El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

viernes, 28 de enero de 2011

El gran Lebowski



Tras el éxito de Fargo (1996), los hermanos Coen volvieron a dar de lleno en la diana con esta disparatada comedia que demostraba sin lugar a dudas el estado de gracia en que se encontraba su talento creativo.

El Nota (Jeff Bridges) es un vago redomado que vive del cuento y cuya gran pasión es jugar a los bolos. Un día, unos matones lo confunden con el millonario Jeff Lebowski (David Huddleston), con quién comparte nombre y apellido, estropeándole la alfombra. El Nota, aconsejado por su gran amigo Walter (John Goodman), decide pedirle una compensación al señor Lebowski.

Sin ninguna duda, El gran Lebowski (Joel Coen, 1998) es una de las mejores comedias de los últimos tiempos. Cuando hay talento, y los hermanos Joel y Ethan Coen, autores del guión, lo tienen y mucho, el resultado suele ser muy bueno. De hecho, otra de las comedias que más gratamente me sorprendieron, tras ésta, también es de ellos: The Ladykillers (Joel y Ethan Coen, 2004), remake del Quinteto de la muerte (Alexander MacKendrick, 1955).

Con ese humor tan característico de los Coen, lleno de cinismo y muy negro, El gran Lebowski es una película perfectamente diseñada, donde nada se deja al azar. El argumento, cercano al cine negro, como tanto les gusta a los guionistas, es preciso y un tanto confuso, pero en realidad poco importa. Pronto descubrimos que no es más que una excusa, muy bien elaborada eso sí, para mostrarnos un mosaico de personajes más absurdos los unos que los otros. Ya el maravilloso arranque de la película, con la extraña introducción que realiza el extranjero (Sam Elliott), personaje curioso que cada uno interpretará a su manera, pero que yo veo como una especie de moderno y un tanto pasota ángel de la guarda, ya nos pone sobreaviso que lo que viene a continuación no va a seguir una lógica muy estricta.

Porque lo principal, como señalaba antes, es el grupo de personajes que pueblan esta película y que son los que le dan su verdadera dimensión y significado. Por un lado, tenemos al trío de amigos protagonista. Primero está el Nota, interpretado por Jeff Bridges de manera prodigiosa, y es Bridges es uno de los mejores actores del cine actual, capaz de enfrentarse a registros muy dispares con resultados siempre perfectos. El Nota viene a ser la mirada romántica y un tanto desengañada también con que los Coen parecen mirar a la generación de los años 60, de la cultura hippie, unos tipos que siguen en su propio universo, incapaces de integrarse en la sociedad industrial. A su lado, Walter, que bajo la increíble interpretación de John Goodman termina por robarle muchas escenas al propio Nota. La verdad es que su personaje es el más chiflado de todos y, por tanto, la fuente de los momentos más hilarantes de la película, con su obsesión por Vietnam, sus certezas que nunca terminan bien, su amor aún por su exmujer, su supuesto judaísmo,... en resumen: Walter es un idiota paranoico consumado. El tercero en discordia es Donny, también absolutamente genial el trabajo de Steve Buscemi, un habitual con los Coen, un tipo algo corto de entendederas, tímido, que vive a la sombra de sus dos amigos y compañeros de bolos.

Alrededor de este trío, los Coen despliegan todo un repertorio de gentes extrañas, egoistas, delirantes, absurdas y hasta aparece algún nihilista. Es la manera que tienen los Coen de reirse y criticar a la sociedad actual. La mirada no puede ser más certera, como en la valiente crítica del engaño manifiesto que supone el arte contemporáneo.

Pero donde el talento de los Coen se demuestra de manera más patente es en la colección de gags geniales que pueblan la película, de frases impagables y de algunas secuencias que quedarán para la historia. Sería casi interminable ponerse a citar las mejores frases de la película o los gags, muchos de ellos clásicos pero que cobran nueva vida bajo el talento de los Coen. Por citar sólo un momento de la película, resumen de la cuidadosa puesta en escena, con una mezcla perfecta de imágenes y la genial banda sonora de la cinta, me quedo con la presentación, a cámara lenta bajo el Hotel California de los Gipsy Kings, del personaje de Jesús (impaglable John Turturro). Lástima que su presencia sea tan breve.

Hay, sin embargo, algunos momentos de El gran Lebowski que quizá me sobran, como los delirios oníricos, que hubiera limitado, o el personaje interpretado por Ben Gazzara, que no aporta gran cosa y no termina de encajar tan bien en la trama como el resto.

Aún así, El gran Lebowski es una soberbia comedia, inteligente, ácida, pertinente e impertinente, alejada de esos subproductos de un humor fácil y sin imaginación que tanto afean el noble arte de hacer reír.

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