El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

domingo, 18 de julio de 2010

El invisible Harvey



Dirección: Henry Koster.
Guión: Mary Chase, Oscar Brodney (Novela: Mary Chase).
Música: Frank Skinner.
Fotografía: William Daniels (B&W).
Reparto: James Stewart, Josephine Hull, Peggy Dow, Charles Drake, Cecil Kellaway, Jesse White, Victoria Horne, Wallace Ford.

El invisible Harvey (Henry Koster, 1950) es una extravagante comedia que nos lleva a pensar inevitablemente en Capra y alguno de sus films más alocados y surrealistas como, por ejemplo, Arsénico por compasión (1944), que también cuenta con James Stewart y con Josephine Hull en el reparto. No tiene la magia de las película de éste, pero Koster consigue realizar un buen trabajo y ofrecernos una obra sumamente original y con no pocos alicientes.

Elwood P. Dowd (James Stewart) es un hombre amable y generoso con todo el mundo. Pero tiene un problema que está volviendo loca a su familia y es que afirma tener por amigo a un tal Harvey, un conejo imaginario de más de dos metros de altura que lo acompaña a todas partes. Su hermana Veta Louise (Josephine Hull) decide finalmente internarlo en un psiquiátrico.

El invisible Harvey es una adaptación de una obra teatral de Mary Chase, ganadora del Premio Pulitzer en 1945, y en cuyo guión trabajó la propia autora. Se trata de una comedia un tanto surrealista y que no deja de plantearnos algunos interrogantes a cerca de la supuesta locura del protagonista. A primera vista, parece que la figura de Harvey podría tener su origen en la adicción de Elwood P. Dowd a la bebida y en ese sentido se podría llegar a pensar que la película viene a ser una especie de oda a la dipsomanía. Es verdad que en algunos momentos es lo que el film nos hace pensar. Pero luego se van aclarando más detalles sobre el señor Dowd y Harvey y entramos en otras veredas. Harvey sería un pooka, un duende algo travieso según el folklore celta, y el bueno de Dowd habría decidido seguir un viejo consejo: en la vida hay que ser o muy listo o muy bueno; y tras probar a ser muy listo, decidió al final ser muy bueno. Así pues, se desmonta la idea de la locura o el alcoholismo y pasamos sencillamente a vérnoslas con un hombre sencillo cuya meta es ser feliz y hacer felices a cuantos se cruzan en su camino. Tampoco falta, al final de la película, una nueva vuelta de tuerca, cuando el conejo imaginario empieza a "manifestarse" de manera más palpable.

En todo caso, el mensaje parece claro: lo importante en esta vida es ser feliz, por encima de convenciones sociales y, sobre todo, por encima de la razón, que parece ser la causa de la mayor parte de los verdaderos problemas. Así se pone manifiesto cuando la hermana de Dowd comprende en qué se convertiría su hermano si permitiera que lo "curaran" con un suero. Al final, no es la imaginación la que nos puede volver locos, sino la razón.

Y a parte del mensaje de la película, hemos de reconocer el excelente trabajo de todos los actores, pero sobre todo de James Stewart, siempre perfecto y que fue nominado al Oscar por su trabajo, y de Josephine Hull, que ya había interpretado el mismo papel en Broadway y que se llevó el Oscar a la mejor actriz secundaria.

No hay comentarios:

Publicar un comentario