El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

viernes, 12 de febrero de 2016

El caso Slevin



Dirección: Paul McGuigan.
Guión: Jason Smilovic.
Música: Joshua Ralph.
Fotografía: Peter Sova.
Reparto: Josh Hartnett, Bruce Willis, Lucy Liu, Morgan Freeman, Ben Kingsley, Stanley Tucci, Mykelti Williamson, Danny Aiello, Robert Forster, Corey Stoll.

A Slevin (Josh Hartnett) las desgracias no le vienen nunca solas: el mismo día que pierde su trabajo, su casa es declarada ruinosa y descubre además a su novia acostándose con otro. Harto, decide irse a Nueva York, a casa de un amigo. Pero nada más llegar, le roban la cartera y unos mafiosos lo confunden con su amigo, que al parecer les debía mucho dinero.

El caso Slevin (2006) es una de esas películas un tanto complicadas de analizar. Por un lado, uno es consciente que ha pasado un rato entretenido y eso es en sí positivo. Pero por otra parte, también soy consciente de que el argumento es tramposo a más no poder y que, bajo esa brillante apariencia, la película tiene un muy limitado contenido.

El film de McGuigan es, sobre todo, un pulido y cuidado ejercicio de estilo, con una eficaz puesta en escena, recurriendo a chillones decorados que le dan a la película un aire extraño, antiguo y algo hortera. El director parece disfrutar con la búsqueda de ángulos curiosos; la profusión de diálogos, a veces ingeniosos, otras tan solo pedantes; también contamos con una cuidada fotografía y una banda sonora muy acertada.

Y además, la película es confusa al comienzo, deliberadamente, lo que contribuye a que nos mantengamos atentos, para no perder detalle y para ver cómo podemos ir hilvanando una serie de secuencias en principio sin conexión evidente pero que sabemos que, como un puzzle, terminarán encajando.

El guión, además, tiene un tono de humor que resulta muy interesante, al menos al principio, porque más tarde, lamentablemente, se pierde.

Y como guinda del pastel, El caso Slevin cuenta con un reparto espectacular donde destacan Morgan Freeman, Bruce Willis, Stanley Tucci y Ben Kingsley. Pero además, Josh Hartnett nos sorprende con un trabajo impecable. Y para completar el elenco, la hermosa Lucy Liu con un papel lleno de energía.

En definitiva, la película cuenta con un puñado de buenos argumentos para triunfar. Pero..., lamentablemente no lo hace. Y la culpa es de una incomprensible torpeza argumental, un guión falso a más no poder, inverosímil y hasta ridículo, en especial hacia el final, que nos deja boquiabiertos de estupor. ¿Por qué no han sabido hacer algo menos rebuscado, menos circense?

Ya teníamos alguna que otra sospecha sobre la talla real de la historia por pequeños detalles iniciales, como una la confusión de personalidades, entre Slevin y su amigo, que parecía no importar a nadie y la extraña sospecha de que debajo de la brillante superficie puede que no hubiera gran cosa. Incluso algunos diálogos resultaban un tanto absurdos. Pero la intriga conseguía mantenernos en vilo.

Sin embargo, es cuando toca poner las cartas boca arriba, al final, cuando se descubre el enorme engaño, la artificiosidad de la historia, lo rocambolesco de algunos momentos, que además eran del todo evitables. La conclusión que uno saca es que el guionista es un bromista consumado o un aficionado a los números de magia. Todo con tal de salirse con la suya, de rizar el rizo sin sonrojo. Una pena, porque la película podía haber sacado nota. Lo que queda en evidencia es que parece que hoy en día prima la vía fácil y que no hay talento suficiente para crear entramados mínimamente inteligentes.

Así pues, sensación agridulce. Un film que entretiene, es cierto, pero que decepciona enormemente con un final que parece casi una broma.

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