El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

miércoles, 9 de enero de 2013

A propósito de Schmidt



Dirección: Alexander Payne.
Guión: Alexander Payne & Jim Taylor (Novela: Louis Begley).
Música: Rolfe Kent.
Fotografía: James Glennon.
Reparto: Jack Nicholson, Dermot Mulroney, Hope Davis, Kathy Bates, Howard Hesseman, Len Cariou, June Squibb.

A Warren Schmidt (Jack Nicholson), tras toda una vida como vendedor de seguros, le ha llegado la hora de jubilarse. Es un cambio que no logra asimilar del todo. Buscando algo que hacer, Schmidt decide apadrinar a un niño africano, al que empieza a escribir cartas en las que le cuenta su vida y sus temores. La situación empeora cuando su esposa (June Squibb), con la que llevaba cuarenta y dos años casado, muere de repente.

Lo primero que me viene a la cabeza al empezar a escribir sobre A propósito de Schmidt (2002) sería la palabra sencillez. Pero tampoco es exactamente esa palabra la que mejor describe a esta película. No por completo. Es verdad que su apariencia y su puesta en escena son realmente sencillas. Pero lo que nos cuenta no lo es. A propósito de Schmidt es un film muy serio y aunque a veces el tono evite lo melodramático, en el fondo la vida de Warren Schmidt, diseccionada con precisión y sin concesiones, está lejos de poder decirse que es sencilla.

Así que quizá sería mejor intentar definir esta película con más detenimiento. Porque la simplificación no cuadra del todo bien con todo lo que nos cuenta este drama con tintes de comedia.

A propósito de Schmidt se atreve con un tema muy serio: el sentido de la vida. Dicho así puede parecer un asunto demasiado trascendente como para abordarlo en una película. Incluso se podría tachar tal propósito de pretencioso. Y he aquí la primera vitud de esta película: abordar un tema tan peliagudo con una normalidad casi absoluta. Payne escapa de todo exceso, de cualquier tentación de ponerse o demasiado serio o demasiado gracioso. Y esto es, indudablemente, un gran acierto. Con esta elección es verdad que nos priva de grandes momentos de emoción o de poder reirnos con la multitud de chistes que podrían hacerse a cerca de la situación de Warren. Pero a cambio nos ofrece una historia tremendamente sincera y cercana.

Warren sufre un primer golpe con su jubilación. La rutina del trabajo le ocupaba cuerpo y mente y así no tenía tiempo para reflexionar. Pero en cuanto dispone de ese tiempo, Warren comienza a comprender lo vacía e inútil que ha sido su vida. Comprende, además que no siente nada especial por su mujer, a pesar de los cuarenta y dos años de matrimonio; incluso podría decir que no la soporta o que no la conoce. Sólo el cariño que siente por su hija parece mantener una esperanza de felicidad. Pero su mujer muere y cuando busca consuelo en su hija se encuentra que ésta no siente mucho afecto por él. Warren, de pronto, comprende dos cosas: que su vida ha sido un fracaso y que está completamente solo.

Imagino que muchas personas podrán identificarse con Schmidt. Para ellas esta película cobrará una dimensión mucho mayor que para el resto. Pero en todo caso, el resultado es que estamos ante una propuesta absolutamente auténtica gracias, como decía, a un guión que no busca sorprendernos, ni emocionarnos, ni siquiera entreteternos. Busca sólo expresarse, contar lo que tiene que contarnos de la manera más natural posible. Como un trozo de la vida misma. Un fragmento de la existencia de una persona completamente normal donde las cosas suceden porque sí, porque así es la vida.

Acorde con este planteamiento está la puesta en escena, absolutamente normal, de una naturalidad que incluso a veces nos desconcierta. Con un ritmo tranquilo, pero sostenido, Alexander Payne nos va contando la vida del protagonista con una discreción y un cuidado totales. Todo pasa sin grandes alardes, los dramas se resuelven con naturalidad o se convierten en momentos dolorosos que se llevan adentro y que cuesta expresar. Warren va pasando del desconcierto al dolor, busca consuelo o cariño, incluso de desconocidos, y termina comprendiendo que está completamente solo. Y también busca el perdón por una vida que siente que ha desperdiciado, el perdón de su esposa y el suyo propio, quizá el más difícil de conseguir.

Me ha parecido además un gran acierto el utilizar el recurso de las cartas al niño apadrinado para poder dar salida de un modo muy natural a los pensamientos de Warren. Resulta un recurso muy original a la vez que muy tierno y que nos brinda, al final, la escena más hermosa de la película en la que comprendemos, sin necesidad de ninguna aclaración, cuánto está sintiendo el pobre de Schmidt. Y es que la soledad puede ser devastadora y toda persona, como decía la canción, necesita fundamentalmente de cariño.

Evidentemente, la película es un monólogo casi exclusivo de Jack Nicholson y la verdad es su trabajo es, en general, sobresaliente. Es verdad que el algunos momentos creo que carga un poco las tintas, no es que exagere, pero casi. Aún así, no encuentro a otro actor capaz de poder encarnar con tanta precisión a un hombre acabado y perdido como Warren Schmidt. Con un papel muy pequeño, me ha encantado el trabajo de  Kathy Bates, una gran actriz sin duda. También me ha gustado bastante el trabajo de  Hope Davis, como la hija de Warren, y de Dermot Mulroney, como su novio, y al que cuesta reconocer como el protagonista de La boda de mi mejor amigo (P.J. Hogan, 1997). Pero que quede claro que la película es enteramente de Nicholson.

En resumidas cuentas, estamos ante una buena película cuyo gran mérito es enfrentarnos a un tema ciertamente serio de una manera muy natural y muy sincera. Es muy agradable encontrarnos de vez en cuando con películas así, llenas de talento, buen gusto y mucho tacto.

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