El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

sábado, 20 de marzo de 2010

Toma el dinero y corre


Toma el dinero y corre (Woody Allen, 1969) es el primer film de Allen y ya toma las riendas por entero: dirige, escribe el guión y actúa, en lo que será una constante en su cine posterior.

Virgil Starkwell (Woody Allen) fue un niño pequeño y enclenque del que todo el mundo abusaba. Tras fracasar en sus aspiraciones a ser músico, Virgil termina por convertirse en ladrón, aunque sin demasiado éxito.

Woody Allen realiza su debut con una comedia absurda y genial donde lo único que se busca es provocar la risa del espectador a base de situaciones ridículas y con un humor que debe mucho a clásicos de la comedia norteamericana como los Hermanos Marx. De hecho, los padres de Virgil, para no ser reconocidos, se camuflan bajo unas grotescas gafas con bigote que recuerdan a Groucho Marx.

Comienzan a vislumbrarse temas que serán constantes en la posterior filmografía del cómico, como las relaciones con los padres y la infancia o la religión. Pero en este caso se trata tan solo de hacer reír y lo consigue sobradamente gracias a un excelente guión plagado de gags sorprendentes y con el genial recurso de contar la historia como si se tratase de un documental sobre alguien importante, cuando se trata de un personaje ridículo y torpe hasta la exageración.

Hay algunos momentos geniales, como la fuga de la cárcel con la pistola de jabón o el asalto al banco, genial también la discusión con su esposa delante de los otros reclusos o las opiniones de los padres, uno acusando y la otra exculpando al hijo delincuente.

Más adelante, Woody Allen irá derivando hacia films más serios, aunque siempre con esa ironía tan personal y el reírse de todo como base de sus historias y, sin embargo, este film aparentemente menor y sin demasiadas pretensiones se rebela como uno de los más frescos y gratificantes de todos.

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