El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

jueves, 22 de julio de 2010

Esta tierra es mía


Primera película de Jean Renoir tras exiliarse en los Estados Unidos en 1940, Esta tierra es mía (1943) se inscribe en una época muy concreta y en esa militancia de Hollywood por los aliados durante la Segunda Guerra Mundial, lo que explica el discurso político de la película.

Durante la ocupación nazi de un país europeo, la vida de un pueblo se ve lógicamente alterada por la presencia de las tropas alemanas. Algunos, como el alcalde, se prestan voluntarios a colaborar con el enemigo; otros se dedican a resistir y al sabotaje; otros, como el profesor Arthur (Charles Laughton), un cobarde consumado, intentan sobrevivir como buenamente pueden.

Esta tierra es mía es, en esencia, un film político con una defensa vigorosa de la libertad y los valores que encarna la Constitución de los Estados Unidos y un ataque frontal al nazismo y, por extensión, a cualquier régimen totalitario que usurpe la libertad y el poder al pueblo. Hay que entenderlo por el momento histórico en que se filma. Pero aún tratándose de una película con una finalidad muy clara, hay maneras y maneras de afrontar un tema así y Renoir lo hace sin renunciar a su humanismo y a esa manera sencilla y tan tierna que tiene de contar una historia.

Así, a parte de su enérgico mensaje, claro, conciso y hermoso (la colosal interpretación de Laughton es fundamental para conseguir conmover y convencer al espectador), Renoir nos presenta una maravillosa historia de amor platónico, enternecedora y bella, con algunos momentos sublimes, como cuando Charles Laughton declara finalmente su amor a una sorprendida y agradecida Maureen O'Hara. También asistimos a la evolución de un hombre cobarde que consigue, al fin, sobreponerse a sus miedos y aceptar su destino con dignidad, ganándose el respeto y la admiración de todos, en especial de sus alumnos, en una preciosa escena final en el aula.

Además, Jean Renoir evita descalificar a los nazis describiéndolos como monstruos crueles y casi irracionales, algo en que se suele caer a menudo. Renoir nos muestra al oficial alemán al mando, interpretado de manera soberbia por Walter Slezak, como un hombre astuto, paciente, hábil y cínico que sabe mover los hilos con cautela para obtener lo que desea. Ésto lo hace mucho más creíble, y más temible, y estoy convencido que los alemanes eran en general más parecidos a lo que vemos en el film que a la imagen un tanto exagerada de presentarlos de otras películas.

Rodada sin demasiado medios, lo que se nota en una puesta en escena muy parca, la película se apoya en un guión muy bueno del propio Renoir y de Dudley Nichols y, especialmente, en un reparto asombroso donde se lleva la palma, como apuntaba anteriormente, un magnífico Charles Laughton. Cada escena en que aparece es sólo suya y el discurso en el juicio es el momento álgido de un trabajo sobresaliente. Pero además, me encanta la actuación de Maureen O'Hara, el ya citado Walter Slezak, George Sanders y, por supuesto, Una O'Connor, secundaria de lujo y portentosa como madre posesiva y sobreprotectora del miedoso profesor.

En resumen, un film muy interesante, comprometido con unas ideas, pero sin renunciar a contarnos también una bonita historia sobre las debilidades y grandezas del ser humano con una sensibilidad maravillosa, algo en lo que Renoir era una maestro. 

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