El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

jueves, 5 de agosto de 2010

Una tarde en el circo




Dirección: Edward Buzzell.

Guión: Irving Brecher.

Música: Franz Waxman.

Fotografía: Leonard M. Smith (B&W).

Reparto: Groucho Marx, Chico Marx, Harpo Marx, Kenny Baker, Florence Rice, Eve Arden, Margaret Dumont, Nat Pendleton, Fritz Feld.

Tercera película de los Hermanos Marx con la Metro-Goldwyn-Mayer, Una tarde en el circo (1939) es la primera que hacen a las órdenes de Edward Buzzell, con quién repetirían en Los Hermanos Marx en el Oeste (1940), donde contarán también con el mismo guionista que aquí, Irving Brecher.

Jeff Wilson (Kenny Baker II) ha invertido todo su dinero en la compra del circo donde trabaja su novia, Julia Randall (Florence Rice). Para ello incluso ha tenido que contraer una deuda de 10.000 dólares con el antiguo propietario, John Carter (James Burke) que lo que pretende en realidad es quedarse con el circo de nuevo, para lo que no duda en robarle a Jeff la recaudación con la que pretendía pagarle la deuda.

Una tarde en el circo no escapa a la rígida planificación que la MGM había impuesto a los argumentos de las películas de los Marx. Así, en esta ocasión volvemos a contar con la mezcla de números musicales, historia de amor y las locuras habituales de los cómicos. Y de nuevo, el mayor o menor éxito de la fórmula vuelve a recaer en la mayor o menor inspiración de los números cómicos. En este sentido, si bien el film está un poco por debajo de los dos precedentes con la MGM, Una noche en la ópera (Sam Wood, 1935) y Un día en las carreras (Sam Wood, 1937), cuenta con algunas escenas bastante buenas, como la de Groucho intentando subir al tren en pleno diluvio o la del mismo Groucho en su primer encuentro con Margaret Dumont. El mundo del circo se presta también a algunas escenas totalmente surrealistas y alocadas, como la de la entrevista con el enano en su diminuta casa o la del gorila en el trapecio, columpiándose con Harpo, Groucho, Margaret Dumont y James Burke y que supone el brillante broche final a tantos despropósitos.

De nuevo abundan los números musicales, algunos un tanto largos, como el de los negros, que recuerda inevitablemente el acertado número musical de Un día en las carreras, cuyo éxito parece que intentan repetir. Algunos temas son divertidos, como la canción de Groucho Lydia, la dama tatuada, la mejor de todo el film. Pero sigo pensando que estos números están de más y no aportan, en general, más que metraje a la película.

Para aquellos incondicionales de los Marx, entre los que me incluyo, Una tarde en el circo, salvando el esquema argumental tan repetitivo de sus films con la Metro, es una buena comedia, brillante por momentos y un genuino ejemplo de un humor irrepetible.

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