El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

sábado, 5 de enero de 2013

Carta a tres esposas



Dirección: Joseph L. Mankiewicz.
Guión: Joseph L. Mankiewicz.
Música: Alfred Newman.
Fotografía: Arthur Miller (B&W).
Reparto: Jeanne Crain, Ann Sothern, Linda Darnell, Kirk Douglas, Paul Douglas, Jeffrey Lynn, Florence Bates, Thelma Ritter, Celeste Holm.

La tranquilidad de tres mujeres, Deborah Bishop (Jeanne Crain), Rita Phipps (Ann Sothern) y Lora Mae Hollingsway (Linda Darnell), se ve bruscamente interrumpida cuando reciben una carta de una amiga común, Addie Ross, en la que les avisa que se ha marchado con el esposo de una de ellas. A partir de ese momento, cada una reflexiona sobre su situación matrimonial, intentando analizar la posibilidad de que la abandonada por su marido pueda ser ella.

Joseph L. Mankiewicz tenía una larga carrera como guionista a sus espaldas cuando finalmente se pasó a la dirección. Es por ello que es el mismo director el que, con ayuda de Vera Caspary, escribe también el guión de Carta a tres esposas (1949) a partir de un relato de John Klempner para Cosmopolitan. Y si su trabajo como director es sobresaliente, con una puesta en escena elegante y precisa, es en realidad el prodigioso guión el que proporciona toda la fuerza y toda la belleza a esta peculiar película.

La historia no puede ser más curiosa: una mujer llamada Addie anuncia por carta a sus tres mejores amigas que acaba de fugarse con el marido de una de ellas, pero no les dice con cuál y encima, las tres mujeres deberán esperar hasta la tarde, cuando regresen a sus casas, para poder comprobar si su esposo sigue a su lado. Adivinamos la crueldad de esa supuesta amiga y asistimos a partir de ese momento a un repaso de cada una de las mujeres a su vida matrimonial donde Addie ha sido siempre una presencia poderosa y amenazante. Así que estamos ante un curioso film de intriga donde no se trata de saber quién es el asesino, sino quién es el marido infiel. Y sobre esta intriga se construye un film portentoso donde Mankiewicz va diseccionando cada uno de los tres matrimonios y, por consiguiente, va haciendo una radiografía sobre la clase media norteamericana de la época. Y en esa visión las cosas no son tan bonitas como se podría pensar viéndolas desde fuera. Para que su análisis sea más universal, Mankiewicz no sitúa la acción en ninguna cuidad concreta, sino en un pequeño núcleo urbano indeterminado, pero que seguramente cualquier espectador norteamericano de la época podría identificar con el suyo.

Y lo que vemos de esa clase media no es muy reconfortante. Carta a tres esposas contiene una crítica bastante incisiva sobre el feliz modo de vida americano. En primer lugar, la institución del matrimonio. Ninguno de los matrimonios protagonistas parece ser especialmente feliz. Deborah, por ejemplo, parece no terminar de encajar en su nueva vida, pues ella se crió en el campo y arrastra un complejo de inferioridad respecto a la gente de la cuidad. Rita, escritora de folletines para la radio, gana más que su marido, un profesor de universidad que detesta la banalidad de la radio, la manipulación de la publicidad y como los programas estúpidos en que colabora su propia esposa embrutecen a la población. Lora Mae, por su parte, dio caza a su acomodado jefe para huir de la pobreza, mientras que éste parece ver su matrimonio como una simple transacción comercial más.

Pero también se deja en evidencia el materialismo burgués, preocupado por las fiestas, el dinero, el éxito social o las apariencias y donde no falta el alcohol; aspecto éste que me llamó poderosamente la atención: la omnipresencia del alcohol, al que recurren constantemente los protagonistas ante cualquier problema. En cuanto a las críticas que hace George (Kirk Douglas) sobre la radio, se puede ver cómo se han trasladado punto por punto a la televisión actualmente, donde prima el beneficio económico sobre cualquier otra consideración y donde el interés por la cultura es nulo.

De esta manera, el tema de la infidelidad va quedando un poco de lado, porque el verdadero protagonismo de la película recae en el análisis y la crítica del modo de vida americano. Y aunque Mankiewicz se muestra muy incisivo, no por ello pierde nunca las formas y sus dardos son siempre lanzados con mucha elegancia. A pesar de las críticas, el final parece redimir un poco a los protagonistas, especialmente a la pareja de Lora Mae y Porter (Paul Douglas), sin duda la mejor y la que da más juego de las tres, en un brusco giro del guión que acaba por desmontar la imagen que teníamos de ambos. Algo que se acepta de buena gana, no solo porque una vez más el excelente guión hace que este giro encaje de un modo perfecto, sino también porque, una vez mostradas las debilidades humanas, es hermoso pensar que no todo está perdido y que los buenos sentimientos también forman parte de la naturaleza humana.

En cuanto al reparto, decir que el protagonismo recae esencialmente en las tres mujeres protaonistas: Jeanne Crain, Ann Sothern y Linda Darnell y cada una en su estilo hacen un trabajo remarcable. Quizá el más vistoso sea el papel de Linda Darnell, como mujer fatal y manipuladora y que encuentra un compañero de altura en Paul Douglas, que debutaba con este papel, enamorado de su belleza pero también lo bastante listo para saber que está siendo manipulado aunque no sea capaz de vencer sus apetitos y termine aceptando el juego.Y poco hay que decir de Kirk Douglas, un gran talento haga el papel que haga.

Tampoco quiero dejar de mencionar el gran trabajo de Mankiewicz como director. Es verdad que el guión es muy bueno, pero la tarea de darle forma es fundamental también y Mankiewicz hace un trabajo impecable. Por una lado, evita mostrarnos en todo momento a Addie, que se queda flotando a lo largo de toda la película como un fantasma. Al igual que el cine clásico recurría con frecuencia a la elípsis para dejar a la imaginación del espectador algunas imágenes, seremos nosotros los que tendremos que ponerle rostro a la misteriosa Addie en nuestra mente. Y también es un gran acierto el recurso a la voz en off de la misma Addie como narradora de la historia, así como el inteligente uso del flash back, el recurso perfecto para adentrarnos en la vida y los pensamientos de las tres esposas.

Carta a tres esposas es un film formidable, de esos que ya es imposible ver en el cine de hoy en día porque parte de una forma diferente de entender y hacer cine. Es una película que, personalmente, vuelvo a ver cada cierto tiempo y cada vez la disfruto de nuevo como si fuera la primera vez. Maravillosa.

La película ganó el Oscar al mejor director y al mejor guión, es decir, doblete de gran Joseph L. Mankievicz, que repetiría con Eva al desnudo al año siguiente.

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