Dirección: Ira Sachs.
Guión: Mauricio Zacharias e Ira Sachs.
Música: Dickon Hinchliffe.
Fotografía: Óscar Durán.
Reparto: Greg Kinnear, Jennifer Ehle, Paulina García, Michael Barbieri, Theo Taplitz, Talia Balsam, Maliq Johnson, Anthony Angelo Flamminio, Alfred Molina.
Al morir su padre, Brian Jardine (Greg Kinnear) se traslada con su familia al piso que les dejó en herencia en Brooklyn. Allí, su hijo Jake (Theo Taplitz) conocerá a Tony (Michael Barbieri), el hijo de Leonor (Paulina García), que tiene una tienda de ropa en el bajo del piso de Brian.
En medio de un cine que se ha decantado abiertamente por la vertiente comercial, es de agradecer que de vez en cuando, sobre todo en películas de corte independiente, modestas, surjan historias que se centran en las personas, intentando mostrar el drama cotidiano, las relaciones básicas, la amistad. Todo ello lo tenemos en Verano en Brooklyn (2016), una película sobre personas normales dirigida a personas normales que aún conserven algo de sensibilidad y empatía.
La historia tiene dos vertientes: el mundo de los mayores y el de los adolescentes. La de los padres de Jake y su relación con Leonor está marcada por el cambio. Leonor tiene alquilado el bajo que pertenecía al padre de Brian, con el que más que una relación profesional les unía una gran amistad. En base a ella, Leonor pagaba un alquiler muy bajo y no hacían falta contratos: la palabra y la confianza eran la base de todo. Pero al morir el padre de Jake, éste y su hermana (Talia Balsam) imponen nuevas normas, como subir el alquiler el triple. Ellos lo justifican porque necesitan el dinero y el local es lo bastante bueno como para efectuar el cambio. Pero Leonor no puede afrontar la subida, es su ruina.
Estamos ante una situación muy habitual, donde siempre acaba imponiéndose la importancia del dinero sobre las personas. El cambio, tras la muerte del padre de Brian, muestra cómo las nuevas generaciones se mueven con otros valores, más prácticos, pero crueles.
En contraposición al mundo adulto, Verano en Brooklyn nos muestra la sencillez de las relaciones entre adolescentes. Jake y Tony se hacen amigos nada más verse, de manera natural, sin necesidad de presentaciones ni explicaciones. Uno es retraído, el otro abierto, pero lo importante es que comparten juegos, se ayudan, se entienden por encima de cualquier diferencia. Es la amistad pura. Por desgracia, los conflictos de sus padres acabarán erosionado su amistad, no porque ellos se enfrenten, sino porque los padres los separan. En el fondo, así es la vida: todo cambia rápidamente, y más en la adolescencia. Jake y Tony no se librarán.
Ira Sachs demuestra una gran sensibilidad a la hora de afrontar toda esta temática, que no se limita a las grandes líneas, sino que también se ocupa de los detalles, como la situación de Brian, que no ha logrado triunfar como actor y depende económicamente de su mujer (Jennifer Ehle). Tal vez por ello Brian no es capaz de tomar algunas decisiones y se deja llevar por los deseos de su hermana. En todo caso, la visión del mundo adulto es desconsoladora, con el fracaso y los valores trastocados imponiendo una ley del más fuerte que, en el caso de Brian, parece que solo subraya su debilidad.
Si a nivel argumental Verano en Brooklyn es un film denso y estimulante, el tratamiento del director me pareció excesivamente frío. Imagino que la idea es mantenerse neutral, dejar que la historia transcurra sin su influencia o que esta sea mínima. Pero el problema es que no consigue llegar a transmitir casi ningún sentimiento detrás de sus ideas. Estamos ante un relato casi impersonal y, al tratarse de personas y de problemas vitales, se hace imperativo aportar algo de emoción. En lugar de eso, Sachs se recrea en escenas un tanto intrascendentes, alargadas de manera innecesaria, dejando de lado un enfoque menos distante que hubiera sin duda dado el tono esencial que pedía a gritos el relato.
Ira Sachs es elegante, no cabe duda, y como muestra la escena final, tan hermosa y explícita como fría.
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