Dirección: John Ford.
Guión: Janet Green y John McCormick (Relato: Norah Lofts).
Música: Elmer Bernstein.
Fotografía: Joseph LaShelle.
Reparto: Anne Bancroft, Margaret Leighton, Sue Lyon, Flora Robson, Mildred Dunnock, Betty Field, Anna Lee, Eddie Albert, Mike Mazurki, Woody Strode.
Siete mujeres (1966) es la última película que dirige John Ford. Es su despedida después de una larga trayectoria que había comenzado en el cine mudo. Y lejos de poder considerarla una obra menor, el viejo genio de Ford sigue presente y su despedida es una obra honesta, valiente y épica.
En 1935, en una remota región de China, fronteriza con Mongolia, dominada por guerreros y bandidos, los miembros de una misión americana se encuentran en peligro ante la amenaza de la llegada de Tunga Khan (Mike Mazurki), un bandido sanguinario que asola la región.
Rodada enteramente en estudio, Siete mujeres es quizá la película más polémica e incomprendida de John Ford. Tal vez porque los que la critican nunca llegaron a entender del todo la filosofía del director. Aquellos que lo idolatraban, la derecha rancia y tradicionalista, no podían dar crédito a una historia realmente valiente y avanzada para su época, en la que se critica duramente el puritanismo hipócrita e intransigente, plasmado en la directora Andrews (Margaret Leighton), que oculta unas oscuras pasiones reprimidas, en este caso un lesbianismo culpable. En contraposición, Ford defiende una religiosidad más humana, compasiva y caritativa y lo hace admirablemente con una de las frases más hermosas del film: "No podemos juzgar los pecados de la carne desde detrás de nuestra muralla de celibato". Tampoco los enemigos del director supieron valorar la modernidad y sinceridad de sus planteamientos y no dieron su brazo a torcer a pesar de la contundencia del mensaje de Ford en esta película.
Sin embargo, frente al aquel puritanismo estéril y castrador, Ford contrapone la figura de la doctora Cartwright (Anne Bancroft), una mujer maltratada por la vida, que esconde un oscuro pasado que la llevó a huir de Estados Unidos (un rasgo muy típico del director, la presencia de un pasado que no conocemos y que afecta directamente al comportamiento del protagonista), una perdedora en el fondo, que sin embargo es la única con el valor necesario para salvar al resto de mujeres de la situación en que se encuentran. Es una heroína, en la tradición de otros héroes fordianos, con un sentido del deber inquebrantable y una determinación total. El trabajo de Anne Bancroft, como en general el de todo el reparto, merece ser destacado.
No resulta sencillo, por otra parte, mantener el ritmo y el interés en una película basada enteramente en los diálogos y con una unidad de lugar absoluta, pero Ford, como había hecho en La diligencia (1939), vuelve a salir airoso gracias a un retrato preciso de los personajes. Quizá alguno, como el de la mujer embarazada y su timorato esposo, resulten un tanto excesivos en sus trazos, pero el retrato psicológico de los personajes en general es sólido y le da a la historia la tensión necesaria para mantener el interés a lo largo de los 87 minutos del film.
No faltan además, si bien en contadas ocasiones, esos encuadres del maestro llenos de poesía, de encanto y de arte. Recuerdo, especialmente, la escena en que vemos a la doctora frente a la puerta de la habitación donde se encuentra Tunga Khan, recortándose su figura en un contraluz maravilloso.
Siete mujeres, desgraciadamente una de las obras de Ford menos conocidas, es una película maravillosa y sorprendente. Sorprendente viniendo de un hombre de setenta y un años, porque está llena de fuerza, de lucidez, porque defiende sin tapujos las convicciones de su director con una modernidad desconcertante. Sorprendente porque no percibimos atisbo alguno de cansancio. Al contrario, en Siete mujeres encontramos a un John Ford ciertamente muy vivo, incisivo y combativo como nunca, y con unos principios y unos valores que dejan bien a las claras lo mal que se le juzgó a menudo, tanto por parte de sus defensores como de sus detractores.
En 1935, en una remota región de China, fronteriza con Mongolia, dominada por guerreros y bandidos, los miembros de una misión americana se encuentran en peligro ante la amenaza de la llegada de Tunga Khan (Mike Mazurki), un bandido sanguinario que asola la región.
Rodada enteramente en estudio, Siete mujeres es quizá la película más polémica e incomprendida de John Ford. Tal vez porque los que la critican nunca llegaron a entender del todo la filosofía del director. Aquellos que lo idolatraban, la derecha rancia y tradicionalista, no podían dar crédito a una historia realmente valiente y avanzada para su época, en la que se critica duramente el puritanismo hipócrita e intransigente, plasmado en la directora Andrews (Margaret Leighton), que oculta unas oscuras pasiones reprimidas, en este caso un lesbianismo culpable. En contraposición, Ford defiende una religiosidad más humana, compasiva y caritativa y lo hace admirablemente con una de las frases más hermosas del film: "No podemos juzgar los pecados de la carne desde detrás de nuestra muralla de celibato". Tampoco los enemigos del director supieron valorar la modernidad y sinceridad de sus planteamientos y no dieron su brazo a torcer a pesar de la contundencia del mensaje de Ford en esta película.
Sin embargo, frente al aquel puritanismo estéril y castrador, Ford contrapone la figura de la doctora Cartwright (Anne Bancroft), una mujer maltratada por la vida, que esconde un oscuro pasado que la llevó a huir de Estados Unidos (un rasgo muy típico del director, la presencia de un pasado que no conocemos y que afecta directamente al comportamiento del protagonista), una perdedora en el fondo, que sin embargo es la única con el valor necesario para salvar al resto de mujeres de la situación en que se encuentran. Es una heroína, en la tradición de otros héroes fordianos, con un sentido del deber inquebrantable y una determinación total. El trabajo de Anne Bancroft, como en general el de todo el reparto, merece ser destacado.
No resulta sencillo, por otra parte, mantener el ritmo y el interés en una película basada enteramente en los diálogos y con una unidad de lugar absoluta, pero Ford, como había hecho en La diligencia (1939), vuelve a salir airoso gracias a un retrato preciso de los personajes. Quizá alguno, como el de la mujer embarazada y su timorato esposo, resulten un tanto excesivos en sus trazos, pero el retrato psicológico de los personajes en general es sólido y le da a la historia la tensión necesaria para mantener el interés a lo largo de los 87 minutos del film.
No faltan además, si bien en contadas ocasiones, esos encuadres del maestro llenos de poesía, de encanto y de arte. Recuerdo, especialmente, la escena en que vemos a la doctora frente a la puerta de la habitación donde se encuentra Tunga Khan, recortándose su figura en un contraluz maravilloso.
Siete mujeres, desgraciadamente una de las obras de Ford menos conocidas, es una película maravillosa y sorprendente. Sorprendente viniendo de un hombre de setenta y un años, porque está llena de fuerza, de lucidez, porque defiende sin tapujos las convicciones de su director con una modernidad desconcertante. Sorprendente porque no percibimos atisbo alguno de cansancio. Al contrario, en Siete mujeres encontramos a un John Ford ciertamente muy vivo, incisivo y combativo como nunca, y con unos principios y unos valores que dejan bien a las claras lo mal que se le juzgó a menudo, tanto por parte de sus defensores como de sus detractores.
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