El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

domingo, 20 de diciembre de 2009

James Stewart


Actor norteamericano nacido el 20 de mayo de 1908 en Indiana (Pennsylvania) y fallecido a los 89 años de edad, el 2 de julio de 1997, en su domicilio de Beverly Hills, James Stewart encarnó al perfecto americano medio, convirtiéndose en el prototipo del hombre sencillo y honesto.

Su vida parecía destinada a ser la de un brillante arquitecto, estudios en los que se graduó en 1932 en la Universidad de Princeton. Ya en sus años de estudiante había participado en algunas obras de teatro como actor. Según sus propias palabras, se convirtió en actor debido en parte a su temprana vocación y en parte debido a la casualidad. Finalmente entró a formar parte del grupo teatral University Players que dirigía Joshua Logan (que llegaría a ser director de cine en Hollywood) y donde estaba su amigo Henry Fonda y Margaret Sullavan entre otros.

Más adelante, decidido a convertirse en actor, se instala en New York, compartiendo alojamiento con Henry Fonda, donde comienza a aparecer como actor de reparto en algunas representaciones de Broadway. Empieza a recibir buenas críticas aunque los efectos de la depresión económica hacían que las representaciones escasearan.

En 1935, con la ayuda de su amigo Henry Fonda, que ya estaba en Hollywood, Stewart firmó un contrato con la Metro Goldwyn Mayer. Su primer trabajo importante fue al lado de Spencer Tracy en la película La voz que acusa (1935). En 1936 ya participó en 8 películas más, como Nacida para la danza, un musical protagonizado por Elenor Powell y canciones de Cole Porter ("tan bonitas que ni siquiera yo fui capaz de estropearlas"), o como Entre esposa y secretaria, junto a la explosiva Jean Harlow, en el que sería uno de sus primeros papeles como protagonista. Con su amiga de los años del teatro, Margaret Sullavan, casada con Henry Fonda, protagonizaría ese mismo año Cuando volvamos a amarnos.

Pero será a partir de su colaboración con Frank Capra cuando James Stewart alcanzará al fin el estrellato y se convertirá en un prototipo y modelo para el público: será el joven tímido, algo torpe y de fuertes convicciones; la encarnación ideal de un ciudadano medio con el que se sentirá identificado el público norteamericano. La colaboración entre ambos comienza con Vive como quieras (1938), una alocada comedia con Jean Arthur, siguiendo con Caballero sin espada (1939), que consagra la imagen de Stewart como un soñador honesto e íntegro capaz de vencer todos los ostáculos a base de bondad y honradez. Pero sería 1940 un año especialmente fructífero en la carrera del actor, pues rodaría también la deliciosa comedia El bazar de las sorpresas a las órdenes de Ernst Lubitsch y donde volvería a tener de compañera a Margaret Sullavan, e Historias de Filadelfia, otra delirante comedia dirigida por George Cukor, con Katharine Hepburn y Cary Grant como compañeros de reparto, y por la que obtuvo el único Óscar de su carrera como mejor actor.

Entonces se produce un parón en su actividad motivado por la Segunda Guerra Mundial, conflicto en el que participó en las fuerzas aéreas. Tras cinco años sin trabajar en el cine, vuelve a ponerse a las órdenes de Capra rodando uno de los films legendarios del cine: ¡Qué bello es vivir! (1946), ganándose al público con un papel rebosante de emotividad y por el que fue de nuevo nominado al Óscar, que ganó Fredic March por su papel en Los mejores años de nuestra vida, de William Wyler.

Con unos años más y una presencia no tan ingenua e inocente, James Stewart dará un giro a su carrera y comienza a interpretar personajes diferentes, más acordes con los nuevos tiempos; personajes que no siempre están a gusto consigo mismos, en lucha con lo que los rodea y en muchos casos vengativos y solitarios. Comienza con una incursión en el cine negro, Yo creo en ti (1948), de Henry Hathaway, y continúa con La soga (1948), que sería su primer trabajo con Alfred Hitchcock, director con el seguiría trabajando posteriormente y con el que afrontaría papeles mucho más complicados que supondrán un paso más en la ruptura definitiva con la imagen juvenil del actor.

El invisible Harvey (1950), de Henry Koster, le supone otra nueva nominación al Óscar, que tampoco ganará. También es en esta época cuando el actor se adentra en el género cinematográfico por excelencia, el western, de la mano de Anthony Mann. Winchester 73 (1950) será la primera de las ocho películas que rodarán juntos: Horizontes lejanos (1952), Colorado Jim (1953), Bahía negra (1953), Música y lágrimas (1954), donde interpreta a Glenn Miller, Tierras lejanas (1955), El hombre de Laramie (1955) y Strategic Air Command (1955). Su participación en Winchester 73 fue del todo casual, pero a partir de esa película decidió rodar más westerns y fue, sin duda, ese hecho lo que lo relanzó definitivamente tras el parón de la guerra. El western, según Stewart, "fue un verdadero golpe de suerte" en su carrera.

El 9 de agosto de 1949, a la edad de 41 años, James Stewart contrae matrimonio con Gloria Hatrick MacLean, que será su mujer el resto de su vida.

La década de los 50 será sin duda una etapa especialmente rica en la carrera del actor. Si en 1952 había trabajado con Cecil B. De Mille, El mayor espectáculo del mundo, en 1954 retoma la colaboración con Hitchcock en La ventana indiscreta. Repite con el director inglés con El hombre que sabía demasiado (1956) y Vértigo (De entre los muertos) (1958). Entre ambas, hace una nueva incursión en el western, esta vez de la mano de James Neilson con La última bala (1957).

Termina la década con una nueva nominación a los Óscars por su papel en Anatomía de un asesinato (1959), de Otto Preminger, premio que se llevaría Charlton Heston por Ben-Hur.

Con los 60 llegará la colaboración con otro de los grandes directores de la historia del cine, John Ford: en 1961 ruedan Dos cabalgan juntos y al año siguiente la espléndida El hombre que mató a Liberty Valance. Y ese mismo año participó en la ambiciosa La conquista del Oeste, dirigida por John Ford, Henry hathaway y George Marshall. También hace un intento de recuperar los papeles de su juventud volviendo a la comedia en Un optimista de vacaciones (1962), de nuevo en la piel del americano medio. La última colaboración con John Ford tuvo lugar en El gran combate (1964), interpretando brevemente a Wyatt Earp.

A partir de ahí, las apariciones del actor se fueron espaciando y desde mediados de los 60 se dedicó al cuidado de animales en África.

En los 70 protagonizó dos films con cierto aire de despedida: El club social de Cheyenne (1970), de Gene Kelly, junto a su viejo amigo Henry Fonda, y El último pistolero (1976), de Don Siegel, la despedida del cine de un John Wayne ya muy enfermo.

Desde entonces, apariciones meramente figurativas en films menores, como Aeropuerto 77 (1977), hasta que Steven Spielberg le ofreció el último trabajo para el cine: poner voz a uno de los personajes del film de animación Fievel va al Oeste (1991).

En 1985 recibió un Óscar honorífico por el conjunto de su carrera.

James Stewart fue un actor capaz de hacer cualquier trabajo de manera eficaz y convincente, sin ninguna clase de artificio, sin que se notara que estaba actuando. Quizá esa fuera su mayor virtud: la de trasmitir una completa naturalidad, estuviese en la piel de un vaquero o en el de un congresista. Y es esa naturalidad la que lo acercaba tan extraordinariamente al público, que no llegaba a percibirlo como una gran estrella distante, sino más bien como el individuo que puede tranquilamente vivir en la casa de al lado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario