de lugar absoluta, pero Ford, como había hecho en La diligencia (1939), vuelve a salir airoso gracias a un retrato preciso de los personajes. Quizá alguno, como el de la mujer embarazada y su timorato esposo, resulten un tanto excesivos en sus trazos, pero el retrato psicológico de los personajes en general es sólido y le da a la historia la tensión necesaria para mantener el interés a lo largo de los 87 minutos del film.

No faltan además, si bien en contadas ocasiones, esos encuadres del maestro llenos de poesía, de encanto y de arte. Recuerdo, especialmente, la escena en que vemos a la doctora frente a la puerta de la habitación donde se encuentra Tunga Khan, recortándose su figura en un contraluz maravilloso.

Siete mujeres, desgraciadamente una de las obras de Ford menos conocidas, es una película maravillosa y sorprendente. Sorprendente viniendo de un hombre de setenta y un años, porque está llena de fuerza, de lucidez, porque defiende sin tapujos las convicciones de su director con una modernidad desconcertante. Sorprendente porque no percibimos atisbo alguno de cansancio. Al contrario, en Siete mujeres encontramos a un John Ford ciertamente muy vivo, incisivo y combativo como nunca, y con unos principios y unos valores que dejan bien a las claras lo mal que se le juzgó a menudo, tanto por parte de sus defensores como de sus detractores.

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