El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

jueves, 14 de octubre de 2010

La conquista del Oeste



La conquista del Oeste (John Ford, Henry Hathaway y George Marshall, 1962) fue un proyecto ciertamente ambicioso en una época en el que el western había dejado atrás sus años de gloria. Corresponde a esos años en que el cine buscaba innovaciones técnicas con las que competir con la cada vez más influyente televisión.

Los Estados Unidos son una nación joven e inmensa que ve crecer sus territorios hacia el Oeste. Muchos colonos se lanzarán a la aventura de busca de nuevas tierras en las que comenzar de nuevo y hacer fortuna. No pocos perecerán en el camino.

La conquista del Oeste es, por encima de todo, una superproducción, con lo de bueno y malo que este tipo de películas lleva consigo, salvo en las obras maestras de David Lean. Es por tanto un film perfecto en las formas, donde destacaremos el novedoso Cinerama, rodando con tres cámaras y uniendo los planos de manera que se lograban espectaculares imágenes panorámicas, aunque con el problema de que se notaban las uniones de los tres planos, aspecto éste solventado recientemente, con lo que podemos disfrutar de este novedoso sistema en todo su esplendor. Tampoco podemos olvidarnos de la preciosa banda sonora de Alfred Newman y, especialmente, del soberbio reparto, casi interminable, con nombres legendarios como John Wayne, Henry Fonda, Carroll Baker, James Stewart, Gregory Peck, Karl Malden, Richard Widmark, George Peppard, Eli Wallach, Walter Brennan y un largo etc.

Sin embargo, intentar contar la historia de la conquista del Oeste en 155 minutos, usando como hilo conductor la historia de una familia de pioneros y sus descendientes, no llegó a cuajar. No es que sea una mala película, pero con el paso de los minutos las historias van perdiendo profundidad, se producen demasiados saltos en el tiempo, los hechos se han de contar de manera concisa y, por tanto, sin demasiada profundidad, no todos los capítulos consiguen mantener el interés por igual, ...

El resultado es un film que se hace excesivamente largo y, al tiempo, echamos de menos que se dedique más tiempo a ciertos momentos. Hay secuencias brillantes, como por el ejemplo el arranque del film, con el descenso por los rápidos, quizá lo mejor de todo, en parte también porque aún no nos sentimos saturados como lo estaremos en la parte final de la película. También está realmente conseguida la escena de la estampida de los búfalos. Ya decía antes que técnicamente la película es muy buena.

La Guerra Civil, parte dirigida por Ford, también resulta interesante, gracias al cuidado que solía poner Ford en el tratamiento de los personajes, con ese cariño hacia la figura de las mujeres, con esa delicadeza y ternura a la hora de adentrarse en los sentimientos de los personajes.

Pero el conjunto, repito, no termina de encajar. Hay algo de artificioso que sobrevuela toda la película, como si el intento de sorprendernos e impactarnos estuviera demasiado patente, fuese tan evidente que le resta autenticidad al conjunto. El final, en el tono patriotero típico de Hollywood, cuando se salta a la época actual, resulta para mi gusto innecesario y un tanto cargante.

La conquista del Oeste ha de verse como un film especial, un ambicioso intento de resumir la historia de un país en expansión a base del más puro y clásico cine grandioso. Sin llegar a alcanzar todas las metas que perseguía, merece verse como una curiosidad singular e irrepetible y como una ocasión única de ver juntos en un mismo film a algunas de las mejores estrellas del cine americano.

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