El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

viernes, 3 de enero de 2014

Los vividores



Dirección: Robert Altman.
Guión: Robert Altman, Brian McKay (Novela: Edmund Naughton).
Música: Leonard Cohen.
Fotografía: Vilmos Zsigmond.
Reparto: Warren Beatty, Julie Christie, Rene Auberjonois, William Devane, Keith Carradine, Michael Murphy, Shelley Duvall, John Schuck.

En 1902, John McCabe (Warren Beatty), un jugador de cartas, llega a un remoto poblado minero en el Noroeste de los Estados Unidos; al ver que no hay mujeres en el pueblo, decide montar un prostíbulo.

Robert Altman es un director bastante peculiar. Sus films suelen tener algo especial, gusten más o menos. Y Los vividores (1971) no deja de ser una película bastante peculiar.

Tras el éxito de M*A*S*H* (1970), con el que por fin Robert Altman recibía el reconocimiento general, el director se embarca en este personal e intimista western, que supone un novedoso acercamiento a un género en franco declive en aquellos años.

Los vividores es un film lento, pesimista, sombrío. Recrea la lucha de un hombre por abrirse camino en la vida como sea y aunque parezca, al comienzo de la película, un hombre decidido e inteligente, poco a poco vamos descubriendo que no es más que un perdedor sin suerte. Todo lo que emprende termina por salirle mal. Y cuando finalmente da con un socio, la prostituta Constance Miller (Julie Christie), mucho más avispada y decidida, termina por no hacerle caso y actúa según su erróneo criterio, con lo que de nuevo vuelve a perder.

Pero más allá de los personajes protagonistas, quizá lo que más destaca en esta película sea la maravillosa fotografía de Vilmos Zsigmond, sin duda el principal atractivo de Los vividores. Zsigmond explota los tonos oscuros, las sombras, la nieve y el frío para crear una atmósfera absolutamente perfecta, triste pero de una belleza muy especial. Si a estas imágenes tan personales le unimos la constante presencia de las canciones de Leonard Cohen, tenemos un film visualmente poderoso, triste y melancólico al que Altman dota de un ritmo pausado realmente logrado.

Robert Altman también nos muestra un oeste muy diferente de la imagen que nos ofrecían los westerns clásicos. La vestimenta, así como la recreación de las casas, los caminos o las carencias materiales resultan mucho más creíbles que lo que solíamos ver anteriormente.

Sin embargo, también debemos reconocer que la película no está exenta de fallos. Así por ejemplo, el ritmo no es siempre el adecuado y la excesiva duración del film termina por pasarle factura. También se echa de menos un mayor cuidado a la hora de retratar a los personajes, especialmente a John y Constance, cuya relación no está tan bien contada como hubiera sido necesario para que cobraran más vida. Finalmente, tanta frialdad termina por pasarle factura a la historia.

Aún así, tanto el comienzo de la película, con la llegada de John al poblado minero, como los minutos finales del duelo de John con los matones de la compañía minera, están realmente logrados.

Tanto Warren Beatty como Julie Christie tienen unas muy convincentes interpretaciones; de hecho, la de Julie le valió una nominación al Oscar. Y a destacar también el resto del reparto, de rostros desconocidos pero que componen un elenco muy eficaz, que resultan absolutamente perfectos para los personajes que encarnan: rudos mineros o prostitutas de lo más vulgares.

Sin duda, una película muy original y con ese sello de un cine más personal que las típicas producciones comerciales. Merece la pena.

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