El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

miércoles, 4 de agosto de 2010

Río Bravo



Dirección: Howard Hawks.
Guión: Leigh Brackett y Jules Furthman (Historia: B. H. Campbell).
Música: Dimitri Tiomkin.
Fotografía: Russell Harlan.
Reparto: John Wayne, Dean martin, Ricky Nelson, Angie Dickinson, Walter Brennan, Ward Bond, John Russell, Claude Akins.

Howard Hawks ha logrado obras maestras en muy diferentes géneros cinematográficos y el western, género cinematográfico por excelencia, no quedaría sin el sello de Hawks. Su talento sencillo se muestra en Río Bravo (1959) en todo su esplendor.

El sheriff John T. Chance (John Wayne) detiene a un matón por asesinar a sangre fría a un hombre. El problema es que es el hermano de un poderoso terrateniente. Sólo, con la ayuda de un borracho (Dean Martin), un viejo lisiado (Walter Brennan) y un joven pistolero (Ricky Nelson), Chance deberá evitar que liberen al preso antes de llevarlo a juicio.

Una de las claves de Río Bravo reside en la sencillez de su planteamiento y en la manera en que Hawks sabe alternar y dosificar acción, romance, comedia y tensión en una mezcla casi perfecta que, a pesar de la larga duración de la cinta, consigue mantenernos en vilo a lo largo de todo el film.

En parte, Río Bravo es una respuesta a Solo ante el peligro (Fred Zinnemann, 1952), donde un sheriff pedía ayuda a sus conciudadanos. Para Hawks, como muestra en este film, un sheriff debe afrontar los riesgos de su oficio sin implicar a ciudadanos sin preparación ni oficio. Para John Wayne, la actitud de Gary Cooper en el film de Zinnemann era impropia de un sheriff.

Río Bravo es tal vez uno de los últimos westerns clásicos, sin dobleces, sin segundas lecturas, alejado de las corrientes revisionistas y de los westerns psicológicos. Aquí volvemos a los valores de siempre: el valor, la amistad, la nobleza, la rectitud y el deber. Hay algo de machismo también, pero sin menospreciar a las mujeres, como se demuestra con la figura de Feathers (Angie Dickinson). Tampoco se evitan ciertos estereotipos, como pintar a los mexicanos como torpes, ingenuos y algo simples. También la separación entre buenos y malos es nítida y no admite discusiones. Sin embargo, todo ello no empaña una película enorme, con unas interpretaciones prodigiosas de Dean Martin, Angie Dickinson y, naturalmente, Walter Brennan, siempre perfecto. En cuanto a John Wayne, su papel y sus maneras están en esa línea que ha ido haciendo de su figura un ícono del western.

Como curiosidad, mencionar la participación de Ricky Nelson en el film. Nelson era un joven cantante de rock and roll, cumpliría los dieciocho años en pleno rodaje, que llegó a alcanzar cierto éxito a finales de los cincuenta y en los sesenta. Su presencia al lado de Dean Martin explican el precioso número musical que interpretan ambos.
Me gustaría destacar también los diálogos, en especial entre Angie Dickinson y John Wayne, brillantes, irónicos y precisos. La música, de Dimitri Tiomkin, es otro elemento dramático más, perfecta en la intensificación de un drama que, bien dosificado, va creciendo lentamente hasta un final pletórico. Hawks demuestra su dominio del tiempo, su dosificiación de la tensión, sabiendo en todo momento cómo se ha de mantener el interés del espectador.

Hawks, contento del tema y de la película, rodaría sus dos siguientes y últimos westerns, El Dorado (1966) y Río Lobo (1970), como variantes de esta película, un clásico del género que, sin ser perfecto, logra parecerse mucho a la perfección.

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