El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

sábado, 22 de enero de 2011

Diez negritos




Dirección: René Clair.
Guión: Dudley Nichols (Novela: Agatha Christie).
Música: Mario Castelnuovo-Tedesco.
Fotografía: Lucien N. Andriot.
Reparto: Barry Fitzgerald, Walter Huston, Louis Hayward, Roland Young, June Duprez, C. Aubrey Smith, Mischa Auer, Judith Anderson.

No es la mejor adaptación de una novela de Agatha Christie al cine, honor que recae sin duda en Testigo de cargo (Billy Wilder, 1957), pero sí que se situa un peldaño por encima de otras adaptaciones no tan bien llevadas a término como ésta.

Un misterioso personaje reune en una pequeña isla a diez personas, atraídas allí con diversos trucos y excusas, pero con algo en común a todas ellas: han sido la causa o cometido algún crimen por el que el misterioso anfitrón quiere hacerles pagar siguiendo los versos de una cancioncilla infantil.

Primera adaptación de la famosa novela novela del mismo título de Agatha Christie, esta versión de René Clair, del año 1945, con guión de Dudley Nichols, famoso, entre otros trabajos, por su estrecha colaboración de John Ford en los años treinta, en un film bastante interesante donde habría que destacar, principalmente, el buen gusto en la puesta en escena, así como una buena narración por parte del director. A destacar, por ejemplo, el arranque de la película, con la presentación, sin palabras, de los personajes.

A pesar de ser un film norteamericano, se logra un ambiente muy británico, sin duda más acorde con el relato original. También se respeta bastante el modelo: ambientación en una isla (algo que no respetarán sorprendentemente las versiones de 1965 ni de 1974) y casi total fidelidad a los personajes de la novela, salvo por la presencia del príncipe ruso. Sin embargo, el final no se corresponde con el de la novela. ¿El motivo?, en parte seguramente por preferirse un final feliz, más acorde con la tradición cinematográfica; pero también porque la película toma como modelo la adaptación teatral de la novela de 1943, realizada por la propia Agatha Christie y en la que se proponía este mismo desenlace. Y hay que señalar que tampoco es un mal final y además está bien hilvanado, de manera que resulta bastante creible.

No faltan tampoco algunos acertados toques de humor negro, pero quizá donde falla un tanto René Clair es en la tarea de crear tensión a lo largo de la película. A pesar de tener una trama inquietante, con un asesino misterioso del que desconocemos la identidad, no se palpa la tensión en casi ningún instante. Todo está dominado, quizá en exceso, por la flema inglesa y un ritmo pausado. Además, los crímenes suceden fuera de plano, lo que tampoco ayuda demasiado. Es verdad que en esa época sería de un mal gusto insultante mostrar un asesinato tan explícitamente como se hace ahora, pero el resultado final es que contemplamos la película sin implicarnos en la trama como sería deseable.

En cuanto el reparto, el resultado es bastante aceptable, pero tampoco destaca nadie especialmente, salvo, quizá, Barry Fitzgerald, recordado por siempre por su genial papel en El hombre tranquilo (John Ford, 1952). Como curiosidad, mencionar que el actor Walter Huston es el padre del director John Huston. 

Resumiendo, Diez negritos no es un film brillante que nos atrape o nos sorprenda. Pero no por ello está exento de aciertos y, en general, es un buen entretenimiento. ¿Podría haber dado algo más de sí?, evidentemente, pero es una película que se disfruta con agrado y para las personas que no conozcan la trama de antemano, lo que no me sucedía a mí, sin duda resultará muy interesante.

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