El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

lunes, 3 de enero de 2011

Sólo el cielo lo sabe




Dirección: Douglas Sirk
Guión: Peg Fenwick (Relato: Edna L. Lee y Harry Lee)
Música: Frank Skinner
Fotografía: Russell Metty
Reparto: Jane Wyman, Rock Hudson, Agnes Moorehead, Conrad Nagel, Leigh Snowden, William Reynolds, Charles Drake, Virginia Grey, Gloria Talbott

Solo el cielo lo sabe (Douglas Sirk, 1956) se inscribe en el subgénero del melodrama romántico, donde el director de origen alemán cosechó sus mayores éxitos y por el que es recordado como uno de los mejores exponentes del mismo.

Cary Scott (Jane Wyman), una viuda madura con una buena posición social, se enamora de un apuesto jardinero, Ron Kirby (Rock Hudson), muchos años más joven que ella. A pesar de la diferencia de edad y de clase social, se aman profundamente y deciden casarse. Sin embargo, Cary se tendrá que enfrentar al desprecio de sus amistades y, lo que es peor, a la ferrea oposición de su dos hijos, que rechazan a Ron por no pertenecer a su misma clase social. Cary, vencida por las circunstancias, decide no casarse con Ron.

Con la misma pareja protagonista que en Obsesión (1954), recordemos de paso la predilección de Sirk por Rock Hudson, Douglas Sirk nos sirve en bandeja un muy académico melodrama, tan preciosista a nivel formal (música, fotografía, encuadres, etc.) como acartonado. La base de Solo el cielo lo sabe es un ataque feroz contra las convenciones sociales, la hipocresía, el conservadurismo, el clasismo y el menosprecio a lo que no pertenezca a la misma esfera social. La viuda Cary aún puede rehacer su vida y volver a enamorarse, pero siempre que el afortunado sea alguien de su misma condición social. Se lo dejan muy claro sus amigos y sus propios hijos. Pero cuando presenta a su prometido, un simple jardinero, la oposición será feroz.

La idea es correcta, puede resultar más o menos actual o parecer que esos prejuicios se han superado. Está claro que los prejuicios de los años cincuenta se han ido venciendo, pero otros los han remplazado, como el rechazo a los inmigrantes, por ejemplo. Y la tendencia de las clases adineradas a perpetuarse cerrándose a incorporaciones extrañas sigue siendo una realidad.

¿Porqué entonces Solo el cielo lo sabe nos parece una película anticuada? Pienso que porque no es una buena propuesta. Quizá por ser hija de su tiempo y tener que conservar ciertas formas, tal vez por presentarse de una manera tan edulcorada... el caso es que la película no termina de convencer ni de emocionarnos como debiera, tratándose de un melodrama. Porque a pesar del drama de la pareja protagonista al ver la oposición general a su amor, no percibimos en ningún instante el dolor de la renuncia. En ello tiene mucho que ver que los diálogos son, en general, tremendamente grandilocuentes y nada originales; que los protagonistas parecen siempre acartonados, casi sin sangre en la venas; no percibimos verdadera química entre Rock Hudson y Jane Wyman y la manera en que el director nos cuenta el melodrama tampoco creo que sea la más correcta: la historia parece avanzar a base de escenas casi inconexas, de secuencias llenas de estereotipos, impecablemente filmadas y en decorados perfectos, pero que, por eso mismo, resultan falsos y hasta un tanto cursis (el límite entre lo bucólico y la cursilería se sobrepasa sin el mínimo reparo hacia la segunda). Los hijos y la mayoría de los personajes secundarios están tremendamente estereotipados y no terminan de convencernos.

En general, se trata de una propuesta demasiado cuidada, demasiado "bien hecha" y, por lo tanto, fría y sin alma. Una película quizá demasiado anclada en su momento, tan bien intencionada (el amor rompe barreras) como irreal y que el paso de los años ha dejado en casi nada, al menos a nivel de mensaje. Sólo la cuidadosa puesta en escena, no exenta de cursilería, nos habla de un trabajo meticuloso y con ciertas pretensiones estéticas. Quede pues como curiosidad y como ejemplo de una manera de hacer cine que se ha perdido en el tiempo.

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