Dirección: Alfred Hitchcock.
Guión: Ernest Lehman.
Música: Bernard Herrmann.
Fotografía: Robert Burks.
Reparto: Cary Grant, Eva Marie Saint, James Mason, Martin Landau, Leo G. Carroll, Philip Ober, Josephine Hutchinson, Edward Platt.
Una agencia norteamericana de contraespionaje ha tenido que inventar a un agente secreto ficticio de nombre Kaplan para encubrir al verdadero. Cuando, por casualidad, un publicista, Roger O. Thornhill (Cary Grant), es confundido por los espías enemigos con el Kaplan que persiguen, le resultará imposible justificarse ante ellos y comienza una carrera por salvar su vida.
Este es el argumento resumido de Con la muerte en los talones (1959) aunque debemos aclarar que en realidad poco importa. Conocida era la filosofía de Hitchcock en cuanto a la justificación argumental de sus films, lo que él llamaba el Mac Guffin, "un rodeo, un truco, una complicidad" (o sea, nada en realidad), algo que tenía que servir solamente como marco para lo verdaderamente importante: el desarrollo de la acción. Y en este caso, Hitchcock presumía que su mejor Mac Guffin, es decir, el más vacío, el más irrisorio, era el de esta película.
Y en efecto, lo maravilloso de Con la muerte en los talones son las peripecias en que se ve envuelto el inocente y sorprendido protagonista. El tema de la persona falsamente acusada y que no puede demostrar su inocencia es recurrente en este director. Con ello se consigue más complicidad del espectador, que se puede sentir más próximo a alguien parecido a él.
Para el reparto, Cary Grant sustituyó a James Stewart, habitual en los films de Hitchcock, pero que el director no veía en este papel que le venía, sin embargo, como anillo al dedo al elegante Cary Grant. Para el papel de Eve Kendall, Hitchcock rechazó la propuesta de la MGM (Cyd Charisse) pues el director quería de nuevo una rubia. Retirada del cine Grace Kelly y descartada Kim Novak (Vértigo), Hitchcock eligió a Eva Marie Saint, que acababa de ganar un Óscar como actriz de reparto en La ley del silencio (1954). El resultado de su trabajo no puede ser mejor, dando el tono adecuado a una mujer atrapada entre dos hombres y su deber.
James Mason era un valor seguro como villano. Es uno de los mejores actores del cine, siempre perfecto y sin estridencias en cualquier papel que le tocara interpretar. Junto a él, destaca poderosamente la inquietante presencia de Martin Landau, en una de sus primeras apariciones en el cine (provenía del teatro), como esbirro frío y con ciertas insinuaciones de índole homosexual.
Junto a este reparto prodigioso, la película destaca sin duda por algunas de las escenas más logradas y que han quedado ya como íconos del cine. En especial, la de la avioneta persiguiendo a Cary Grant en medio de esos campos desnudos es una verdadera maravilla absurda porque, si lo pensamos bien, ¿no habría otra manera más sencilla de eliminarlo? Pero aquí reside en parte el talento y el genio del director: lograr hacernos cómplices de algo aunque ese algo, bien mirado, no tenga demasiado sentido. Y eso era posible por el domino que tenía, por un lado, del lenguaje cinematográfico, y, en segundo lugar, por saber crear el clima de tensión perfecto para que el espectador participe lo más intensamente posible de la acción de la película.
Otro punto destacado es el toque de humor constante, más evidente en la primera parte del film, con réplicas agudas y llenas de ingenio. En este sentido no me resisto a destacar la genial aportación de Jessie Royce Landis en el papel de la madre de Thornhill, con frases y réplicas sorprendentes e hilarantes. Otra especie de broma, cosecha del director, sería cuando Roger O. Thornhill que esa O de su nombre no significa nada. Parece ser que de esta manera Hitchcock se burlaba veladamente de su antiguo productor David O. Selznick. Otro toque personal del realizador es la última escena del film (el tren entrando en un túnel) que puede interpretarse como una referencia al acto sexual.
