El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

martes, 13 de julio de 2010

El sueño eterno






Dirección: Howard Hawks.
Guión: William Faulkner, Leigh Brackett, Jules Furthman (Novela: Raymond Chandler).
Música: Max Steiner.
Fotografía:  Sid Hickox.
Reparto: Humphrey Bogart, Lauren Bacall, John Ridgely, Martha Vickers, Dorothy Malone, Regis Toomey, Elisha Cook Jr., Peggy Knudsen.

El sueño eterno (Howard Hawks, 1946) es uno de esos momentos irrepetibles del cine en que se reúnen en un mismo proyecto una serie de grandes talentos dando lugar a un film único.

Un anciano general millonario contrata a un detective privado, Philip Marlowe (Humphrey Bogart), para que investigue lo que parece ser un caso de chantaje hacia una de sus dos hijas. Un caso en apariencia sencillo pero que se irá enredando más y más conforme Marlowe se adentre en él.

El sueño eterno parte de la novela del mismo nombre de Raymond Chandler de 1939, con un guión en el que trabajó el mismo William Faulkner. Y la verdad es que la intriga es absolutamente confusa, hasta el punto que se dice que el director le preguntó a Chandler que le aclarase los detalles de la misma y éste le respondió con un "No tengo ni idea". Lo más juicioso, en este caso, es renunciar a desenredar la madeja argumental y disfrutar sencillamente de la pareja protagonista y algunas otras virtudes de la película.

Bogart y Bacall ya habían protagonizado Tener y no tener (Howard Hawks, 1944) con notable éxito, por lo que  Hawks los reúne de nuevo aprovechando la gran química que había entre ellos; de hecho, se casarían al poco de terminar el rodaje. Para ser sincero, la película pierde bastante en aquellas escenas en que no están los dos juntos. Los diálogos entre ambos son de lo mejorcito de la película, con constantes insinuaciones de índole sexual, ya que la rígida moralidad reinante impedía ser demasiado explícitos a los guionistas. La presencia de escenas llenas de erotismo es en realidad una constante de El sueño eterno. Marlowe es acosado por cada mujer que se cruza con él y todas bastante hermosas e insinuantes. Baste recordar una de las escenas más logradas en este sentido: la de Marlowe con la dependienta de una librería, encarnada por la bellísima Dorothy Malone, repleta de frases con doble sentido y rebosante de sensualidad.

Con algunas licencias respecto a ciertas normas del género (no hay una, sino dos mujeres fatales, no hay flashbacks ni voz en off y el protagonista no es un perdedor), El sueño eterno recorre los bajos fondos de la sociedad insinuando, más que mostrando abiertamente, un submundo de drogas, homosexualidad, pornografía, apuestas y crímenes, ante los que Marlowe se muestra impasible y cínico, por encima de todos salvo, tal vez, una mujer bonita.

Junto a los diálogos maravillosos ya mencionados, habría que mencionar la espléndida fotografía en blanco y negro de Sidney Hickox y la música de Max Steiner como otros de los aciertos del film. Pero, por encima de todo, me quedaré con la presencia de Bogart y Lauren Bacall; solamente con ellos dos da la impresión de que nos basta y cada vez que se juntan en la pantalla terminamos por olvidarnos del argumento de la película, que no deja de ser interesante a pesar, como decía, de su confusión poco menos que indescifrable.

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