El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

martes, 14 de diciembre de 2010

El mañana nunca muere


Cuando vamos a ver una película de James Bond ya sabemos de antemano lo que vamos a encontrarnos, hasta podemos predecir las líneas generales del guión. Y sin embargo, la serie sigue funcionando a pesar de los años, los cambios de actores y las modas. ¿La clave?, pues dar lo que se promete: acción, chicas bonitas, gadgets sofisticados y el triunfo de una especie de superhombre que no deja de darnos cierta envidia, y todo bajo una envoltura más que correcta y sin más pretensiones que hacernos pasar un rato entretenido.

El magnate de los medios de comunicación Elliot Carver (Jonathan Pryce) solamente necesita los derechos de emisión en China para alcanzar la cobertura global con su empresa. Pero el gobierno chino le ha negado el permiso, por lo que planea desencadenar una guerra una guerra entre China y Gran Bretaña para conseguirlo.

El mañana nunca muere (Roger Spottiswoode, 1997) es la segunda película de la serie en que el personaje de James Bond es interpretado por Pierce Brosnan, tras GoldenEye (1995). Los puristas seguirán viendo a Sean Connery como el único James Bond posible; sin embargo, me parece que Brosnan es perfecto para el papel. Es un tipo con una planta impresionante, ciertamente elegante y atractivo y, además, me parece un buen actor y sabe dar el giro correcto a su personaje entre la fase cínica y seductora y los momentos de cólera y acción. En términos generales, me parece que encaja a la perfección en el personaje.

En cuanto a la película en sí, técnicamente es casi perfecta, salvo las escenas de los barcos, que se nota demasiado que son maquetas. Pero en cuanto a las escenas de acción, uno de los pilares en que asienta la serie, pocas pegas podemos objetarles. Son variadas, dinámicas, espectaculares (la del prólogo está muy lograda) y algunas sorprendentes (por ejemplo, el descenso de Bond y la espía china rasgando la fotografía gigante del magnate Carver o la del BMW conducido por Bond con el móvil).

Donde flojea más la película es en el argumento. La verdad es que los argumentos no son el punto fuerte de la serie, pero hay algunas entregas más trabajadas, con algo más de intriga o de tensión, algunos toques de humor realmente logrados, ... Sin embargo, en este caso el argumento es mínimo, previsible al 100%. Se ha ido directamente a la esencia: acción a raudales, entretenimiento sin complicaciones. Está tan poco trabajada la historia que nos adelantamos con precisión absoluta a lo que va a suceder, incluso adivinamos cuando Bond va a dejar caer su típica broma de humor negro tras la muerte del esbirro de turno.

Otro de los puntos débiles de la película es el villano tan flojito que contraponen a Bond. Algunas de las mejores películas de la serie lo fueron por contar con malvados realmente perfectos, como el famoso Scaramanga (Christopher Lee) de El hombre de la pistola de oro (1974) por poner el mejor ejemplo que se me ocurre. Pero el personaje de Carver no es creíble y tampoco Jonathan Pryce resulta lo suficientemente amenazador o diabólico como para que nos lo tomemos como una amenaza especialmente inquietante. Aún sabiendo de antemano el final triunfal de Bond, ha habido entregas de la serie donde el malo nos hacía temblar verdaderamente. No es el caso aquí. Tampoco su mano derecha me convence; es verdad que la presencia física de Götz Otto es contundente, pero ni el personaje está bien dibujado ni el actor es lo bastante bueno para darle carisma. Sé que no se deben hacer comparaciones, pero se queda a años luz del famoso Tiburón (Richard Kiel) de La espía que me amó (1977) y Moonraker (1979).

Otro de los puntales de la serie han sido las chicas Bond. Igual que con los malvados, ha habido grandes aciertos y grandes fracasos a lo largo de los años. En este caso, la presencia de las chicas Bond es más circunstancial que en otras entregas, en parte porque el personaje de Teri Hatcher desaparece enseguida. Para los que tuvieran dudas a cerca de su elección, me parece que Teri Hatcher, sin ser una mujer espectacular, sí que compone un personaje con carisma y mucha sensualidad y, además, le sabe dar un aire trágico pero valiente. Al final, lo mejor que se puede decir de su interpretación es que se nos hace muy breve.

La otra chica Bond es Michelle Yeoh. En este caso, su atractivo es más cuestionable y su papel es más de compañera de peleas de Bond que otra cosa. Se corresponde, seguramente, con una visión más moderna de la mujer, lejos ya de aquellas chicas Bond mucho más frágiles y pasivas de otras entregas.

El mañana nunca muere no va a pasar a la historia de la serie de James Bond. Tiene los ingredientes típicos de estas películas, pero sin que destaque ninguno especialmente. No debemos buscarle más de lo que puede darnos, que es un rato más o menos entretenido a base de mucha acción y nada más. Y algunas veces, es solamente eso lo que necesitamos: pasar el rato.

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