El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

sábado, 21 de julio de 2018

Alec Guinness



Si hay un actor camaleónico por excelencia este es sin duda Alec Guinness, y el mejor ejemplo de esa cualidad de adoptar y adaptar cualquier papel lo tenemos sin duda en la película Ocho sentencias de muerte (Robert Hamer, 1949), donde el actor interpreta a los ocho personajes del título, incluida una mujer.

Sin embargo, más allá de esa facilidad para cambiar de piel, lo más sorprendente de este actor es su inconmensurable talento. Y eso que no encajaba del todo con el prototipo de galán del star system americano. Por suerte, Alec había nacido en Inglaterra.

Hijo de una madre soltera, nació en Londres el dos de abril de 1914, y jamás supo quién fue su padre. De naturaleza tímida, de pequeño fue un niño solitario que encontraría en la interpretación la manera de expresarse ante los demás.

Si hablamos de vocación, ésta se le puede aplicar sin reservas a Alec Guinness, que ya en la escuela descubriría su gran pasión: actuar. Así que pronto se orientó hacia el mundo del teatro, estudiando en la Fay Compton Studio y debutando en 1934 en Queen Cargo, donde ya interpreta, a modo de premonición, a tres personajes diferentes. En esos años trabajará en algunas adaptaciones de Shakespeare y Chejov, cimentando su talento, al igual que habían hecho otros célebres actores británicos que habían comenzado en el teatro, como Laurence Olivier, Ralph Richardson o John Gielgud. El propio actor reconocía en sus memorias que acudir al teatro, maquillarse y salir a escena era lo que más le gustaba en la vida.

Sería su trabajo en Grandes esperanzas, adaptación teatral de la novela de Charles Dickens, en 1939, lo que despertará la atención del director David Lean y, tras el paréntesis de la Segunda Guerra Mundial, éste lo llamaría para trabajar en su adaptación al cine de esa misma obra, bajo el título de Cadenas rotas (1946). Aunque había aparecido en un papel muy secundario y sin acreditar en la película La canción del crepúsculo (Victor Saville, 1934), éste trabajo con Lean debe ser considerado el verdadero debut de Alec Guinness en el cine; y el comienzo también de una fructífera relación entre el director y el actor que nos dejará, como veremos más adelante, algunas gloriosas películas que están entre lo mejor de los dos artistas y que forman ya parte de la historia del cine.

En 1948 repite con otra adaptación literaria de Dickens: Oliver Twist, también bajo las órdenes de David Lean, y donde podemos verlo en una de sus caracterizaciones más logradas y recordadas: el ladrón Fagin, donde está casi irreconocible. Lean consigue en este drama retratar con crudeza los bajos fondos de la sociedad inglesa de aquella época.

Sin embargo, será trabajando en los famosos estudios Earling y sus disparatadas comedias donde Guinness irá cimentando su carrera, apoyado en una versatilidad asombrosa, como demuestra en la ya mencionada Ocho sentencias de muerte (Robert Hamer, 1949). Del mismo año es A Run for Your Money (Charles Frend), sobre dos mineros galeses que ganan un premio de 100 libras y entradas para un partido de rugby en Londres.

En 1950, cambiando de registro, rueda el drama Las últimas vacaciones (Henry Cass), sobre un hombre que descubre que le poco tiempo de vida y decide pasarlo disfrutando de sus últimos meses en un lujoso hotel. Ese mismo año rueda El diablillo y la reina (Jean Negulesco), volviendo de nuevo a la comedia. La película narra como un niño, deseando conocer a la reina Victoria, se cuela en el palacio.

Alec Guinness tendrá la suerte de trabajar en algunas de las más míticas comedias de los estudios Earling, como Oro en barras (Charles Crichton, 1951), interpretando a un empleado de banco que, cansado de su triste vida, planea el robo de oro de su empresa. Por este trabajo recibirá su primera nominación al Oscar como mejor actor. 

En 1951 protagoniza también la comedia El hombre del traje blanco (Alexander MacKendrick), en el que da vida a un inventor que crea el traje irrompible y que no se mancha, lo que provocará la oposición de industriales y obreros del textil por miedo a quedarse sin trabajo. El personaje (Ronald Neame, 1952) es otra amable comedia sobre un joven ambicioso con pocos escrúpulos.

