El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

domingo, 14 de marzo de 2010

El turista accidental


El turista accidental (Lawrence Kasdan, 1988) es un film único y especial por muchos detalles. Impone un ritmo pausado desde el principio que nos va envolviendo disimuladamente sin remedio, como si degustásemos un buen licor, sin prisas.

Macon Leary (William Hurt), escritor de guías de viajes para hombres de negocios, sufre la pérdida de su único hijo de manera dramática. Fruto de lo cuál, su matrimonio se viene abajo y él se ve sumido en una profunda apatía y tristeza. Un día, por casualidad, conocerá a Muriel (Geena Davis, que obtuvo el Oscar por su interpretación), adiestradora de perros, que poco a poco se irá colando en su vida.

Es muy difícil no cogerle cariño a esta película. Aunque solo sea por disfrutar de la presencia de un genial William Hurt, ya merecería la pena ver este hermoso film. Lo primero que engancha es la voz en off del protagonista, que va dando consejos a la hora de preparar el viaje a los lectores de sus guías. Esos consejos, se verá más adelante, van señalando la pauta por donde trascurre la historia, a modo de breves resúmenes del capítulo que comienza. Es una manera sumamente original de ir punteando el relato, y la cálida y lenta voz tiene un efecto acogedor que ayuda a que nos adentremos con cierta solemnidad en la película.

Es este ritmo parsimonioso el que mejor le cuadra a este relato sobre el abandono absoluto de un hombre acabado. Macon no tiene ningún motivo para vivir o, al menos, porque no se trata de un dramón sobre alguien autodestructivo ni mucho menos, no tiene nada que le ilumine el camino. Se deja arrastrar por la cotidianidad casi sin voluntad propia, con la inercia de alguien que se ha apeado de toda lucha.

Será gracias a su perro, último vínculo vivo que le queda a Macon con su hijo, que conocerá a Muriel, alguien decididamente opuesta a él y que, no sabemos bien el porqué, se sentirá atraída por este hombre gris y sin fuerza.

Quizá la parte menos interesante del film, al menos desde mi punto de vista, sean los personajes que secundan a Macon: su extrafalaria familia y su editor, que componen un grupo que roza lo absurdo y que no acabo de comprender del todo su utilidad o conveniencia.

Sin duda, El turista accidental es una maravillosa película perfectamente narrada y que se aleja gratificantemente de los registros más extremos para llevarnos en un viaje íntimo y discreto a esos rincones más tristes del alma humana para los que, a pesar de todo, se puede encontrar cura.

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