El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

sábado, 4 de enero de 2014

Ejecutivo ejecutor



Dirección: Jan Egleson.

Guión: Andrew Klavan (Novela: Simon Brett).

Música: Gary Chang.

Fotografía: Paul Goldsmith.

Reparto: Michael Caine, Elizabeth McGovern, Peter Riegert, Swoosie Kurtz, Will Patton, Jenny Wright, John McMartin, Barbara Baxley, Philip Moon.

Graham Marshall (Michale Caine) está a punto de lograr el merecido y ansiado ascenso en su empresa de publicidad. Será la culminación de su trabajo y el premio que tanto desea. Sin embargo, en el último momento, los jefes deciden darle el puesto a otro. Camino de su casa, enojado y frustrado, es molestado por un mendigo; en la discusión, Graham lo empuja y el mendigo cae a las vías, siendo arroyado por el metro.

Ejecutivo ejecutor (1990), a pesar de su triste título en castellano, es un film con algunos elementos interesantes que, sin embargo, su director no termina de explotar convenientemente.

La clave del film es la figura de su protagonista, Graham Marshall, un ejecutivo que, a raíz de la muerte accidental de un mendigo, parece sufrir una especie de revelación. Todo lo que tiene que hacer para enderezar su vida y librarse de lo que le molesta es suprimir a todo aquél a quién detesta. Y nada mejor que empezar librándose de su esposa (Swoosie Kurtz), una insufrible egoista y amante de los lujos que lo exprime y vive de su esfuerzo como un parásito. La facilidad con la que prepara y ejecuta la muerte de su esposa da a Graham la confianza necesaria para seguir con su peculiar trabajo de limpieza. Graham no siente remordimientos por lo que hace; es más, siente una especie de liberación, aumenta su autoestima y se siente poderoso. Graham justifica sus crímenes porque las víctimas se lo merecían por hacerle la vida más difícil. Lo curioso es que para nosotros, Graham no es un asesino, no terminamos de repudiar sus asesinatos, tal vez porque las personas de quién se libra eran aún peores que él.

La clave del film es que, en contra de las normas éticas del cine norteamericano, según las cuales el crimen ha de ser catigado y un asesino jamás puede salirse con la suya, Graham Marshall sale indenme de todo lo que hace. Hasta la única persona que podría comprometerlo, su amante Stella (Elizabeth McGovern), finalmente se echa atrás; el poder de Graham es tal que no tiene ni que matarla para asegurarse de su silencio (moralmente, la muerte de Stella no estaría justificada como lo están las otras muertes, pues ella es una buena persona).

Sin embargo, pesar de este argumento tan interesante, lleno de posibilidades, Jan Egleson, un director de series de televisión, no logra darle la fuerza ni la intensidad necesarias a la película.

Para empezar, la puesta en escena es demasiado vulgar, sin nada destacable. La fotografía es realmente mala y el ritmo tampoco es demasiado bueno, con algunos bajones preocupantes. Además, tampoco los personajes están del todo bien retratados. Es cierto que el principal es Graham y de éste llegamos a conocer bastante bien sus motivaciones, pero aún así se echa de menos una mayor profundización en él, además de esa voz en off un tanto tosca y que no termina de resultar del todo convincente. El resto de personajes se quedan bastante difuminados, sin cobrar una auténtica identidad.

Ejecutivo ejecutor da la sensación, en general, de ser un film pobre, de una serie B sin mucho brillo. Lo único que desentona dentro de la mediocridad general parece ser la presencia de Michael Caine. Pero aún así, tampoco es que su trabajo sea memorable. Es más, en algunas secuencias su hieratismo e inexpresividad son preocupantes. Aún así, hay que admitir que su presencia es la que mantiene en pie el film, que difícilmente resultaría la mitad de interesante sin un actor de la talla de Caine. El resto del reparto resulta bastante anodino, sin nadie que destaque especialmente, salvo quizá la hermosa Elizabeth McGovern, aunque el director tampoco termina de sacarle todo el partido posible ni a su belleza ni a su personaje.

Ejecutivo ejecutor es un ejemplo de cómo una buena idea de base se desaprovecha por culpa de una producción muy pobre, incapaz de tallar el diamante que tenían entre manos. A pesar de ello, la originalidad del planteamiento y especialmente su carácter subversivo, saltándose las normas morales al uso, hacen que resulte interesante y que merezca la pena analizarla en lo que tiene de amoral y transgresora. 

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