Esta década será muy fructífera y el actor no dejará de rodar una película tras otra. Son obras menores, pero con algunos hitos en la historia del cine inglés del momento. Así, en 1953 participa en dos películas más: El paraíso del capitán (Anthony Kimmins), sobre un marino con dos amores en diferentes ciudades, e Historia de Malta (Brian Desmond Hurst), un drama bélico ambientado en la Segunda Guerra Mundial.

En 1954, mientras rodaba El detective (Robert Hamer), en el que Guinness da vida al padre Brown, un párroco con alma de detective, el actor y su esposa de convertirán al catolicismo. También con Robert Hamer trabajará en A París con el amor (1955), de nuevo una comedia romántica ligera. Y ese año, 1955, también dará para un drama como El prisionero (Peter Glenville), donde Alec Guinness será un cardenal acusado de traición dentro del marco de la Segunda Guerra Mundial. Para la televisión, rodará Baker's Dozen (Desmond Davis).

Pero la película más importante de ese año será El quinteto de la muerte, de nuevo a las órdenes de MacKendrick. Se trata de una célebre comedia negra, convertida ya en un clásico del cine inglés, sobre un grupo de ladrones que instalan su cuartel general en casa de una anciana a la que, cuando descubre sus planes, intentarán silenciar. La película tuvo un muy buen remake en 2004 dirigido por los hermanos Coen y donde el personaje de Alec Guinness será interpretado en esta ocasión por Tom Hanks.

Con El cisne (Charles Vidor, 1956), el actor da el salto a Estados Unidos. La película es un melodrama sobre una joven obligada a casarse con un hombre al que no ama. Ambientada en Europa, comparte cartel con Grace Kelly, que ese mismo año se retiraría del cine para convertirse en princesa de Mónaco.

Sin embargo, Alec Guinness seguía siendo a estas alturas básicamente un buen actor inglés. El salto definitivo a la fama mundial y el reconocimiento a su descomunal talento le llegará de la mano de su descubridor para el cine, David Lean, y su soberbia El puente sobre el Río Kwai (1957), con la que ganará el Oscar al mejor actor dando vida al polémico coronel Nicholson, cuyo sentido del deber y fidelidad a las normas le lleva a un acto que se asemeja mucho a la traición. La película, soberbio film que trasciende el género bélico para mostrarnos una reflexión muy profunda sobre el ser humano y conceptos como la obediencia, el deber o la disciplina, ganó siete Oscars y dejó claro que su protagonista era un actor colosal.

De nuevo en los estudios Earling, el actor rodará Barnacle Bill (Charles Frend, 1957), comedia sobre un marino que le tiene miedo al mar. Sigue al año siguiente, en Inglaterra, con otra comedia, Un genio anda suelto (Ronald Neame), donde será un excéntrico pintor londinense y por la que recibió una nueva nominación al Oscar, pero esta vez por el guión de la película, adaptado por el propio actor. Y, de nuevo a las órdenes de Robert Hamer, rodará en 1959 un film de intriga, Donde el círculo termina, en la que un acaudalado conde engaña a un hombre que se le parece muchísimo y le obliga a hacerse pasar por él.

Vuelve a trabajar para la televisión ese mismo año en la serie Startime, en esta ocasión en Estados Unidos. La serie se componía de varios capítulos independientes, como uno de Alfred Hitchcock u otro que hacía un remake de El cantor de Jazz, con Jerry Lewis. El episodio protagonizado por Guinness era The Wicked Scheme of Jebal Deeks, sobre un empleado de banca que en veinte años no ha recibido ningún ascenso, lo que le lleva a intentar cambiar su situación, y le supuso al actor ser nominado a los Emmy como mejor actor.

Esta fructífera década en la carrera de Guinness se cierra con su trabajo en Nuestro hombre en La Habana (Carol Reed, 1959), adaptación de la conocida novela de Graham Greene, donde interpreta a un comerciante inglés que se ve involucrado, contra su voluntad, en el mundo del espionaje.

El broche de oro a esta prodigiosa década lo pondrá su nombramiento como Caballero en 1959 por la Corte británica, por sus méritos como actor. Desde entonces será Sir Alec Guinness.

La década de los 60, crucial en la carrera del actor, comienza con un drama militar inglés en torno a la disciplina que quiere imponer el nuevo oficial al mando de un regimiento, Whisky y gloria, de Ronald Neame. Y siguiendo con esa alternancia de continentes, la siguiente película de Alec Guinness la rueda para la Warner. Se trata de un drama con toques de comedia dirigido por Mervyn LeRoy, A Majotity of One (1961), sobre la relación amorosa de una judía y viudo japonés, papel interpretado por Alec Guinness. Al año siguiente regresa la cine inglés con Motín en el Defiant (Lewis Gilbert), que viene a ser la réplica de la Columbia Pictures a Rebelión a bordo (Lewis Milestone), de la Metro, y que se estrenó también ese mismo año.

