El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

lunes, 21 de diciembre de 2009

El western en carteles



Por ahora, el último gran clásico del western, de nuevo de la mano del genial Clint Eastwood. Sin perdón (1992) es un film profundo que plantea múltiples dilemas morales y en el que un pistolero, como ya hemos visto en Raíces profundas, por ejemplo, ha de volver a tomar las armas por necesidad y termina sobrepasado por los acontecimientos.




En 1990, Bailando con lobos, de Kevin Costner, demostró la vigencia del western bien hecho. Un film con una fotografía hermosísima en la que se hace una alabanza de la cultura de las tribus indias, contrapuesta a la barbarie del hombre blanco. Siete Óscars recompensaron esta bella historia.




Con El jinete pálido (1985) Clint Eastwood vuelve a insuflar vida a un género de capa caída. El film bebe de los clásicos, en especial de Raíces profundas, consiguiendo un film inquietante y hermoso.




Dos hombres y un destino (1969), de George Roy Hill, tiene el tono ligero de comedia y algunos momentos maravillosos, en especial el paseo en bicicleta con la maravillosa "Raindrops Keep Fallin'on my Head" de Burt Bacharach.




Obra maestra del western, El hombre que mató a Liberty Valance (1962) es la última gran aportación de Ford a un género que amó especialmente. Una revisión crítica de los mitos del oeste llena de nostalgia.




El rostro impenetrable (1961) es el único film dirigido por Marlon Brando. Historia de venganza y odio con un Karl Malden soberbio y un Brando siempre poderoso.




Horizontes de grandeza (1958) es uno de los westerns más hermosos que hay. El conflicto entre ganaderos, la oposición entre el este y el oeste, los valores mal entendidos, el amor y la rectitud... todo en este film es maravilloso.




Para muchos Centauros del desierto (1956) es la obra maestra del maestro John Ford. Sin duda, un film denso, grandioso y con algunas de las más tiernas escenas del western.




Con Johnny Guitar (1954) se invierten los roles, siendo las mujeres las verdaderas protagonistas de este film con un uso simbólico y narrativo de los colores.




Raíces profundas (1953) es un film bellísimo y lleno de momentos geniales sobre el pistolero que intenta apartarse del camino trazado, pero que al final se verá empujado de nuevo a la violencia. Y todo ante la mirada cómplice de un niño y el amor prohibido de su madre.




Solo ante el peligro (1952) es un clásico del género que ahonda en los valores típicos del western, como el valor y el deber, a través de un argumento que juega con el paso lento del tiempo para ir incrementado la tensión hacia el desenlace final.




La colaboración de Anthony Mann y James Stewart dio lugar a hermosos films, como Horizontes lejanos (1952), donde se reflexiona sobre la posibilidad del hombre de enmendarse.



Con Fort Apache (1948), John Ford realiza una defensa del honor y el valor, por encima de naciones o egos personales, mostrando la nobleza del pueblo indio.



Howard Hawks filma, con Río Rojo (1948), una película maravillosa sobre el fondo de un traslado de ganado que es, en realidad, el marco en que tiene lugar el conflicto entre un padre autoritario y su hijo, que al final se atreve a plantarle cara.




Pasión de los fuertes (1946), de John Ford, es la mejor versión del famoso duelo en OK Corral y de la figura de Wyatt Earp que se rodó nunca. Una película asombrosa y un reparto sorprendente.




Murieron con las botas puestas (1942), de Raoul Walsh, es la glorificación de la figura del general Custer. A pesar de ello, es un emotivo film épico y un espectáculo grandioso.




La diligencia (1939), de John Ford, le dio al western la categoría de género maduro y marcó el camino a seguir por las obras futuras.




Un film tan legendario como tendencioso ideológicamente de uno de los padres del cine, D. W. Griffith. El nacimiento de una nación (1915) creó nuevas formas de expresión y sentó las bases del lenguaje cinematográfico.

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