El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

miércoles, 4 de julio de 2018

La señora Miniver



Dirección: William Wyler.
Guión: Arthur Wimperis, George Froeschel, James Hilton y Claudine West (Novela: Jan Struther).
Música: Herbert Stothart.
Fotografía: Joseph Ruttenberg.
Reparto: Greer Garson, Walter Pidgeon, Christopher Severn, Teresa Wright, Richard Ney, Dame May Whitty, Henry Travers, Henry Wilcoxon, Reginald Owen, Peter Lawford.

La señora Miniver (Greer Garson) es un ama de casa de clase media, felizmente casada y orgullosa madre de tres hijos. Sin embargo, su vida tranquila y despreocupada se verá súbitamente truncada con el estallido de la Segunda Guerra Mundial.

El cine bélico ha dejado, y seguirá dejando, memorables títulos que ofrecen casi siempre la visión de la guerra desde el punto de vista de los vencedores. Pero el género ha dado para mucho más, como documentales, por ejemplo, o películas tan curiosas como La señora Miniver (1942), donde el héroe no es un soldado, como sería de esperar, sino una sencilla ama de casa.

La película nació en un momento en que la guerra aún estaba indecisa, con los alemanes triunfando en Europa y con Inglaterra resistiendo los bombardeos estoicamente. Para levantar la moral de la población surgió esta película que, en palabras de Winston Churchill, "ha hecho más para ganar la guerra que una flota de destructores". Se trata pues de un film de propaganda con una finalidad muy concreta. Sin embargo, el excelente guión y una buena dirección a cargo de William Wyler, de origen alemán precisamente, hacen que, vista hoy en día, la película sea mucho más que un film propagandístico.

Y es que lo que primero llama la atención de La señora Miniver es el meticuloso, cuidado y cariñoso retrato de los personajes. Se trasmite amor hacia el ser humano, hacia su bondad, su comprensión y la importancia también de la familia, núcleo y pilar de la civilización. Donde se percibe más claramente el carácter propagandístico del film es con la figura del piloto alemán que, a pesar de la ayuda que le ofrece la señora Miniver, demuestra su irracional fanatismo. Quizá porque, en este caso, no se trate de una persona, sino de una representación de la locura nazi.

Pero el resto de personajes nos presentan una sociedad amable, cariñosa, unida. Es cierto que en general parece todo un tanto bucólico, pero Wyler consigue controlar el tono y no se permite caer en lo sensiblero, ni siquiera en los momentos más delicados de la historia, logrando un perfecto equilibrio entre la emotividad y un relato equilibrado.

Y es que en La señora Miniver la propaganda no reside en las grandes gestas militares, sino en cómo afecta la guerra a aquellos que se quedan en la retaguardia: esposas, niños o ancianos. Sentimos su miedo a la pérdida de sus hijos en la guerra, su angustia durante los bombardeos, su esperanza en un final cercano. Pero también el mensaje es de esperanza, de fortaleza. La gente sigue con sus vidas, renunciando a muchas cosas, adaptándose a la guerra, pero disfrutando también de sus tradiciones, como el concurso de flores, o dejando espacio para enamorarse.

Además, William Wyler cuenta con la inestimable ayuda de un reparto prodigioso, quizá no grandes nombres, pero sí actores de una solidez indestructible, empezando por la protagonista, una Green Garson soberbia que mereció la recompensa del Oscar por un trabajo impecable. A su lado, Walter Pidgeon, un gran actor de musicales que supo reconducir su carrera y que, además de este espléndido trabajo, es recordado por su papel en ¡Qué verde era mi valle! (John Ford, 1941). Entre el resto de secundarios, igualmente impecables, destacar, como no, a Teresa Wright, la joven esposa llena de encanto, inolvidable también en La sombra de una duda (Alfred Hitchcock, 1943); o el inimitable Henry Travers, consagrado como el bondadoso ángel de Qué bello es vivir (Frank Capra, 1946), con una papel aquí también de anciano entrañable; o Damme May Whitty, la aristócrata cascarrabias que había protagonizado Alarma en el expreso (Alfred Hitchcock, 1938). Con estos mimbres resulta mucho más sencillo hacer un buen cesto.

La señora Miniver ganó nada menos que seis Oscars: mejor película, mejor actriz (Green Garson), mejor director, mejor actriz de reparto (Teresa Wright), mejor guión adaptado y mejor fotografía en blanco y negro.

Lo mejor de todo creo que es que, aún hoy en día, resulta un hermoso film, con muchos más alicientes que el motivo por el que fue hecha.

No hay comentarios:

Publicar un comentario