Pero la película que marcará ese 1962 será, de nuevo de la mano de David Lean, la espectacular Lawrence de Arabia, donde encarna a un astuto y algo desengañado Príncipe Feysal, con una nueva caracterización más, esta vez de árabe. La película, sobre la vida del polémico y enigmático militar inglés se llevó siete Oscars, demostrando de nuevo la genialidad del director para las grandes super producciones, siempre con mucho más que contar que las meras hazañas militares.

En 1964 participó en el reparto de La caída del Imperio Romano (Anthony Mann) dando vida a Marco Aurelio. Con Situación desesperada, pero menos (Gottfried Reinhardt, 1965), Guinness regresa a la comedia, esta vez en un ambiente militar, donde se cuenta cómo un funcionario alemán mantiene a dos militares americanos prisioneros una vez terminada la Segunda Guerra Mundial.

Y en 1965 también, otra vez con David Lean, Alec Guinness vuelve a crear unos de sus personajes inolvidables al interpretar a Yevgraf, el hermano comunista de Yuri en Doctor Zhivago, la tercera gran super producción de Lean ganadora esta vez de cinco Oscars. De nuevo una obra maestra, un film espectacular, hermoso y cautivador, sobre la naturaleza humana expuesta a situaciones extremas. Será la última gran película de Lean.

A estas alturas, Alec Guinness es una figura reconocida en todo el mundo, actuando tanto como protagonista como gran secundario en muchas películas. Sin embargo, cualquier papel que interpreta lo dota de una profundidad inusual, creando personajes que han pasado a la historia del cine sin ser precisamente las primeras figuras del reparto, como en el caso de Doctor Zhivago, donde comprobamos cómo llena la pantalla en las breves escenas en que es protagonista. Su personaje destila fuerza y autoridad, pero a la vez es capaz de dotarlo de un lado amable, comprensivo y hasta tierno.

Hotel Paradiso (Peter Glenville, 1966), una comedia romántica que había tenido gran éxito en su versión teatral, con Alec Guinness también de protagonista, fue su siguiente película, ambientada en un hotel que sirve de lugar de encuentro para citas románticas. A esta película le siguió, ese mismo año, Conspiración en Berlín (Michael Anderson), un thriller de espionaje no demasiado brillante.

En 1967, con Los comediantes, vuelve a trabajar a las órdenes de Peter Glenville. Con guión de Graham Greene, autor de la novela en que se basa la película, ésta destaca especialmente por el buen reparto, donde Guinness comparte cartel con Richard Burton, Elizabeth Taylor, Peter Ustinov y Lillian Gish en una trama centrada en el Haiti de Duvalier.

En 1969 participó en un capítulo de la serie de televisión Thirty-Minute Theatre, una serie de la BBC de capítulos cortos que servía de entrenamiento para nuevos escritores y que se extendió de 1965 a 1973. Y también intervino en otra serie en la misma época, ITV Saturday Night Theatre, serie de la ITV entre 1969 y 1974, que también era una especie de campo de entrenamiento para escritores y actores que empezaban sus carreras.

En 1970 será el rey Carlos I en Cromwell (Ken Hughes), drama histórico donde nos deja otro más de su impecables trabajos. También en 1970 participará en un proyecto del todo diferente: el musical Muchas gracias, Mr. Scrooge (Ronald Neame), que no es más que una nueva adaptación de Cuento de Navidad de Charles Dickens.

Con un papel secundario, Guinness trabajará en Hermano sol, hermana luna (Franco Zeffirelli, 1972), una producción italiana sobre la vida de Francisco de Asis.

Al año siguiente será el protagonista de Hitler: los diez últimos días (Ennio De Concini), que retrata los últimos días de Hitler en el poder. Para la televisión rodará The Gift of Friendship (Mike Newell, 1974). Y repetirá para la televisión en Caesar and Cleopatra (James Cellan Jones, 1976) interpretando a Júlio César.

Volverá a la comedia en la surrealista y disparatada Un cadáver a los postres (Robert Moore, 1976), donde encarna a un genuino mayordomo... ciego en esta pequeña parodia que se burla de las novelas de detectives.

