El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

viernes, 2 de diciembre de 2022

Los traductores



Dirección: Régis Roinsard.

Guión: Régis Roinsard, Daniel Presley y Romain Compingt.

Música: Jun Miyake.

Fotografía: Guillaume Schiffman.

Reparto: Lambert Wilson, Olga Kurylenko, Alex Lawther, Riccardo Scamarcio, Sidse Babett Knudsen, Eduardo Noriega, Anna Maria Sturm, Frédéric Chau, Maria Leite, Manolis Mavromatakis, Sara Giraudeau.

Con el fin de publicar el tercer y último libro de un best seller mundial simultáneamente en varios países, el editor (Lambert Wilson) reúne a nueve traductores de diferentes países en un búnker aislados del mundo.

Los traductores (2019) es una prueba más de esa tendencia a crear tramas imposibles, plagadas de giros tramposos donde la verosimilitud y la lógica son aparcadas sin remordimiento alguno en busca del espectáculo, cueste lo que cueste.

Si nos detenemos a analizar con un mínimo de lógica el argumento de Los traductores nos toparemos con un guión rocambolesco construido con pinzas donde la lógica no tiene cabida. La idea de encerrar a los traductores para salvaguardar el secreto del argumento del libro a traducir y lograr que su publicación se convierta en un acontecimiento que reporte millonarios beneficios a la editorial podría resultar aceptable sino fuera porque desde el principio los traductores parecen entrar en un campo de concentración y no en su lugar de trabajo. El comienzo resulta ya, por lo tanto, grotesco. 

Pero si pensábamos que las sorpresas terminaban ahí, el desarrollo de la cinta nos irá sacando de dudas a golpe de giros encadenados, especialmente en el último tercio, donde parece que los guionistas se creyeron autorizados a un más difícil todavía sin respeto ni al espectador ni al sentido común. El problema es que ha habido tantos films que han pecado del mismo defecto, donde el juego del engaño ha alcanzado cotas inusuales, que el espectador un poco avezado en estas lides ya no se sorprende fácilmente con estos juegos. Es más, uno acaba esperando lo inesperado y de este modo lo que debía ser el truco de magia definitivo que nos dejara boquiabiertos es, al menos para mí, una nueva prueba de talento desperdiciado por un afán de espectáculo a toda costa, sacrificando todo lo sacrificable en busca del desenfrenado desenlace.

Los personajes son, en su mayoría, de cartón piedra; no interesa profundizar en ellos, salvo unas pinceladas sobre la traductora danesa, en el único momento de la película con algo de sentimiento, por lo que tampoco nos implicaremos demasiado en sus problemas.

El relato se convierte en una especie de puzzle donde el director juega con el desarrollo, avanzando y retrocediendo en el tiempo a su antojo, creando un nuevo artificio que adorne aún más su juego de engaños, pues tal vez sea consciente de que el relato lineal desvelaría la simplicidad argumental del entramado. En todo caso, Los traductores es un juego donde la meta no es elaborar una trama coherente, sino una sorprendente, de manera que lo que se busca, la clave que los guionistas piensan que dará prestigio a su trabajo, es el despiste, el juego de las pistas falsas para concluir con un final lo más sorprendente posible.

Desde luego, casi lo consiguen, aunque el engaño no tiene en realidad mucho mérito, pues los autores juegan con cartas marcadas.

El reparto es una especie de Torre de Babel: tal vez para intentar dar credibilidad a la historia, se reúnen actores de la misma nacionalidad de los países que representan. Su trabajo resulta correcto, aunque tampoco asistimos a nada espectacular, solo a un trabajo que no pasa de rutinario.

Los traductores, desprovista de un guión profundo y de personajes con los que empatizar, se reduce a un pasatiempo tramposo donde solamente el descubrir quién y por qué es el malo de turno puede justificar su visionado, que aún con ese misterio en el horizonte resulta cansino y pesado.

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