El cine y yo

Me resulta imposible imaginar mi vida sin el cine. De alguna manera me ha ido conformando en salas oscuras, donde el universo por entero brillaba ante mí y la realidad, la otra realidad, desaparecía milagrosamente para dar paso a una vida ilimitada. Al menos, cuando yo era niño era así.


Uno de los primeros recuerdos que tengo es de pánico y fascinación. La película se titulaba "Jerónimo" y yo tenía tres años. En un televisor en blanco y negro, con una imagen seguramente bastante pobre, aquella película me aterraba y me atraía en partes iguales, y yo sentía que estaba ante algo que me superaba. Desde entonces, mi vida y el cine han ido de la mano.


El cine me nutría de imágenes que abrían mi imaginación como quién abre una ventana a las montañas. El cine me proporcionaba una vida nueva infinita en aventuras y en heroicidades. El cine era un baúl, un escondite y una fuente. En el misterio estaba la plenitud.


El cine eran las sesiones de los sábados a las cuatro; eran las películas para adultos a las que accedíamos antes incluso de llegar a pisar la adolescencia, con el atractivo inmenso de todo lo prohibido; eran las fichas en cartulinas y los recortes de fotografías; eran los estrenos con colas interminables; era la conversación con aquella chica que me atrapó hasta hacerme olvidar donde estábamos... e incluso fue una declaración de amor.


No puedo imaginarme mi vida sin el cine. Nada sería lo mismo. Dejemos pues que pasen ante nosotros, en palabras, imágenes de toda una vida.

domingo, 23 de enero de 2011

¿Quién teme a Virginia Woolf?



¿Quién teme a Virginia Woolf? (Mike Nichols, 1966) se inscribe dentro de un intento, en los años 60 y 70, de hacer un cine más serio, más profundo, en contraposición a lo que venía siendo habitual. En la historia del cine ha habido varios momentos parecidos y uno de los recursos utilizados era, como en este caso, recurrir al mundo del teatro, llevando a la pantalla obras de reconocido prestigio. Aquí, Mike Nichols, que debutaba en el cine y venía además del mundo del teatro, adapta la exitosa obra de teatro del mismo título de Edward Albee.

George (Richard Burton) y su esposa Martha (Elizabeth Taylor) son un matrimonio que vive entre el odio y extraña complicidad. Él es un profesor de historia que se ha estancado en su carrera, ella es la hija del rector de la universidad y se siente frustrada y necesitada del cariño que George no le da. Un sábado por la noche, tras una fiesta, Martha invita a un nuevo profesor y su esposa a tomar unas copas en su casa. Es el comienzo de una noche cargada de reproches, ofensas y violencia a los que no escapará nadie.

A decir verdad, ¿Quién teme a Virginia Woolf? no es una obra sencilla de ver ni de evaluar. Personalmente, la obra me resultó excesivamente larga y por momentos tuve ganas de pasar de verla. Son 134 minutos cargados de diálogos agresivos sin apenas respiro y en algunos momentos llegan a saturar. Por otro lado, ¿cómo hemos de afrontar la historia?, ¿se trata tan sólo de un juego cruel o pretende ser reflejo y denuncia de una realidad? En un primer momento, la idea que prevalece es la segunda. Así, viendo el film como un intento de plasmar la amargura y el resentimiento de un matrimonio fracasado y la corrupción y el interés que preside tanto al matrimonio protagonista como al de sus invitados, la conclusión que se saca es que la crítica no termina de convencerme. Por una parte, no resulta demasiado creíble que una pareja con tanto odio pueda seguir conviviendo y, al tiempo, dándose muestras de una extraña complicidad y hasta cierta ternura. No se entiende tampoco que los invitados se queden escuchando insultos y vejaciones sin largarse a los dos minutos de llegar (la ambición del joven profesor sería la razón final que le lleva a quedarse, aunque queda cogida con alfileres).

Por otro lado, los reproches y las humillaciones no terminan de parecer reales. Es verdad que en la película se alude a menudo a un juego que estarían escenificando los anfitriones, pero el conjunto de las ofensas llegan a formar una extraña mezcla de sinsentidos y absurdos que acaban pasando factura al posible mensaje de fondo. Además, la pregunta inevitable que surge es por qué siguen juntos si tanto se detestan.

Por ello, la otra alternativa, tomarse la trama como un juego absurdo de dos personas aburridas de sus vidas acaba haciéndose un hueco. No sería entonces un film de denuncia, sino un simple ejercicio pseudointelectual, algo así como un extraño juego malsano que, de todos modos, me parece que habría quedado mejor con algo menos de metraje.

Una tercera posibilidad es que la película sea una mezcla de ambas posibilidades: la amargura de un matrimonio maduro, sin esperanza, que se tienen sólo el uno a otro y que, para sobrevivir, han creado un extraño juego que atenúe de alguna manera todo el veneno que se lanzan a diario, llegando a una especie de peligrosa dependencia mútua basada en el odio antes que en la indiferencia o la soledad, que los aniquilaría.

Y es verdad que aunque el modelo sea una obra de teatro y ese origen se adivine claramente, Mike Nichols consigue darle un dinamismo a la película a base de cambios constantes de los personajes, encuadres originales, primeros planos y una excelente fotografía en blanco y negro. Pero aún así, el metraje se alarga demasiado para lo que puede dar de sí una trama tan repetitiva.

Lo que puede mantenernos un tanto en tensión es la espera para ver el desenlace de tantos insultos y ofensas. Puede pasar cualquier cosa y nada es previsible. Este es un elemento que juega a favor de la película. Se adivina, o se intuye, que el tema del hijo de la pareja pueda ser la clave. Al final, el desenlace no hace sino reforzar la idea de que todo no ha sido más que una elucubración intelectual que puede que seduzca a muchos, pero que a mí me ha dejado un tanto cansado e indiferente. La reacción final de Martha es, bien mirado, un tanto incongruente con lo que hemos visto de ella: una mujer fuerte, aunque necesitada de cariño.

Lo mejor, sin ninguna duda, el trabajo de los cuatro protagonistas, todos ellos con nominaciones a los oscars. Burton y Taylor, pareja en la vida real, están soberbios y sus papeles son todo menos sencillos, con el riesgo evidente de caer en la sobreactuación. Personalmente, me gustó más él, si bien el oscar fue para Elizabeth. El de mejor actriz de reparto fue para Sandy Dennis. La película también se llevó los oscars a la dirección artística, la fotografía y el vestuario (curioso este último premio).

¿Quién teme a Virginia Woolf?, que tuvo que esperar unos años para poder filmarse, pues a comienzos de los años 60 su temática y su lenguaje no pasaban el tamiz de la crítica, y cuyo título se inspira en la cancioncilla "Quién teme al lobo feroz?" de Los tres cerditos, goza de una magnífica reputación entre los cinéfilos. Es cierto que la película tiene algunos méritos indudables y se sale del cine más comercial. Sin embargo, permítanme poner un pequeño punto de interrogación a tantas alabanzas. 

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