El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

lunes, 24 de enero de 2011

Días de vino y rosas




Dirección: Blake Edwards.
Guión: J. P. Miller.
Música: Henry Mancini.
Fotografía: Philip H. Lathrop.
Reparto: Jack Lemmon, Lee Remick, Charles Bickford, Jack Klugman, Alan Hewitt, Tom Palmer, Jack Albertson, Debbi Megowan.

Hay dos buenas películas clásicas que afrontan, cada una a su manera, el problema del alcoholismo: Días sin huella (Billy Wilder, 1945) y Días de vino y rosas (Blake Edwards, 1962). Curioso caso de dos directores de comedia afrontando un tema tan dramático con indudable acierto. Si tuviera que elegir, me quedaría con la primera. La propuesta de Edwards es algo más aparatosa.

Joe Clay (Jack Lemmon) es un relaciones públicas con bastante éxito en una empresa de San Francisco. Durante una fiesta, conoce a una hermosa secretaria, Kirsten Arnesen (Lee Remick), y a pesar de no empezar con buen pie, termina casándose con ella. Por su trabajo, Joe está acostumbrado a beber bastante, y aunque Kirsten no prueba el alcohol, pronto se irá aficionando a tomar una copa para hacer compañía a su esposo. Al cabo de un tiempo, Joe es despedido del trabajo por sus problemas con la bebida.

Días de vino y rosas toma su título de unos bonitos versos de Ernest Dowson que recita Kirsten al comienzo de su relación con Joe: "Recoger las rosas mientras podáis, largos no son los días de vino y rosas". Tras esta escena, la película comienza a adentrarse en los infiernos del alcoholismo. Edwards parece querer meter el miedo en el cuerpo de cualquiera que decida ver la película y no repara en presentar el lado más desgarrador del tema, con algunas secuencias (el delirio de Joe en el hospital, por ejemplo) realmente crudas.

El esfuerzo interpretativo de los actores es manifiesto. Jack Lemmon, al que estamos más acostumbrados a ver en papeles cómicos, realiza una brillante interpretación y demuestra que es capaz de dominar cualquier registro. A su lado, Lee Remick mantiene el tipo con soltura.

Sin embargo, algo no termina de convencerme del todo en esta película. Es verdad que el ritmo se mantiene a un buen nivel, sin apenas bajones, salvo en alguna escena que tal vez se alarga un tanto innecesariamente, como la antes citada cuando ella recita los versos de Dowson, que me parece que hubiera quedado mejor con un par de minutos menos o, quizá, con unos diálogos mejores. Tal vez sean los bruscos saltos en el tiempo, bien señalados, pero que rompen la continuidad narrativa; tal vez sea la manera de justificar, un tanto infantíl desde mi punto de vista, los primeros tragos de Kirsten (hay una frase de Joe en la que le viene a decir que desearía llegar a casa y ver que ella ha bebido un par de tragos que me resulta un tanto forzada y absurda); tal vez sea que alguna escena me parece está de más, como la del dueño de la tienda de licores vertiéndole el licor en la cara a un Joe caído en el suelo; o tal sea sea el hecho de que, como es un film sobre el alcoholismo, todo esté enfocado desde el principio hacia ese problema. Sea como fuere, sin dejar de reconocer los grandes aciertos de la película, la sensación final es que el resultado no es tan redondo como hubiera podido ser.

Me quedo, además de las interpretaciones de la pareja protagonista, con el final de la película: me parece muy acertado y en sintonía con el tono terrible de la historia. Ese desenlace deja abiertas todas las posibilidades. Hay quién querrá creer en un reencuentro feliz de la pareja, pero el neón con la palabra BAR reflejado en la ventana no parece prometer nada bueno.

El film tuvo cinco nominaciones a los oscars, pero finalmente sólo se llevó el premio a la mejor canción, "Days of wine and roses" de Henry Mancini, que personalmente no me gusta nada. 

Días de vino y rosas es, para muchos, la obra maestra de su director. Sin duda, es una de las más directas aproximaciones a un problema realmente muy duro y que, a pesar de todo, no logra poner al alcohol en el verdadero lugar que le corresponde, estando todavía demasiado bien aceptado socialmente.

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