El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

viernes, 18 de enero de 2013

Entre el amor y el juego



Dirección: Sam Raimi.
Guión: Dana Stevens (Novela: Michael Shaara).
Música: Basil Poledouris.
Fotografía: John Bailey.
Reparto: Kevin Costner, Kelly Preston, John C. Reilly, Jena Malone, Brian Cox, J.K. Simmons, Hugh Ross, Carmine Giovinazzo, Bill E. Rogers, Michael Emerson.

Billy Chapel (Kevin Costner), estrella del béisbol, ha jugado toda su vida en los Tigres de Detroit y se siente orgulloso de ello. El último día de la temporada recibe dos noticias cruciales para su vida: el dueño de los Tigers (Brian Cox) le anuncia que va a vender el equipo y los nuevos dueños piensan traspasarlo. Poco después, su novia Jane (Kelly Preston) le anuncia que ha aceptado un trabajo en Londres.

Entre el amor y el juego (1999) es un drama romántico más donde se dan la mano el mundo del deporte y las relaciones de pareja. Desde ese punto de vista, me hizo pensar en Rocky (John G. Avildsen, 1976) pues es un intento parecido de ensalzar la carrera deportiva del protagonista sin dejar de lado sus problemas amorosos. Aunque no llega a las cotas de dramatismo y emoción del film de Stallone, Raimi echa toda la carne en el asador en un intento de construir una historia de dimensiones grandiosas. Pero se queda sólo en el intento.

Y es que Entre el amor y el juego es un film pretencioso que se queda la mayoría de las veces en la superficie, sin lograr transmitirnos auténticas emociones. Puede que sea porque el guión está repleto de situaciones no demasiado originales, que la historia resulte demasiado previsible o que los protagonistas no sean del todo creíbles. Y es que Billy Chapel, por un lado, es un dechado de virtudes, tanto profesionales como personales. Es una estrella del beisbol, pero no ha perdido su calor humano, su sencillez y su generosidad. Puede ser, pero suena a cuento de hadas. Jane, por su parte, resulta también la novia perfecta: dulce, hermosa, comprensiva... y que renuncia a su gran amor con una facilicidad sólo explicable por las necesidades del guión, pues hay que darle algo de emoción e intriga a una relación entre dos seres perfectos. Sin embargo, la verdadera emoción no se logra con estos pequeños trucos que ya están demasiado vistos. Nadie se cree que la pareja protagonista no vaya a terminar de nuevo junta, por mucho que el guión nos busque las cosquillas.

Y es que el guión es en verdad muy flojito. Bien vista, la película no deja de ser la típico historia de amor adornada convenientemente con la carrera de un jugador profesional de beisbol. Y como toda típica historia de amor tiene que haber un bonito encuentro, la consabida ruptura y una reconciliación conveniente. Pero el argumento es tan tópico que hasta la ruptura resulta sosa y toda la historia de amor se muestra sin fuerza e incluso pierde claridad por culpa del recurso constante a los flashbacks. Y que conste que este recurso no está nada mal utilizado, incluso logra evitar las confusiones con bastante habilidad y logra crear un cierto dinamismo a la historia. Pero en el tema de las relaciones de pareja se muestra menos eficaz, también porque, como decía, esa relación carece de grandes momentos, de pasión y de carisma. Es todo demasiado banal.

A ello hay que añadirle su excesiva duración. El partido de despedida, que centra la mayor parte de la acción en el presente, se estira de un modo habilidoso pero artificial en busca de cargar la historia de constantes momentos de emoción que nos saquen unas lagrimitas. Pero volvemos a lo de antes: la emoción verdadera se consigue con una buena historia, con protagonistas creibles y con sinceridad. Pero a lo que asistimos es a una constante manipulación, a un guión lleno de tópicos, a una repetición de situaciones que además no nos dejan lugar ni a la imaginación, pues cada momento del partido es retransmitido por unos comentaristas que parece que hasta pueden leer los pensamientos de Billy. Parece que estemos ante una especie de emociones teledirigidas.

Puede que parte del error esté en elegir a Kevin Costner para el papel principal. Es un tipo atractivo y en cierto modo da el tipo de jugador veterano, pero en los momentos claves no está a la altura y la sensación general de su trabajo es que resulta un tanto soso, monótono. En cambio, Kelly Preston está mucho más creible, además de tener un rostro hermoso.

Así que Entre el amor y el juego se queda al final en un film demasiado comercial, demasiado bien planificado y bien intencionado, pero cargado de tópicos, de lugares comunes y sin fuerza ni originalidad.

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