Dirección: Fritz Lang.
Guión: Robert Carson (Novela: Zane Grey).
Música: David Buttolph.
Fotografía: Edward Cronjager y Allen M. Davey.
Reparto: Robert Young, Randolph Scott, Dean Jagger, Virginia Gilmore, John Carradine, Slim Summerville, Chill Wills, Barton MacLane, Russell Hicks, Victor Kilian.
Vance Shaw (Randolph Scott), un forajido que huye de la justicia, ayuda a Edward Creighton (Dean Jagger), ingeniero de la Western Union, al que encuentra herido. Poco después, Edward lo contrata como vaquero en el tendido de la línea telegráfica entre Omaha y Salt Lake City.
Segundo western de los tres dirigidos por Fritz Lang, Espíritu de conquista (1941) es un más que notable film por desgracia no demasiado conocido.
Con el telón de fondo de un hecho histórico, el tendido del telégrafo por tierras del Oeste americano, Lang construye un sólido drama centrado sobre todo en el personaje de Vance, un hombre de oscuro pasado del que solamente conocemos indicios, que gracias al trabajo que se le ofrece en la Western Union y su enamoramiento de Sue (Virginia Gilmore), la hermana de su jefe, busca la manera de redimirse y dejar atrás su pasado.
El acierto del guión reside en la perfecta unión entre la parte histórica del tendido del telégrafo, los toques de humor, muy presentes a lo largo de toda la cinta, aunque a veces algo infantiles, y el retrato íntimo de Vance, sumido en un mar de dudas y el peso de su pasado. Vance enfrenta viejas lealtades, lazos muy íntimos, que se desvelan al final, y sus propias convicciones a su deber como empleado de la Western Union, su deseo de regeneración y su amor por Sue. Una lucha en la que parece no encontrar salida digna.
La inteligencia del guión nos oculta hasta el final el importante detalle de que el jefe de esa banda es en realidad Jack (Barton MacLane), el hermano de Vance. La revelación repentina de este hecho confiere de pronto a la historia un punto de dramatismo extra que refuerza todo el discurso anterior sobre el comportamiento de Vance al tiempo que añade un punto más de tensión al impresionante final.
De nuevo comprobamos como el partir de un guión bien trabajado es la clave para construir un film poderoso. Si además añadimos el buen hacer de Fritz Lang, con un uso muy hermoso y expresivo de primeros planos y un acierto evidente en las escenas de acción, con especial atención al incendio en el campamento de la Western Union y el magnífico duelo final, tenemos como resultado un western clásico de gran altura.
Randolph Scott, además, está impresionante en su papel. Con una estimable economía de gestos, Scott sabe transmitir las dudas de su personaje y cómo está atormentado por un pasado, que querría poder borrar para emprender una vida nueva al lado de Sue, al tiempo que ofrece una imagen pétrea de tipo duro perfecta.
Un buen western de su etapa clásica, muy recomendable no solamente para amantes del género, sino para todos aquellos enamorados del cine americano de su etapa dorada, cuando las películas eran como tenían que ser.
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