El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

martes, 28 de diciembre de 2010

Irma la dulce




Tras El apartamento (1960), Billy Wilder vuelve a la carga con otra comedia protagonizada de nuevo por Jack Lemmon y Shirley MacLaine, y escrita otra vez con su colaborador habitual, I.A.L. Diamond. El resultado, sin embargo, se quedará por debajo de la maravillosa película precedente debido a que este film carece de algunos de los maravillosos atributos de El apartamento: autenticidad, crítica social o los brillantes diálogos de ésta.

Un gendarme novato y un tanto ingenuo, Néstor Patou (Jack Lemmon), es destinado al conflictivo barrio de Les Halles (París). Fiel cumplidor del reglamento, decide hacer una redada en un hotel dedicado a la prostitución, en contra de las recomendaciones del dueño de un bar de la zona. Al final, su estricto sentido del deber y un lamentable mal entendido hacen que sea expulsado del cuerpo de policía. De regreso a Les Halles, un golpe de suerte lo convertirá en el chulo de Irma la dulce, de quién se enamorará perdidamente.

Irma la dulce (Billy Wilder, 1963) es la prueba de lo complicado que resulta hacer una buena comedia, incluso en el caso de un maestro como Wilder. Y no digo que la película no sea buena, pero no alcanza el mismo nivel de otras películas del director, como Con faldas y a lo loco (1959), la ya citada El apartamento (1960) o Uno, dos, tres (1961).

La película arranca bastante bien, con unos personajes que son presentados de manera concisa y muy eficaz, con lo que entramos de lleno en la historia sin pérdida de tiempo. El problema es que, a mitad de la película, la trama parece perder fuerza y el film comienza a alargarse y a hacerse un tanto pesado. Es como si la frescura y agilidad del comienzo se empantanara y al director le costara mantener el impulso y cerrar la historia de manera eficaz. Quizá le hubiera venido bien un recorte de minutos de metraje o una simplificación de la historia; tampoco me seduce especialmente el tono un tanto excesivo de los gestos de Jack Lemmon, que termina dándole un toque un tanto ridículo a su personaje y resulta algo sobreactuado. Como colofón, el final no termina de convencerme: me parece algo precipitado y metido casi a la fuerza para poder echar el telón.

Son detalles nada más, pero que impiden que Irma la dulce termina de ser un film redondo. Pero ello no impide que sea un film muy interesante y con grandes momentos. En especial, destacar el tono amable con el que se dibujan los bajos fondos; la conmovedora historia de amor que relata; el acierto del recurso a la porra de Néstor como materialización de su estado de ánimo o la ternura de algunas escenas, como el pudor de Néstor a que los vean los vecinos por la ventana. El dibujo de los personajes es sencillo, pero preciso, y hay que destacar especialmene al señor Moustache (Lou Jacobi) como un elemento dinamizador muy oportuno y que da mucho juego a lo largo de toda la película.

Jack Lemmon, actor predilecto de Wilder, está dentro de su línea habitual, si bien me hubiera gustado una puesta en escena por su parte menos gesticulante, aunque imagino que eran requistos del guión. Por su parte, el resto del reparto está perfecto, destacando una encantadora y muy creíble Shirley MacLaine.

Irma la dulce, como decía, si bien no alcanza la calidad y perfección de las mejores obras de Billy Wilder, sí que representa de manera admirable un estilo de hacer comedia basado en la sencillez y en unas historias bien trabajadas, donde se potencia también el fondo y el mensaje sin perder de vista la intención principal: hacernos pasar un rato divertido por encima de todo.

El film ganó un Oscar por su banda sonora.

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