El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

viernes, 2 de septiembre de 2022

La trampa de la muerte



Dirección: Sidney Lumet.

Guión: Jay Presson Allen (Novela: Ira Levin).

Música: Johnny Mandel.

Fotografía: Andrzej Bartkowiak.

Reparto: Michael Caine, Christopher Reeve, Dyan Cannon, Irene Worth, Joe Silver, Henry Jones, Tony DiBenedetto, Jenny Lumet. 

Sidney Bruhl (Michael Caine), un conocido dramaturgo, está pasando por una crisis creativa y sus últimas obras son grandes fracasos. Cuando recibe una obra de un alumno suyo, ve la oportunidad de volver a la senda del éxito robándosela.

Adaptación de una obra de teatro de éxito, algo que Lumet no esconde con su puesta en escena, La trampa de la muerte (1982) es cuando menos un film peculiar, original y sorprendente.

Se trata de una comedia negra que parece inspirarse en La trama (Joseph L. Mankiewicz, 1972) para darle un giro cómico y algo surrealista, lo que además no le sienta nada mal a un argumento un tanto disparatado donde priman los giros inesperados que descolocan al espectador que, en un determinado momento, está un tanto desorientado. Quizá ese sea el principal mérito de un guión que además, cuenta con momentos realmente logrados, salidas inesperadas y algunos diálogos precisos y llenos de un humor muy fino y punzante. Al menos al principio.

El problema es que el guión no logra mantener el nivel en todo momento, con lo que, tras el buen arranque, la película se va deslizando hacia un nivel más normalito, perdiendo progresivamente chispa, originalidad y calidad hasta el triste desenlace, que en parte estropea los buenos momentos anteriores y desluce el conjunto. 

La lucha a toda costa por el éxito, la fama y el dinero está en la base de la historia, con unos personajes ambiciosos y amorales. Sidney Bruhl, abocado a enfrentarse a su mediocridad tras un ya muy lejano éxito y con la cuenta bancaria tiritando, saca a relucir su lado más ruín y no repara en nada para salirse con la suya. Sin embargo, su amante Clifford Anderson (Christopher Reeve) no le va a la zaga en ambición y falta de escrúpulos. Lo que era una asociación perfecta entre ambos se envicia sin remedio por el egoismo y la desconfianza mútua. La suerte está echada.

Pero la moralidad imperante en la obra llevará las cosas al límite y dibujará una forzada moraleja donde la maldad recibirá su justa recompensa. Encuentro, sin embargo, que el desenlace, un tanto forzado, no termina de culminar convenientemente esta broma disparatada y me pareció que esa solución equidistante no acababa de ser más que una concesión ética de escasa originalidad. 

Un problema añadido de La trampa de la muerte es que este tipo de argumentos, en un espacio cerrado, pocos actores y basado exclusivamente en un duelo de diálogos, ha de tratarse con cuidado para no caer en cierta monotonía que llegue a cansar. Reconozco el buen trabajo del director, que consigue momentos muy dinámicos con encuadres interesantes o el uso de los movimientos de los actores y la cámara para agilizar el desarrollo. Aún así, creo que no logra mantener el ritmo de manera constante y tal vez algunos recortes le hubieran venido muy bien a la obra. Además, los personajes de Myra Bruhl (Dyan Cannon) y Helga Ten Dorp (Irene Worth) creo que daban mucho más juego que el que finalmente les saca el guión.

En lo que no hay duda es en la eficacia del reparto, empezando por un genial Michael Caine que vuelve a demostrar la calidad que atesora. Christopher Reeve no alcanza su nivel, pero no desentona en absoluto y Dyan Cannon e Irene Worth están sencillamente estupendas.

Si el guión hubiera logrado mantener el nivel del comienzo, estaríamos hablando de una película soberbia. Tal y como se va desenvolviendo, el resultado final es un film ameno y original, pero irregular en su conjunto.

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