El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

miércoles, 10 de marzo de 2010

Philadelphia


Ha habido diferentes maneras de afrontar el tema del sida en el cine. Algunas pecaban por exceso, otras tocaban el tema aunque en realidad trataran de muchas más cosas (Los amigos de Peter), pero el mérito de Philadelphia (Jonathan Demme, 1993) reside en que se trata de una gran película, por encima del tema que aborda.

Un brillante abogado, Andrew Beckett ( Tom Hanks), es despedido por el bufete de abogados para el que trabaja al descubrir sus jefes que padece el sida. Sin embargo, recurren a un despido por incompetencia profesional para encubrir sus verdaderos motivos. Beckett decide entonces demandarlos pro despido improcedente.

Lo primero que habría que destacar de esta película es el brillante reparto encabezado por un convincente y emotivo Tom Hanks que vio recompensada su asombrosa interpretación con el Oscar al mejor actor. A su lado, Denzel Washington, siempre eficaz, en el papel de su abogado y un Antonio Banderas en el papel de novio de Hanks muy acertado. Jason Robards es el jefe del despacho de abogados que despide a Beckett. El resto del reparto está al nivel de las primeras figuras y consigue unos niveles excelentes de convicción y realismo.

Pero lo más gratificante de la película es la elegancia con que se trata el tema, más en un momento, principios de los noventa, en que el sida era aún una enfermedad mortal en imparable desarrollo. El ritmo es pausado y los diálogos precisos, sin alardes ni excesos, buscando dar una imagen del tema veraz y sin estridencias. Se ofrece una visión muy humana del dolor y la decandencia del enfermo, al tiempo que se hace referencia a otro de los problemas serios al que se enfrentaban los pacientes y sus familias: el rechazo de la sociedad que los convertía en una especie de apestados.

Algunas escenas son estremecedoras y consiguen cotas de gran intensidad, siempre desde una postura respetuosa y contenida logrando mostrarnos al enfermo del sida en toda su conmovedora fragilidad, transformando el miedo natural que se siente hacia esa enfermedad en un sentimiento de compasión y comprensión.

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