Dirección: Stephen Frears.
Guión: Nicholas Martin.
Música: Alexandre Desplat.
Fotografía: Danny Cohen.
Reparto: Meryl Streep, Hugh Grant, Simon Helberg, Nina Arianda, Rebecca Ferguson, Neve Gachev, Dilyana Bouklieva, John Kavanagh, Jorge León Martinez, David Haig.
Heredera de una gran fortuna, Florence Foster Jenkins (Meryl Streep), amante apasionada de la música e impulsora de la misma a través de The Verdi Club, decide estudiar canto para convertirse en soprano. El problema es su falta absoluta de cualidades.
La primera impresión viendo Florence Foster Jenkins (2016) fue de sorpresa absoluta ante una pareja tan extraña como la formada por Florence y su marido St. Clair (Hugh Grant). El film arranca sin presentaciones de los protagonistas y solo vamos encajando piezas progresivamente, demasiado lentamente entiendo. Por ello, durante gran parte de la película me debatía entre la incredulidad, el desconcierto y la sensación de estar viendo algo completamente surrealista. No entendía la relación de la pareja, con un marido que aparentemente adora a su mujer pero la engaña con una amante; que mantiene una mentira sobre su talento tan absurda que resulta casi inconcebible.
Del mismo modo, no se entiende que la propia Florence esté tan ciega que no pueda ver su falta de voz, su atronador canto. Surrealista. La única explicación posible, que descubrimos también un poco tarde, es que sus facultades mentales estén alteradas a causa de la sífilis que contrajo de joven.
Pienso por lo tanto que este planteamiento inicial es erróneo, pues impide disfrutar enteramente de la película. Se habría tenido que ahondar mejor, y antes, en la personalidad de los protagonistas, en el vínculo de su marido hacia ella, pues esa devoción tan incondicional queda un tanto en las sombras.
Cuando, finalmente, empezamos a comprender mejor al matrimonio, si bien nunca completamente, es cuando podemos valorar mejor sus manías, esfuerzos y debilidades y entonces la cinta gana en intensidad de manera notable, coincidiendo también, es cierto, con los momentos más dramáticos, que se agolpan en el final, en claro contraste con unos comienzos marcados abiertamente por un tono de comedia.
Salvado ese escollo, hemos de reconocer que la película está producida con esmero, cuidado y muy buen gusto. La fotografía es excelente y Stephen Frears demuestra un control absoluto de su trabajo, presentando un desarrollo impecable y sabiendo en todo momento utilizar la cámara con maestría para sacar el mejor partido de cada secuencia.
Pero el apartado donde Florence Foster Jenkins brilla de manera espectacular es con el reparto, en concreto con Meryl Streep, que tiene una de las mejores interpretaciones de su carrera. Creo que es la mejor actriz de la historia del cine y en cada nuevo papel vuelve a demostrar su talento descomunal. Su trabajo aquí es sencillamente perfecto. Hugh Grant, alejado de sus roles más característicos, mantiene también el tipo con dignidad, aunque palidece al lado de Streep. Y una mención especial para Simon Helberg, conocido por su papel como Howard Wolowitz en la serie Big Band, con un papel que convierte en suyo con total naturalidad.
Creo que esta comedia, de haberse profundizado convenientemente en los personajes, que se quedan desgraciadamente en simples bosquejos, habría sido una gran película. Con todo, es un film divertido en su arranque y tierno y conmovedor en el final y, desde luego, merece la pena simplemente por poder disfrutar del talento mágico de Meryl Streep.
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