Dirección: George Sidney.
Guión: Norman Krasna (Obrą: Norman Krasna).
Música: Andre Previn.
Fotografía: Harry Stradling Sr.
Reparto: Tony Curtis, Dean Martin, Janet Leigh, James Whitmore, John McIntire, Barbara Nicols, Larry Keating.
¿Quién era esa chica? (1960) es una comedia bastante mediocre, con muy poquito que ofrecer y que termina haciéndose interminable, si bien la historia no dura más que 115 minutos, pero es que cuando el tema no da más de sí y la supuesta comicidad brilla por su ausencia, los minutos parecen multiplicarse.
Cuando su celosa esposa Ann (Janet Leigh) lo sorprende besándose con una alumna, el catedrático de química David Wilson (Tony Curtis) pide a su amigo Michael Haney (Dean Martin), guionista de televisión, que le ayude a lograr que su mujer le perdone el desliz; para ello, Michael se inventa la pertenencia de David al FBI.
Basada en una obra teatral, la película es el típico ejemplo de ese estilo de comedia americana un tanto disparatada y muy poco creíble, con un humor bastante infantil, donde la base del humor reside en situaciones más bien grotescas donde los actores no paran de hacer el ridículo. En toda la película no recuerdo más que un par de momentos en que me provocó alguna sonrisa, pues ni la historia, absurda y forzada, ni las interpretaciones, un tanto exageradas, ni los diálogos, planos y sin brillantez, logran despertar el más mínimo interés. Los personajes no están más que sugeridos, pero sin que alcancen entidad propia. Y el planteamiento inicial ya de por sí es demasiado rebuscado como para crear complicidad con el espectador. Y todo ello rematado por una puesta en escena carente de inspiración.
Durante la primera parte de la historia me dio la impresión que había tan pocos mimbres que las escenas se alargaban artificialmente, pero sin que fuera posible lograr nada más de ellas. Hacia la parte final, la historia parece recobrarse cuando entran en acción verdaderos agentes del FBI, la CIA y hasta unos agentes comunistas que parecen tomarse en serio la suplantación de Michael y David. Pero no es más que un breve momento que pronto se revela estéril. La comedia vuelve de nuevo al humor fácil, a las situaciones forzadas y, como remate, culmina con una escena acaramelada de un machismo bastante trasnochado y con una especie de moraleja bastante chirriante, en la que se nos dice que cualquier crápula puede encontrar el perdón si es sincero y si su esposa es un tanto tonta.
En cuanto el reparto, decir que no estamos ante unos grandes actores. Tony Curtis, salvo por su físico, no tiene demasiado que ofrecer. Janet Leigh y Dean Martin están correctos sin más. Quizá me quedo con los actores secundarios, como John McIntire o James Whitmore, bastante más creíbles que los protagonistas.
En definitiva, una película demasiado simple, demasiado facilona y con un humor no demasiado elaborado y que a base de situaciones absurdas no logra más que aburrirnos y cansarnos irremediablemente. Es verdad que no es nada sencillo hacer comedia, pero es imposible si se parte de tan flojo material como en este caso.
Cuando su celosa esposa Ann (Janet Leigh) lo sorprende besándose con una alumna, el catedrático de química David Wilson (Tony Curtis) pide a su amigo Michael Haney (Dean Martin), guionista de televisión, que le ayude a lograr que su mujer le perdone el desliz; para ello, Michael se inventa la pertenencia de David al FBI.
Basada en una obra teatral, la película es el típico ejemplo de ese estilo de comedia americana un tanto disparatada y muy poco creíble, con un humor bastante infantil, donde la base del humor reside en situaciones más bien grotescas donde los actores no paran de hacer el ridículo. En toda la película no recuerdo más que un par de momentos en que me provocó alguna sonrisa, pues ni la historia, absurda y forzada, ni las interpretaciones, un tanto exageradas, ni los diálogos, planos y sin brillantez, logran despertar el más mínimo interés. Los personajes no están más que sugeridos, pero sin que alcancen entidad propia. Y el planteamiento inicial ya de por sí es demasiado rebuscado como para crear complicidad con el espectador. Y todo ello rematado por una puesta en escena carente de inspiración.
Durante la primera parte de la historia me dio la impresión que había tan pocos mimbres que las escenas se alargaban artificialmente, pero sin que fuera posible lograr nada más de ellas. Hacia la parte final, la historia parece recobrarse cuando entran en acción verdaderos agentes del FBI, la CIA y hasta unos agentes comunistas que parecen tomarse en serio la suplantación de Michael y David. Pero no es más que un breve momento que pronto se revela estéril. La comedia vuelve de nuevo al humor fácil, a las situaciones forzadas y, como remate, culmina con una escena acaramelada de un machismo bastante trasnochado y con una especie de moraleja bastante chirriante, en la que se nos dice que cualquier crápula puede encontrar el perdón si es sincero y si su esposa es un tanto tonta.
En cuanto el reparto, decir que no estamos ante unos grandes actores. Tony Curtis, salvo por su físico, no tiene demasiado que ofrecer. Janet Leigh y Dean Martin están correctos sin más. Quizá me quedo con los actores secundarios, como John McIntire o James Whitmore, bastante más creíbles que los protagonistas.
En definitiva, una película demasiado simple, demasiado facilona y con un humor no demasiado elaborado y que a base de situaciones absurdas no logra más que aburrirnos y cansarnos irremediablemente. Es verdad que no es nada sencillo hacer comedia, pero es imposible si se parte de tan flojo material como en este caso.
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