Dirección: Louis Malle.
Guión: John Guare.
Música: Michel Legrand.
Fotografía: Richard Ciupka.
Reparto: Burt Lancaster, Susan Sarandon, Hollis McLaren, Kate Reid, Robert Joy, Cec Linder, Michel Piccoli, Al Waxman, Robert Goulet.
Lou Pascal (Burt Lancaster) fue en su momento un gánster de poca monta y ahora vive de lo que saca de pequeñas apuestas y de lo que le paga su vecina y viuda de su exjefe, Grace (Kate Reid), por cuidarla.
Atlantic City (1980) supone la segunda incursión del director francés en Hollywood y, como no podía ser de otra manera, es una visión muy personal del sueño americano, además de un viaje triste y directo a la realidad de los perdedores.
En los años setenta del siglo XX, Atlantic City era una ciudad en crisis. Pasada su época gloriosa, buscaba redimirse en medio de la decrepitud de sus viejos edificios. En este marco decadente, la cara oculta del sueño americano, es por donde pululan los héroes de este pequeño drama. Anti héroes, mejor dicho. Supervivientes de un pasado lejano, como Lou y Grace y aspirantes a una vida mejor, como Sally (Susan Sarandon), que sueña con ser croupier en su idolatrada Montecarlo.
Atlantic City es el retrato de Lou, un hombre en el tramo final de su vida, sin dinero, que se ha creado un pasado ficticio en el que era alguien importante, un nombre respetado y temido en el mundo del hampa. Vive esa mentira con convicción, casi podríamos pensar que se la cree. Pero en el fondo sabe que siempre ha sido un don nadie y además cobarde (su apodo, "El cagado" lo aplasta como una losa). Cuando agreden a Sally en su presencia, Lou se reprocha no haber podido protegerla. Es ahí cuando se enfrenta a la realidad, a su verdad. Curiosamente, también es entonces cuando al fin parece encontrar el valor que nunca tuvo. Y alcanza la gloria, al menos su gloria. Lou se reconcilia consigo mismo, aunque su sueño de estar junto a Sally, a la que desea con fuerza desde que la espiaba mientras ella se lavaba en la cocina, no fuera más que otro sueño utópico en su peculiar mundo de sueños.
Louis Malle no se anda con tapujos, no nos vende redención ni gloria. Su historia es triste, decadente, miserable incluso. Se acerca un poco a un documental: una cámara que retrata lo que ve, y lo que ve no tiene mucho futuro ni esperanzas.
Fruto de esa elección, la película tiene un desarrollo lento, sin grandes momentos ni glamour ni esperanza. Es un film triste, donde ni la puesta en escena ni la fotografía invitan a disfrutarla, sino más bien a sufrir con ella.
Tanto Burt Lancaster, que fue ganado enteros con la edad, como Susan Sarandon, entonces unida sentimentalmente a Malle, realizan un trabajo soberbio, pleno de autenticidad y sensibilidad. Algunas miradas de Lancaster resultan más explícitas que un discurso y transmiten sin disimulo la realidad del personaje. Sarandon, entre seductora y sufridora, logra también, con una economía encomiable, desvelarnos los sueños y fracasos de la vida de Sally.
No la consideraría, como algunos críticos que parecen deslumbrados por el nombre del director, una obra maestra, ni de lejos. Pero creo que Atlantic City es, en todo caso, un film honesto y ofrece un retrato de una época y unos personajes muy aguda, llena de comprensión y sensibilidad hacia las miserias del ser humano, sus sueños y sus ilusiones.
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