Y con La guerra de las galaxias (George Lucas, 1977), que más tarde, con la aparición de nuevos episodios de la saga cambiaría su título por La guerra de las galaxias. Episodio IV: Una nueva esperanza, le llegaría uno de sus papeles más conocidos: el de Obi-Wan Kenobi, el maestro Jedi que enseña al joven Luke Skywalker. Por este trabajo volvió a ser nominado al Oscar como mejor actor de reparto.

Sin embargo, a pesar del éxito de la película y la gran aceptación de su papel por los fans de la saga, Alec Guinness no se sentirá muy a gusto en esta producción, que le parecía una solemne tontería. Solamente aceptó el trabajo por las excepcionales condiciones económicas del acuerdo, con una participación en los beneficios que resultó muy beneficiosa para él y que le obligaba a participar también en las continuaciones El imperio contrataca (Irvin Kershner, 1980) y El retorno del Jedi (Richard Marquand, 1983). Incluso la muerte de su personaje en el film se 1977 se dice que fue una petición suya para poder dejar el proyecto.

En esa época, Alec Guinness rodará dos mini series de televisión dando vida a George Smiley, el agente secreto protagonista de las novelas de John Le Carré. Son Calderero, sastre, soldado, espía (John Irving, 1979) y Los hombres de Smiley (Simon Langton, 1982). Una vez visto su trabajo, resulta imposible concebir otro actor más apropiado para encarnar al astuto y discreto agente británico.

En 1980, la academia de Hollywood le otorgaría su segundo y último Oscar, esta vez honorífico, en reconocimiento a su gran contribución a la historia del cine.

No siempre participó en buenas películas y un buen ejemplo de ello es Rescaten el Titanic (Jerry Jameson, 1980), una película ambiciosa pero fallida que intenta mezclar drama con thriller sin mucha convicción.

En 1980 también trabajó en una película para la televisión, medio que, como se ve, nunca despreció, El pequeño Lord (Jack Gold), adaptación de una novela de Frances Hodgson Burnett y que es un remake de la película de 1936 dirigida por John Cromwell, que narra las aventuras de un niño americano que resulta ser el heredero de un noble inglés, por lo que tendrá que ir a vivir a Inglaterra.

En 1983 trabajará en Loco de amor (Marshall Brickman), donde a un psiquiatra enamorado de una paciente se le aparecerá el espíritu de Sigmund Freud, papel interpretado por Alec Guinness.

En 1984 rodará su última película con David Lean, Pasaje a la India, donde será un excéntrico brahmán, en una nueva y divertida caracterización más, sin duda una de sus señas de identidad más reconocida. Y en ese mismo año será el protagonista de una comedia para la televisión, Edwin (Rodney Bennett), sobre un juez retirado que intenta averiguar si su esposa le ha sido infiel. Y sin salir del mundo de la televisión, el actor participó también en la serie Great Performances en 1987.

Su última nominación a los Oscar, también como actor secundario, le llegaría por otra adaptación de una novela de Dickens, La pequeña Dorrit (Christine Edzard, 1988), demostrando que la edad no le había restado ni una gota de talento.

Alec Guinness siguió en activo con pequeños papeles en películas inglesas, como en Un puñado de polvo (Charles Sturridge, 1987), adaptación de una novela de Evelyn Waugh, sobre la aventura extra matrimonial de una joven cansada de su vida, o en Kafka, la verdad oculta (David Soderberg, 1991), drama biográfico en torno a la figura del escritor.

Participará en 1992 en un capítulo de la serie de televisión Performance, sobre textos clásicos y contemporáneos de escritores como Shakespeare o Chejov. Y vuelve a repetir en la serie de la BBC Screen One en 1993.

Finalmente, en 1995, Testigo mudo (Anthony Waller) nos deja su último trabajo en el cine, un thriller modesto sobre una testigo de un asesinato muda. Sin embargo, su último trabajo tras las cámaras tendrá lugar al año siguiente en la comedia para televisión El día del esquimal, de Piers Haggard.

Los últimos años de su vida los pasó retirado en el sur de Inglaterra, llevando una tranquila vida junto a su esposa. Morirá el cinco de agosto del año 2000, con 86 años.

Alec Guinness fue Papa, dictador, príncipe árabe, ladrón, japonés, brahmán hindú, agente secreto, militar, mayordomo, emperador romano, rey y hasta mujer. Y siempre nos dejó un trabajo directo, aparentemente sencillo, sin artificios, pero totalmente convincente, personal e inimitable. Un actor versátil, modesto y muy cercano. Su lugar entre los mejores es indiscutible.

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