El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

martes, 16 de marzo de 2010

Retorno al pasado


Con Retorno al pasado (Jacques Tourneur, 1947) estamos ante un buen ejemplo del cine negro clásico, con todos los elementos típicos del género en un film denso y hermoso.

Jeff Markham (Robert Mitchum), antiguo detective privado, se ha cambiado el apellido y regenta ahora una gasolinera en un pequeño pueblo, intentando olvidar su pasado. Sin embargo, la casualidad hará que alguien lo encuentre y a partir de ese momento tendrá que saldar viejas cuentas pendientes.

El argumento es mucho más complejo que este breve resumen. En realidad, la historia, con retrocesos en el tiempo, es bastante más enrevesada, llegando a un punto en que la intriga se puede hacer algo confusa, alargando por momentos el film de manera innecesaria, lo que puede hacer que pierda el brío de los mejores momentos. Quizá algunos elementos de la intriga hubieran podido aligerarse un poco, pero ésto no deja de ser un punto de vista personal.

Pero aún así, estamos ante un film muy interesante (para algunos, la obra maestra del género) donde habría que destacar la atmósfera creada gracias, especialmente, a una fotografía en blanco y negro perfecta. Junto a ella, unos estupendos diálogos y algunas escenas geniales, como la aparición de Kathy en Acapulco, cautivadora con un reluciente vestido blanco. Al final, en contraste con esta primera aparición, Kathy (Jane Greer) irá vestida de negro de pies a cabeza en la escena de la huida. Destacaría la abrumadora presencia de los cigarrillos a lo largo del film, con el humo flotando en las estancias.

El reparto es soberbio, en especial la presencia turbadora de una hermosísima Jane Greer, que da vida a uno de los personajes femeninos más pérfidos del cine, ejemplo perfecto de ese tipo de mujer dura, astuta y mentirosa que tantas veces hemos visto en el cine negro. Robert Mitchum no es un actor que me fascine, pero aquí encarna bien al tipo duro que, sin embargo, se ve enredado por los encantos de una mujer fatal terriblemente calculadora. Kirk Douglas está maravilloso, como siempre, con esa presencia que llena la pantalla en cada plano.

Es una película que, tal vez, no se abarque del todo en una primera vez. La complejidad de los personajes, la belleza de algunos diálogos invitan a verla de nuevo.

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