El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

domingo, 28 de marzo de 2010

Gran Torino


Gran Torino (Clint Eastwood, 2008) supone el adiós del veterano actor a la interpretación. Y hubiera debido tratarse de un film grandioso para coronar una carrera brillante en el mundo del cine del director. Sin embargo, el film se queda por debajo de lo esperado.

Walt Kowalski (Clint Eastwood), antiguo empleado de Ford ya jubilado, acaba de perder a su esposa y afronta los últimos años de vida solo y enfrentado a todos: a sus hijos, a los que no entiende; a sus vecinos asiáticos, a los que desprecia profundamente; a la religión y a sus propios recuerdos.

No es esta una película digna de la trayectoria como director de Clint Eastwood. Tal vez la culpa resida en que nos habíamos acostumbrado a disfrutar de algunas de las mejores películas de los últimos tiempos de la mano de un director sensible que ha sabido llegar al espectador con títulos memorables (Sin perdón, Million Dolar Baby, etc.). Pero con Gran Torino parece que Eastwood ha agotado las buenas ideas.

De hecho, el film recuerda en exceso a Million Dollar Baby. Como en esta, se repiten los problemas de relación con la familia; aparece de nuevo la figura de un sacerdote que representa una especie de conciencia recurrente y el desenlace es otra vez terriblemente dramático. Pero si en el film anterior el planteamiento y el desarrollo eran brillantes, con unos diálogos y unos personajes maravillosos, aquí el guión se muestra muy predecible y sin brillo, cayendo en las repeticiones y sin ahondar demasiado en los personajes, cuyas interpretaciones (es especial la de Bee Vang, que encarna a Thao) dejan bastante que desear. Tal vez hubiera sido deseable no recurrir a actores no profesionales.

Los pequeños guiños del guión, como la tozudez del sacerdote para que Kowalski se confiese o el supuesto odio a todo y a todos del protagonista, son demasiado predecibles. Sabemos de antemano lo que va a suceder y ello porque el film cae en lo trillado y no ofrece nada realmente nuevo.

Falta ritmo, falta profundidad en la mayor parte de los personajes. Esperamos a cada instante que el film nos ofrezca algo especial y sin embargo es la monotonía lo que se instala en la pantalla. Da la impresión de ser un film sin pulir, sin afinar, un boceto tosco al que se les olvidó dar forma.

Con todo, no se trata de una mala película, pero sí que no está a la altura de lo que Clint Eastwood ha sido capaz de hacer.

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