El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

sábado, 7 de agosto de 2010

La dama en cuestión


La joven Natalie (Rita Hayworth), una chica sin familia ni hogar, comparece en un juicio acusada de haber asesinado a su novio. Uno de los miembros del jurado, André (Brian Aherne), está convencido de su inocencia y logra convencer a los otros miembros del jurado, con lo que Natalie es absuelta. Deseando ayudarla, André le ofrece trabajo y la aloja en su casa, pero ocultando a su familia la verdadera identidad de la chica.

La dama en cuestión (Charles Vidor, 1940) no es una gran película. Es, sencillamente, una comedia ligera, un tanto ingenua y caricaturesca en su planteamiento y que, a mi entender, hubiera ganado más con un tratamiento más serio, potenciando la intriga sobre la verdadera inocencia o no de la chica. Porque, una vez orientada la trama hacia la comedia, desaparece cualquier atisbo de intriga, y más con el aire angelical de una hermosísima Rita Hayworth, y nos queda solamente un pequeño enredo llevado con cierto ritmo por Vidor pero carente en realidad de un gran interés. Nadie puede llegar a dudar de la inocencia de Natalie, y en realidad no creo que el interés del directo resida ahí, sino tan sólo en crear cierto enredo para dar algo de vida a una trama un tanto limitada. El final, feliz como no podía ser de otro modo, resulta un tanto precipitado para mi gusto, pero es que en el fondo sería un error buscar profundidad en los personajes o coherencia en sus acciones. La película es un mero pasatiempo ligero y nada más.

Sorprende ver a Rita como una buena chica, casta, inocente y humilde y choca un poco ese rol con la tremenda fuerza de su rostro, con alguna escena realmente sensual al compás del balanceo de su melena. A su lado aparece un jovencito Glenn Ford. Ambos muy alejados de lo que sería Gilda (1946), donde de nuevo a las órdenes de Charles Vidor harían correr ríos de tinta.

La dama en cuestión, por el contrario, no es una película de la que guardaremos un recuerdo especial. Se ve con cierto agrado, pero carece de tensión y de nervio y solamente se trata de una pequeña comedia con la única finalidad de hacernos pasar un rato entretenido.

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