El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

martes, 27 de julio de 2010

Llamada para un muerto



Llamada para un muerto (Sidney Lumet, 1966) está basada en la novela del mismo título de John le Carré y nos acerca al mundo de los servicios secretos, que tan bien conocía le Carré, por haber sido él mismo un espía.

Samuel Fennan (Robert Flemyng) es un empleado del Foreing Office del que se recibe una carta anónima en la que se le acusa de haber pertenecido al Partido Comunista. Charles Dobbs (James Mason), miembro del Servicio Secreto, es encargado de entrevistarlo y no encuentra nada alarmante en Fennan. Sin embargo, horas después de la entrevista, Fennan se suicida.

Para aquellos que hayan leído la novela de le Carré, Llamada para un muerto resultará un film decepcionante. No se entiende, de entrada, que Lumet cambie el nombre al protagonista y el famoso y entrañable George Smiley se transforme en Charles Dobbs. Tal vez se deba a que Lumet no sólo cambió el nombre del protagonista, sino también su personalidad; puede que por distanciarse del original, discutible opción, aunque legítima. A partir de aquí, el desarrollo de la película no alcanza el nivel de la novela.

Sin embargo, sería injusto analizar la película comparándola con el libro. Lo mejor es olvidarnos de los orígenes del film y centrarnos en sus méritos, o deméritos, intrínsecos.

Lo primero que llama la atención es que parece una obra sin rematar, como si faltara pulir algunos detalles o si algunos cortes la hubieran dejado algo incompleta. No se si fue un fallo en el montaje, pero en algunos momentos tenemos la impresión de que nos quedamos a medias. Desgraciadamente, ello afecta tanto a la intriga como a los personajes.

La trama de la película es perfecta y nos atrapa desde el principio, al adivinar que algo no encaja en el supuesto suicidio de Fennan. Pero Lumet no logra sacarle todo el jugo. Es más, la enmaraña sin motivo, deja que la intensidad se vaya diluyendo, alterna las fases de la investigación con el problema matrimonial de Dobbs, pero sin darle la necesaria profundidad a ninguna de las dos. Y con ello, la película pierde fuerza y si bien, al tratarse de un film de intriga, la historia y el posible desenlace nos mantienen en vilo, uno acaba convencido que tal historia merecía otro tratamiento.

Y lo mismo sucede con los personajes, que se nos quedan a medias, un tanto indefinidos, como si se hubiera pasado de largo sobre muchos detalles. Y es además un tanto triste cuando vemos el buen reparto con el que contaba el director (James Mason, Simone Signoret, Harry Andrews, Maximilian Schell, ...) Pero hasta James Mason, un actor estupendo, está aquí sobreactuado y muy poco convincente.

La dirección de Lumet tampoco es brillante. De nuevo da la impresión de que el film se quedó a medio hacer y en algunas secuencias el tratamiento es bastante frío, como distante. Y el desenlace, en el muelle, tampoco me terminó de convencer, tal vez porque conociendo la personalidad del Smiley de John le Carré, esa agresividad suya me resultase del todo artificial.

En resumen, Llamada para un muerto es una de esas películas de las que uno piensa que hubieran podido dar muchísimo más de sí y terminas con la frustración de ver como con tan buena materia prima se alcanza tan poquito.

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