El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

miércoles, 6 de octubre de 2010

María Estuardo


Película poco conocida de John Ford, María Estuardo (1936) es, a pesar del año de su realización, un film bastante maduro y desligado ya en gran manera de las formas del cine mudo. Quizá se deba, en parte, a su origen teatral (la película se basa en la obra de Maxwell Anderson) que hace que los diálogos acaparen toda la acción, al tiempo que la acción transcurre practicamente en su totalidad en interiores.

María Estuardo (Katharine Hepburn), a los dieciocho años de edad y siendo ya viuda del rey de Francia Francisco, decide regresar a Escocia y tomar posesión del trono. Sin embargo, desde el principio la situación no será nada fácil para ella. Los nobles, capitaneados por su medio hermano, el conde de Moray, le son hostiles y desean convertirla en un pelele en sus manos. Pero María se muestra firme en sus convicciones, entre ellas la de mantener a ultranza su fe católica. Pero los enemigos no sólo están en Escocia, su prima Isabel I (Florence Eldridge), reina de Inglaterra, teme que María pueda reclamar el trono inglés, al que tiene derecho. Sólo encuentra apoyo en el conde Bothwell (Fredic March), de quién se enamora.

Evidentemente, María Estuardo es un film que se toma bastantes licencias históricas, porque lo importante no es la fidelidad a ciertos hechos, sino crear una hermoso y conmovedor drama en torno a una figura apasionante, protagonista de una de la páginas más trágicas de la historia escocesa.

Apoyándose en unos brillantes diálogos, Ford construye un film intenso donde se nota ya su maestría para mantener el ritmo y dosificar hábilmente los momentos de tensión hasta un final soberbio. A pesar de su duración de algo más de dos horas, la película no decae en ningún instante, lo que es muy meritorio teniendo en cuenta los medios de la época, bastante modestos como se comprueba en los decorados, y las pocas escenas de acción o la monotonía de los escenarios. Pero es que además de los diálogos, el reparto es otro de las grandes bazas de Ford. En especial con la espléndida Katharine Hepburn, impresionante y conmovedora, traspasando la pantalla en cada primer plano suyo. Fredic March le da una más que correcta réplica, pero me gustaría destacar al siempre genial John Carradine, enigmático y poderoso desde su aparente fragilidad física, pero con una mirada profunda y turbadora.

Y después está también la soberbia fotografía de Joseph H. August, con un recurso que sí que nos recuerda la cine mudo, como es el oscurecimiento de algunas escenas dejando un punto de luz para resaltar el dramatismo o la intensidad del momento, y que está aquí muy sabiamente empleado. Ésta, junto a la sensibilidad de Ford, nos regalan algunos planos realmente bellos.

María Estuardo es, en definitiva, un intenso drama, sin estridencias, pero apasionante y que, a pesar de los años transcurridos, y salvando algunos aspectos, sigue siendo una buena película que no ha perdido demasiado con el paso del tiempo. En muchos aspectos podría servir aún de ejemplo a muchos directores sobre lo que debería potenciarse siempre en toda película: los diálogos, los actores y el buen gusto.

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