Un punto más a favor del film es sin duda la obsesiva música de Bernard Herrmann, que es ya un clásico del cine y se convierte en un elemento dramático más de la película.
Una película, resumiendo, que figura entre las más reconocidas del director y que es ya referencia en la historia del cine.
Este es el argumento resumido de Con la muerte en los talones (1959) aunque debemos aclarar que en realidad poco importa. Conocida era la filosofía de Hitchcock en cuanto a la justificación argumental de sus films, lo que él llamaba el Mac Guffin, "un rodeo, un truco, una complicidad" (o sea, nada en realidad), algo que tenía que servir solamente como marco para lo verdaderamente importante: el desarrollo de la acción. Y en este caso, Hitchcock presumía que su mejor Mac Guffin, es decir, el más vacío, el más irrisorio, era el de esta película.
Y en efecto, lo maravilloso de Con la muerte en los talones son las peripecias en que se ve envuelto el inocente y sorprendido protagonista. El tema de la persona falsamente acusada y que no puede demostrar su inocencia es recurrente en este director. Con ello se consigue más complicidad del espectador, que se puede sentir más próximo a alguien parecido a él.
Para el reparto, Cary Grant sustituyó a James Stewart, habitual en los films de Hitchcock, pero que el director no veía en este papel que le venía, sin embargo, como anillo al dedo al elegante Cary Grant. Para el papel de Eve Kendall, Hitchcock rechazó la propuesta de la MGM (Cyd Charisse) pues el director quería de nuevo una rubia. Retirada del cine Grace Kelly y descartada Kim Novak (Vértigo), Hitchcock eligió a Eva Marie Saint, que acababa de ganar un Óscar como actriz de reparto en La ley del silencio (1954). El resultado de su trabajo no puede ser mejor, dando el tono adecuado a una mujer atrapada entre dos hombres y su deber.
James Mason era un valor seguro como villano. Es uno de los mejores actores del cine, siempre perfecto y sin estridencias en cualquier papel que le tocara interpretar. Junto a él, destaca poderosamente la inquietante presencia de Martin Landau, en una de sus primeras apariciones en el cine (provenía del teatro), como esbirro frío y con ciertas insinuaciones de índole homosexual.
Junto a este reparto prodigioso, la película destaca sin duda por algunas de las escenas más logradas y que han quedado ya como íconos del cine. En especial, la de la avioneta persiguiendo a Cary Grant en medio de esos campos desnudos es una verdadera maravilla absurda porque, si lo pensamos bien, ¿no habría otra manera más sencilla de eliminarlo? Pero aquí reside en parte el talento y el genio del director: lograr hacernos cómplices de algo aunque ese algo, bien mirado, no tenga demasiado sentido. Y eso era posible por el domino que tenía, por un lado, del lenguaje cinematográfico, y, en segundo lugar, por saber crear el clima de tensión perfecto para que el espectador participe lo más intensamente posible de la acción de la película.
Otro punto destacado es el toque de humor constante, más evidente en la primera parte del film, con réplicas agudas y llenas de ingenio. En este sentido no me resisto a destacar la genial aportación de Jessie Royce Landis en el papel de la madre de Thornhill, con frases y réplicas sorprendentes e hilarantes. Otra especie de broma, cosecha del director, sería cuando Roger O. Thornhill que esa O de su nombre no significa nada. Parece ser que de esta manera Hitchcock se burlaba veladamente de su antiguo productor David O. Selznick. Otro toque personal del realizador es la última escena del film (el tren entrando en un túnel) que puede interpretarse como una referencia al acto sexual.
Un punto más a favor del film es sin duda la obsesiva música de Bernard Herrmann, que es ya un clásico del cine y se convierte en un elemento dramático más de la película.
Una película, resumiendo, que figura entre las más reconocidas del director y que es ya referencia en la historia del cine.
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